Nació el 9 de octubre de 1800 en San Fele del Reino de Nápoles, fue el 7º. De 14 hermanos. En 1809 a la edad de nueve años hizo su primera comunión; este acontecimiento dejó huellas en su piedad y a partir de ese momento tuvo una ferviente devoción hacia la Eucaristía. Ingresó a la Congregación de la Misión el 17 de octubre de 1818, allí mismo en Nápoles y fue ordenado Sacerdote el 12 de junio de 1824. Dedicado totalmente a la evangelización de los pobres, participó durante 15 años en Misiones parroquiales al sur de Italia que estaba asolada por la peste en 1836., una peste que dejó miles de víctimas.
El 10 de marzo de 1838 fue enviado por la Propagando Fide a la Misión de Etiopía en Africa para fundar allí una misión en Abisinia .En Roma se decidió con la aprobación del Superior General el Padre Etienne, crear un nuevo Vicariato Apostólico y nombrar a San Justino como Obispo. La Consagración se hizo en medio de la persecución y de extrema pobreza, en una Capilla improvisada, por temor de un asalto de los soldados que querían incendiar y arrasar todo; allí levantaron un pequeño altar y a la media noche del 6 de enero de 1849, rodeado de escoltas y asistido por dos sacerdotes indígenas y por un hermano coadjutor, se hizo la ceremonia.
La persecución arreciaba, pero su celo no se detenía, por el contrario como que le daba vitalidad a la Misión; pero no faltaron las pruebas: Un Sacerdote indígena, de los mejores que él había preparado, introdujo la división en la Comunidad y llegó a ser apóstata y traidor; hizo encarcelar a algunos de los cohermanos, entre ellos al Beato Ghebra Miguel, que ya tenía 70 años, lo encadenaron y lo torturaron.
Ese valiente confesor de la fe, agotado por los malos tratos, murió mártir el 13 de julio de 1855, despertando la admiración y compasión, aún de los soldados que lo custodiaban. En 1851 el Padre Marco Antonio Poussau que era el Asistente General de la C. M. fue a hacer la visita canónica a esa misión y se dio cuenta, no solo de las grandes dificultades que tenían que afrontar, sino también del celo apostólico de los Misioneros.
Durante 22 años San Justino se consagró a animar a las Comunidades cristianas minoritarias, que vivían en un clima hostil, porque estaban perseguidas por el gobierno y por el clero Copto. Durante esos años conoció varias veces el exilio y la prisión, pero nada lo detenía, como San Pablo vivía solo para Dios y para su pueblo. En una de sus cartas pastorales dijo: “Ustedes son los dueños de mi vida, porque Dios me dio esta vida para gastarla en bien de cada uno de Ustedes.”
El nombre con el que se lo conoció en su Misión fue el de “Abuna Jacobis” Se incultura perfectamente entre su pueblo y se hizo uno de ellos. Cuando se embarcó hacia Africa, durante la travesía del Mar Rojo, San Justico y sus compañeros experimentaron la protección de la Santísima Virgen., llevaban muchas medallas y un cuadro de la Virgen Milagrosa que una Hija de la Caridad les había obsequiado. Uno de sus sacerdotes escribió: “La travesía que debíamos hacer en barco, se hacía ordinariamente en 8 días, nosotros nos gastamos 16, a causa de los vientos y huracanes; tres veces estuvimos a punto de naufragar, al vernos en inminente peligro entonamos el Ave Maris Stella y el Magníficat, arrojamos al mar algunas medallas y pusimos otra en el timón de la barca, repitiendo la Jaculatoria; en un instante volvió la calma, la tempestad cesó y llegamos felizmente a la ciudad.
Pero no era el final de nuestro viaje, debíamos atravesar la montaña a pie o a caballo para llegar a Adua; entonamos el Te-Deum en acción de gracias y pusimos la medalla en lo alto de un palo, llevábamos el cuadro de María y al llegar lo pusimos a la veneración de los fieles, al mismo tiempo que les distribuíamos medallas, ese fue el medio de atraernos la benevolencia de sus habitantes.
San Justino en una carta al Padre Etienne Superior General de la Congregación de la Misión, le dice: “La distribución de medallas ha producido un efecto admirable, es consolador ver a los herejes llevando en el pecho este signo de la Madre de Dios, como también ver su imagen venerada por todos y aún en la Iglesia más grande por orden del Rey, es un verdadero milagro de la Virgen; ahora yo tengo la dicha de que las gentes me llaman: Padre Justino de la Virgen María.”
San Justino no se contentó con exponer el cuadro a la veneración de los fieles, con distribuir medallas y enseñar la jaculatoria, sino que también les enseñó a rezar el Rosario. Su sueño era formar un buen clero católico indígena, a pesar de que la situación económica era muy precaria. Solo a comienzos del año 1845 pudo comenzar la construcción de una modesta casa en Guala y la puso bajo la protección de María Inmaculada; allí logró formar algunos que fueron ordenados más tarde. Pero en 1848 la persecución religiosa que se desató en la región, arreció contra San Justino, que tuvo que marchar al exilio… Antes de partir colocó medallas en todas partes de la casa y se marchó poniéndolo todo y sobre todo esa obra tan querida para él, en manos de la Santísima Virgen, hermoso gesto de quien ponía a la Santísima Virgen como guardiana su obra más querida. Con sobrada razón es llamados el APOSTOL DE MARIA EN ETIOPIA.
