SOR ROSALÍA RENDU

En 1786 el matrimonio formado por Juan Antonio Rendú, labrador en la aldea de Confort, y María Ana Laracine ven nacer su primer hijo. Era el día siguiente de la fiesta de la Natividad de la Virgen. El hijo, una niña, bautizada el mismo día de su nacimiento, el 9 de septiembre, por el sacerdote Genolin. Recibió el nombre de Juana María. Un día recibirá el de sor Rosalía y hablará de ella todo París.

El registro del libro de bautizos indica que fue madrina Nicolasa Rendú y padrino Juan José Rendú; pero este último, el abuelo, no hacia más que representar a un amigo íntimo, al que Juana María consideró siempre como su verdadero padrino, un compatriota, sacerdote de gran renombre y de mucha autoridad, el señor Emery, a quien su cargo retenía en Paras. Superior general de los sacerdotes de san Sulpicio y superior del seminario, no podía dejar su puesto, pero el padrinazgo ejercido por aquel eminente sacerdote era una bendición.

Juana María tenía sólo dos años cuando le nació uná hermanita, una muñequita viva a la que podía admirar, acariciar, mecer. Entretanto los días sombríos de la revolución se vislumbraban en el horizonte y en torno a aquellos niños inocentes y risueños se ceñía de preocupación la frente de los mayores. Pero Juana María y María Claudina vivían días apacibles con la ingenuidad de sus pocos años.

Pronto una nueva hermanita vino a completar la fiesta. Le pusieron por nombre Antonieta. Era el año 1793. Juana María iba a cumplir siete años. Cuando se tiene siete años resulta fácil jugar ¡era además la mayor! a hacer el papel de reina en el trío de las hermanas.
Sor Rosalía fue la “madre buena de todos” sin distinción de religión, puntos de vista políticos, o estado social. Con una manorecibía del rico, con la otra daba a los pobres. Sor Rosalía compartía la alegría de hacer buenas obras. A menudo se la podía ver en el salón de la casa con “sus amados Pobres”, así como con obispos, sacerdotes, oficiales del gobierno, mujeres adineradas y estudiantes de la universidad.Entre ellos Federico Ozanam y los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Tierna y respetuosamente Sor Rosalía y las Hermanas de la casa acompañaron a estos hombres jóvenes generosos y a otros estudiantes.Ella les recomendaba la paciencia, indulgencia y cortesía hacia ellos. “Amen a los pobres, no los culpen demasiado… recuerden que los pobres son aún más sensibles a su conducta que a su ayuda”. Sobre todo les enseñaba con su ejemplo: “¡Todos los días, en todo tipo de tiempo, Sor Rosalía cruzaba las calles y callejones que subían al Panteón, al lado sur de la Colina de Santa Genoveva… Con el rosario en la mano y un pesado cesto en su brazo, caminaba con paso rápido porque sabía “que los pobres la estaban esperando!”.

Ella hablaba de Dios a la familia que sufría porque el padre no tenía trabajo, a la persona anciana en riesgo de morir sola en un ático: “Nunca he orado tan bien como en las calles”, diría.Su fe, sólida como una roca y clara como una primavera, veía a Jesucristo revelado en todas las circunstancias. Su vida de oración era intensa, afirmaba una Hermana”…ella vivía continuamente en la presencia de Dios. Cuando tenía una misión difícil que cumplir, estábamos seguras de verla en la capilla o encontrarla de rodillas en su oficina.”

¡Con sus Hermanas y su inmensa red de colaboradores, cuidaba incansablemente, alimentaba, visitaba y consolaba a los demás! Dotada de una sensibilidad perspicaz, tenía empatía con todo sufrimiento. Hay algo que me está ahogando”, decía “y me quita el apetito… el pensar que a tantas familias les falta el pan”. Para el servicio de sus queridos Pobres, se atrevió a emprender todo con inteligencia y coraje.Nada la detendría si les permitía salir de su miseria.

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