Primera aparición de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré

Primera aparición de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré

Del 18 al 19 de Julio de 1830

RESPUESTA DE AMOR.

San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, profesaron un gran amor a la Virgen María. Esta devoción también fue encarnándose en cada una de las hermanas.  Gracias a este amor desde sus orígenes, en 1830, Nuestra Señora vino a visitarnos, a ver a sus hijas y a darle un regalo al mundo. En este mes celebramos un aniversario más de esta visita sorprendente en la que nos dio su mensaje.

Hoy la Santísima Virgen María, Nuestra Madre, sigue visitándonos y su mensaje es actual. No perdamos la esperanza… alguien nos visita cada día allí donde nos encontramos.

“Yo llegué (al seminario) el 21 de abril de 1830, que era el miércoles antes de la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl, feliz y contenta por haber llegado para este gran día de fiesta, me parecía que no tocaba la tierra.

Pedía a San Vicente todas las gracias que me eran necesarias y también para las dos familias y para Francia entera. Me parecía que ellas tenían mucha necesidad de esas gracias. En fin, pedía San Vicente que me enseñara lo que era necesario que yo pidiera con una fe viva. Y todas las veces que volvía de San Lázaro (en donde había visitado la urna de San Vicente) sentía tanta tristeza, que se me aparecía encontrar en la comunidad a San Vicente, o al menos su corazón, que se me aparecía todas las veces que regresaba a San Lázaro. Tenía el dulce consuelo de verlo encima del relicario donde estaban expuestas algunas reliquias de San Vicente.

Se me apareció tres veces distintas, tres días seguidos: Blanco color carne, que anunciaba la paz, la calma, la inocencia, la unión. Después lo vi rojo de fuego, que debe encender la caridad en los corazones: me parecía que toda la comunidad debía renovarse y extenderse hasta los confines del mundo. Y luego lo vi rojo oscuro, lo que llenó de tristeza mi corazón; sentía una tristeza que me costaba mucho superar; no sabía ni por qué ni cómo, esta tristeza se relacionaba con el cambio de gobierno; tuve que hablarle de esto a mi confesor, que me calmó lo más posible, apartándome de estos pensamientos.

Y después fui favorecida con otra gran gracia, la de ver a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, que lo vi todo el tiempo de mi seminario, exceptuadas las veces en que dudaba (es decir, cuando me resistía); entonces, la vez siguiente ya no veía nada, porque quería profundizar y dudaba de este misterio y creía equivocarme. El día de la Santísima Trinidad, Nuestro Señor se me apareció como un Rey, con la Cruz sobre su pecho en el Santísimo Sacramento, fue durante la Santa Misa en el momento del Evangelio, y me pareció que la Cruz se caía a los pies de nuestro Señor, y me pareció que nuestro Señor era despojado de todos sus ornamentos, todos caídos por tierra. Ahí fue cuando tuve los pensamientos más negros y más tristes, ahí fue cuando pensé que el rey de la tierra se vería perdido y despojado de sus vestiduras reales, todos los pensamientos que tuve no sabría explicarlos…

Y después llegó la fiesta de San Vicente, en cuya víspera nuestra buena madre Marta nos dio una conferencia sobre la devoción a los Santos y en particular a la Santísima Virgen, lo que medió tal deseo de verla que me acosté con el pensamiento de que esa misma noche vería a mi buena Madre. ¡Hacia tanto tiempo que lo deseaba! Al cabo me dormí, como se nos había distribuido un trozo de tela de un roquete de San Vicente, corté la mitad, me la tragué y me dormí, pensando que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

Por fin a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre:

Hermana, Hermana, Hermana. Me desperté y miré al lado donde escuchaba la voz, que era el lado del corredor, descorrí la cortina y vi a un niño, vestido de blanco, como de cuatro o cinco años, que me decía:

Ven a la capilla, levántate pronto y venga a la capilla, la Santísima Virgen la está esperando. Enseguida me vino al pensamiento: pero me van a oír. El niño me respondió: Este tranquila, son las once y media, todos están bien dormidos; venga la aguardo.

Me apresuré a vestirme y me dirigí a donde el niño, que había permanecido sin apartarse de la cabecera de mi cama. Me siguió o mejor yo le seguí, él siempre a mi izquierda, llevando rayos de claridad por donde pasaba, por donde quiera que íbamos, las luces estaban encendidas, lo que me extrañó mucho; pero quedé más sorprendida al entrar en la capilla, cuando se abrió la puerta a penas tocarla el niño con la punta del dedo; y mi sorpresa fue más completa todavía cuando vi encendidas todas las velas y todos los cirios, lo que me hacía recordar la Misa de medianoche.

Sin embargo, yo no veía a la Virgen. El niño me condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al Director. Allí me puse de rodillas y el niño se quedó de pie todo el tiempo. Como la espera se me hacía larga, miraba por si pasaban las veladoras por la tribuna.

