SOR MARÍA ANA Y SOR ODILIA, MÁRTIRES EN ANGERS.
En la circular del clausura del Año Jubilar del 25 de enero de este año, el Padre General nos dice que: al comenzar el quinto siglo del Carisma Vicentino quiere proponernos dos iniciativas: La primera, renovar y profundizar nuestra relación con los Santos y Beatos de la Familia Vicentina , potenciando nuestra veneración hacia ellos ; y la segunda, conocerlos mejor y darlos a conocer utilizando diferentes medios y al mismo tiempo orando para que los Beatos, sean muy pronto canonizados, porque ellos son nuestros modelos e intercesores en la forma de vivir el carisma.
Hoy vamos a recordar a nuestras mártires de Angers Sor María Ana Vaillot y Sor Odila Baumgarten. Sor Mari Ana nació en Fontenebleau en 1734. De los años que pasó en su familia no se sabe nada, solo sabemos que a los 27 años de edad el 25 de septiembre de 1761 ingresó a la Compañía. Durante su vida fue destinada a 5 lugares diferentes y el último fue el de Angers., donde fue fusilada el 1º. De febrero de 1794 durante la revolución francesa.
Sor Odila nació el 19 de noviembre de 1750 A los 19 años dejó su hogar familiar e ingresó a la Compañía el 4 de agosto de 1775. Solo tuvo dos destinos, el primero en Brest y luego en Angers, donde fue encargada de la farmacia. Con ellas dos fueron fusiladas otras 15 personas.
Cuando el 14 de julio de 1792 el pueblo francés cansado de tantas injusticias se reveló contra el gobierno y se tomó la Bastilla, estalló la revolución francesa; la Madre Dubois que era la Superiores General envió a las Hermanas una circular y en ella les decía:” El tiempo es breve, malos días nos esperan, no perdamos el tiempo, los sufrimientos deben ser alimento para nuestro amor, estemos alertas y pidamos y pidamos las uñas por las otras.”Esas palabras tenían un acento profético; las Hermanas sabían que corrían tiempos malos, se informaron del asalto en la casa Madre y en San Lázaro y por eso no se forjaban ilusiones. El 8 de enero se envió al Obispo de Angers la fórmula del juramento que debían hacer todos los miembros de la Iglesia. El Obispo se negó a firmar y fue reemplazado por un sacerdote juramentado; luego se promulgó un decreto suprimiendo todos los Institutos y de vida consagrada y el 27 de noviembre fue la disolución de la Compañía.
Desde el mes de septiembre en Angers se había colocado en la puerta del Hospital una guardia de 15 soldados para impedir que las Hermanas salieran y para y obligarlas a aceptar el juramento. Los administradores del Hospital trataban de convencer a las Hermanas haciéndoles ver el interés de los pobres que había que salvaguardar, pero las Hermanas permanecieron firmes alrededor de su Hermana Sirviente Sor Taillard- El 5 de enero nuevo decreto en el que daban solo 10 días hábiles para prestar el juramento; empezó entonces una lucha terrible entre las Hermas y el delegado del gobierno que después de varios intentos logró que tres de las Hermanas accedieran a hacer el juramento, en esa forma sea introdujo una división en la Comunidad; eran en ese momento 32 Hermanas, de ellas solo 3 flaquearon., las demás permanecieron firmes.
El delegado del gobierno dio aviso a las autoridades afirmando que si las otras Hermanas se negaban a prestar el juramente era por la influencia nefasta de Sor Taillard, la Hermana Sirviente, de Sor Odila y Sor Mariana y que por tanto esas personas eran peligrosas. El Consejo revolucionario dio entonces la orden de arrestarlas en la casa del Calvario de esa ciudad, un antiguo convento convertido en cárcel. Dos días después se llevaron a la Superiora a otro lugar y determinaron fusilar a las dos Hermanas, pensando que en esa forma impresionarían a la Superiora y a las demás Hermanas para que dieran al juramento.
El 28 de enero Sor María Ana y Sor Odila fueron interrogadas, ante la pregunta ¿por qué no ha querido prestar el juramento? Sor María Ana respondió:” porque mi conciencia no me lo permite, he hecho el sacrificio de dejar a mis padres para servir a los pobres, he hecho el sacrificio de quitarme el hábito y de llevar esta escarapela.” Ante esta frase el juez se llenó de cólera y ordenó que se la quitaran diciendo ¿No sabe Usted que se castiga con la muerte a los refractarios a la ley? Hicieron entrar luego a Sor Odila y le hicieron las mismas preguntas, pero la respuesta fue contundente: “MI conciencia no me permite prestar ese juramento”.
El motivo de su condena era evidente, morían a causa de su fe, se negaban a prestar el juramento, a asistir a la misa oficiada por Sacerdotes juramentados y por haber preferían morir antes que hacer nada contrario a su conciencia. Después del interrogatorio se las condujo de nuevo a la prisión y allí pasaron otros 2 días de incertidumbre. Una joven empleada del hospital las visitó y dio este testimonio: “ El viernes Sor María Ana me dijo: “ Me parece que moriremos mañana y que yo, en la primera descarga , quedaré solamente herida ; sí, añadió Sor Odila, en cambio yo caeré muerta atravesada por las balas.”
El sábado 1º. De febrero amaneció un día nublado, las Hermanas recordaron que en ese mismo día en el año 1640, Santa Luisa había firmado el contrato entre la Compañía y los administradores del Hospital de Angers. A lo largo del trayecto hasta el lugar del martirio, las Hermanas presenciaron escenas desgarradoras: Un convoy de más de 200 personas mujeres en su mayoría, atadas a una cuerda caminaban penosamente, los que no podían caminar los amontonaban en unas carretas y algunos llegaron muertos.