Llegó por fin la hora. El niño me previno diciéndome: Ya viene la Virgen aquí está. Escuché como un rumor, como el roce de un vestido de seda que salía del lado de la tribuna, cerca al cuadro de San José y venía a sentarse en un sillón parecido al de Santa Ana, la Santísima Virgen solamente; no era la figura de Santa Ana y yo dudaba si era la Santísima Virgen, pero el niño, que seguía allí, me dijo: Es la Virgen.

Me sería imposible decir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasaba dentro de mí, me parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño, sino como el hombre más enérgico y con las palabras más enérgicas. Mirando a la Santísima Virgen me puse de un salto a su lado, arrodillada sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en sus rodillas, allí pasé el momento más dulce de mi vida, me sería imposible decir todo lo que sentí. Ella me dijo como debería comportarme con el director y otras cosas que no debo decir; la manera de conducirme en mis penas, el venir al pie del altar que me mostraba con su mano izquierda. Me echaré al pie del altar y expansionaré allí mi corazón y recibiré todos los consuelos de que tenga necesidad. Le pregunté el significado de todo lo que había visto y ella me lo explicaba todo.

Estuve allí no sé cuánto tiempo. Lo único que sé es que, cuando se marchó, sólo vi algo que se desvanecía, en fin, sólo una sombra  que se dirigía al lado de la tribuna por el mismo camino por donde ella había venido. Me levanté de las gradas del altar y vi al niño donde lo había dejado. Me dijo: Se fue.

Desandamos el mismo camino, siempre todo iluminado, y el niño iba siempre a mi izquierda. Creo que este niño era mi ángel de la guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la Santísima Virgen, pues yo le había rezado mucho para que él me obtuviera este favor. Estaba vestido de blanco, llevando consigo una luz milagrosa, es decir iba resplandeciente de luz y representaba unos cuatro o cinco años de edad.

Al volver a mi cama eran las dos de la mañana, que oí dar la hora, y ya no me dormí.

“Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Sufrirás mucho, pero lo superarás pensando que lo haces por la gloria del buen Dios. Sabrás lo que es el buen Dios, y eso te atormentará hasta que lo digas a quien tiene a cargo suyo tu guía ( el P. Jean-Marie Aladel). Te contradirán, pero tendrás la gracia, no temas, dilo todo con confianza y sencillez. Verás ciertas cosas, cuéntalas. Te sentirás inspirada en la oración.

Corren muy malos tiempos, la desgracia va a caer sobre Francia, el trono será derribado, sacudirán al mundo entero infortunios de toda clase – la Santísima a Virgen tenía la expresión muy apenada al decir esto- pero venid al pie de este altar, donde se derramarán gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor. Sobre los grandes y los pequeños…

Hija mía gusto particularmente derramar gracias sobre la Comunidad: la amo mucho. Siento dolor, pues hay grandes abusos: no se observa la regla, la regularidad deja que desear, hay gran relajación en ambas comunidades. Dilo a quién se encarga de ti, aunque no sea superior. Dentro de poco se le encomendará la Comunidad de modo particular. Tiene que hacer cuanto esté en sus manos para poner de nuevo en vigor la Regla, díselo de parte mía… Qué vigile las malas lecturas, la pérdida del tiempo y las visitas… cuando la Regla haya sido restaurada en su vigor, otra Comunidad se unirá a la vuestra. Eso no se acostumbra, pero yo la amo… di que se la reciba. Dios las bendecirá, y gozarán de una gran paz, la Comunidad se hará grande…

Sobre vendrán grandes males, el peligro será grande: no temas; el Buen Dios y san Vicente protegerán a la Comunidad… – la Santísima Virgen seguía triste: Yo misma estaré con vosotras, siempre he velado por vosotras, os concederé muchas gracias…llegará un momento de gran peligro, cuando se dará todo por perdido; estaré entonces con vosotras, tened confianza, reconoceréis mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre ambas comunidades.

Más no será lo mismo con otras comunidades, habrá victimas-la Santísima Virgen tenia lágrimas en los ojos al decir esto-, en el clero de Paris habrá muchas víctimas, Monseñor, el Arzobispo morirá. Hija mía la cruz será despreciada, la sangra correrá por las calles- aquí la santísima Virgen ya no podía hablar, la tristeza llenaba su rostro-Hija mía me dijo todo el mundo estará sumido en la tristeza.

Yo pensaba cuando será esto: 40 años, y 10 años después de la paz.Un día le dije al P. Aladel: La Santísima Virgen quiere que usted comience una asociación de la que será fundador y director. Una asociación de Jóvenes de María: la Santísima Virgen le concederá muchas gracias y se le otorgarán indulgencias. El mes de María se celebrará con gran solemnidad en todas partes. El mes de San José también se celebrará con mucha devoción, será grande la protección de San José, también habrá mucha protección y devoción al Sagrado Corazón de Jesús. (Libro de  Medalla Milagrosa CEME Vicente de Dios).

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