Ante este macabro espectáculo Sor Odila se sintió desfallecer y temió que la faltara el valor, pero apoyada en Sor María Ana escuchó que ésta le decía: “Animo querida Hermanas, unos pocos minutos nos separan de la gloria, nos está destinada una hermosa corona, no la perdamos, en minutos será nuestra.”Un incidente dramático detuvo la caravana durante unos minutos: A Sor Odila se le cayó el rosario que llevaba escondido, al querer recogerlo puso su mano sobre la piedra donde cayó y uno de los verdugos le dio un duro golpe de fusil que destruyó su mano .Una piadosa mujer que seguía el convoy lo recogió y lo devolvió más tarde a las Hermanas.
Esta ejecución era la séptima y por tanto en la fosa preparada para recibirlas, había ya numerosos cadáveres tapados únicamente por un poco de tierra. La vista de esa fosa que las esperaba no las hizo retroceder; por el contrario Sor María Ana entonó con voz fuerte las letanías de la Santísima Virgen y la multitud de condenados repetía, ruega por nosotros. Esta escena fue tan conmovedora que uno de los revolucionarios no pudo presenciarla y se retiró del lugar diciendo:”Duele ver morir a mujeres tan valientes como éstas.”Cuando las descubrieron en un impulso de conmovedora emoción, la multitud empezó a gritar: Las Hermanas, son las Hermanas del hospital, no es posible, ellas no deben morir, pedimos gracia para ellas. Entonces el Comandante Ménard, impresionado por los gritos quiso salvarlas, avanzó hacia ellas y les dijo:“Ciudadanas, estáis a tiempo de escapar de la muerte ,habéis prestado excelentes servicios a la humanidad, volved a vuestra casa y continuad vuestra tarea, no prestéis el juramento que os repugna, yo me comprometo a decir que lo habéis hecho y así estaréis a salvo. Con una gran entereza Sor María Ana contestó: “No solamente no queremos hacer el juramento sino que ni siquiera queremos que se crea que lo hemos hecho.”
El Comandante desconcertado con esta respuesta y temiendo comprometerse, prefirió, como Pilatos pronunciarse y dio la orden de tirar. Sor Odila fue la primera, Sor María Ana entre tanto oraba y pedía a Dios perdón por sus verdugos. Han transcurrido más de dos siglos desde que fueron martirizadas y el mensaje que nos dan es de una extraordinaria actualidad. San Vicente siempre afirmó que nuestra entrega como Hijas de la Caridad debía llevar hasta el sacrificio de la propia vida ; cuando en 1658 envió a cuatro Hermanas a Calais para remplazar a las que allí acababan de morir les dijo: “Vais al martirio , si a Dios le place disponer de vosotras.”
En el Evangelio de San Mateo leemos: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28) Estas palabras las firmaron con su sangre nuestras dos Hermanas mártires, porque sus corazones estaban impregnados del Evangelio, se sentían orgullosas de morir por Cristo y por eso rechazaron la propuesta de cubrirse el rostro diciendo: “Morir por Cristo no es una vergüenza, es un honor”. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Ellas realizaron el mayor acto de amor siguiendo las huellas de Cristo.
LA BEATIFICACION. Tuvo lugar el 19 de febrero de 1984 en la Basílica de San Pedro en Roma, con la asistencia de l.500 peregrinos de Angers, portando todos un pañuelo rojo con la inscripción:”Mártires de Angers.” Francia adoptó ese pañuelo como símbolo del martirio, porque se cuenta que un joven de esa región gravemente herido dándose cuenta que se acercaba su muerte, empapó su pañuelo en su propia sangre y pidió que se lo llevaran a su prometida como signo de fidelidad.
El 26 de febrero fue la celebración en Angers, con una marcha hacia el campo de los Mártires y luego a la Catedral, rezando y cantando como lo habían hecho los mártires. La marcha se detuvo unos momentos en el Monasterio de las Benedictinas donde estuvieron prisioneras las Hermanas .En la Catedral la Eucaristía fue concelebrada por 14 Obispos y el Cardenal Guyon. En la homilía se hizo hincapié en que los mártires fueron: Testigos de una fe absoluta en Dios. Testigos de una fe inquebrantable a la Iglesia .Testigos de una fe libre e incondicional hasta la muerte.
La espiritualidad y el ejemplo de estas 2 Hijas de la Caridad nos hablan hoy elocuentemente., Dios pone su vida y sus virtudes ante nuestros ojos para que nos despertemos y reavivemos en nosotras el amor y la fidelidad a Dios y a su Evangelio, y para que con nuestra vida, sepamos como ellas, anunciar los valores del Reino. El Papa Juan Pablo II dijo:”Cuando la Iglesia nos propone un modelo de vida lo hace teniendo en cuenta las necesidades del momento presente.”
Demos gracias a Dios por estas Mártires de la Compañía y pidamos la gracia de vivir con radicalidad y coherencia nuestra vocación como la vivieron ellas; como ellas sepamos renunciar a todo aquello que impide que se establezca en nosotras la supremacía del amor a Dios y a los pobres. Tengamos el valor de revisarnos franca y humildemente, aunque nos cueste, para vivir el radicalismo de los Fundadores y, como nos lo dice el Padre General encomendémonos a ellas y pidamos para que un día las tengamos y a Canonizadas.
Sor Lilia García
Hija de la Caridad