En 1850 Monseñor de Jacobis construyó una Iglesia en Hebo y ordenó allí 5 Sacerdotes autóctonos, además consagró Obispo coadjutor al Padre Lorenzo de la C.M. Pero la persecución se hizo más violenta, porque el Gobierno de la región decretó que, bajo pena de muerte, todos debían profesar la fe propuesta por Abuna que era una secta religiosa. San Justino se opuso, entonces lo cogieron preso así como a varios de sus seguidores que habían afirmado su fe católica; todos sufrieron largos interrogatorios y torturas y San Justino fue expulsado del país.
El Padre Pousseau que vino a hacer la visita canónica, envió luego un informe al Superior General y a la Propaganda Fide en Roma, en él describe el ambiente4 difícil y oscuro de Etiopía y la situación religiosa y política que se enfrentan. Al mismo tiempo resalta el celo y las virtudes de San Justino, afirmando que es el único hombre capaz de hacer frente a la situación y a lo que puede venir en el futuro. , un futuro que amenaza muerte entre musulmanes y católicos.
Poco tiempo después de este informe a San Justino se le ordenó abandonar el país y al negarse a ello fue encarcelado con otros 5 sacerdotes, entre ellos el Beato Ghebra Miguel. La prisión duró 4 meses y al recobrar la libertad, desafiando el peligro se refugió en Massaua bajo la protección del consulado., allí se entregó incansablemente a la misión, se ofreció inclusive para tomar el puesto de un condenado a muerte, nombró al Padre Delmonte como Vicario General. Desafortunadamente los padecimientos que había sufrido y el trabajo excesivo, acabaron por hacer mella en su salud que se iba debilitando día a día. El 19 de julio después de celebrar piadosamente la fiesta de San Vicente se sintió mal y previendo que su muerte se acercaba , decidió regresar a Halai ; con fiebre muy alta celebró su última Eucaristía el 29 de julio y luego emprendió su viaje . El 31 de ese mismo mes rodeado de sus hijos de Abisinia entregó su alma a Dios. Fue sepultado en Hebo el 3 de agosto y Canonizado el 26 de octubre de 1975.
Uno de los grandes deseos de Monseñor de Jacobis, fue el de llevar a Abisinia a las Hijas de la Caridad, pero no pudo lograrlo a causa de tantas persecuciones. Más tarde sus sucesores lo lograron y las Hijas de la Caridad llegaron allí el 8 de diciembre de 1878. Al frente del grupo misionero iba la Madre Luisa Lequette, que termina su mandato como Superiora General de la Compañía; Ella, siendo Superiora, había prometido al Obispo de Abisinia, enviarle las Hermanas. Como ya tenía 61 años, trataron de disuadirla, pero no cedió, afirmando que Dios la quería allí. Con ella viajaron otras cuatro Hermanas.
La obra de las Hermanas fue muy floreciente: Orfanato, Catequesis, visita domiciliaria, dispensario etc. A la Madre Lequette le enviaban desde Francia muy buenas ayudas para los pobres. Pero más tarde la guerra entre Abisinia y Egipto se recrudeció y entonces las Hermanas tuvieron que irse a Massana. La Madre Lequette regresó a Francia ya muy agotada, pasó 5 años en Roma y luego en Francia en donde murió.
VIRTUDES DE SAN JUSTINO Y LECCIONES QUE NOS DEJA.
San Vicente había recomendado a sus sacerdotes mantener el fervor de su consagración por medio de ejercicios piadosos, entre ellos la adoración al Santísimo Sacramento. En el momento de la beatificación de San Justino varios testigos aseguraron que lo veían antes de subir al púlpito arrodillado ante la Sagrario en profunda meditación. El mismo afirmaba. “En la contemplación se experimenta la presencia de Dios y en la predicación se la trasmite a los fieles”. Por eso no es extraño que sus predicaciones fueran escuchadas con avidez y que produjeran efectos extraordinarios en las almas.
En la Capilla pasaba varias horas enteras en oración profunda, tratando de identificarse con Jesucristo para obtener luces y fuerza para su trabajo misionero.
Uno de los cohermanos de San Lázaro cuenta que el hermano coadjutor encargado de despertarlos por la mañana, oyó un día que San Justino desde su habitación preguntaba si ya había sonado la campana para el descanso de la noche, el hermano admirado de la pregunta la contestó que la campana que acababa de sonar era para levantarse. Y es que San Justino, sin darse cuenta había pasado toda la noche en oración.
Otro aspecto de la espiritualidad de San Justino, fue su ardiente devoción a la Sma Virgen y su celo por hacerla conocer y amar por medio de la Medalla Milagrosa. Cuando salió de Francia para la misión, hacía solo 8 años que se había acuñado la Medalla; como él presenció los milagros que hizo la Medalla durante el cólera en Nápoles, se convirtió en un ardiente propagador.
Amó profundamente a Cristo en los pobres y los sirvió, con fe y generosidad. Tenía para ellos un profundo respeto, especialmente por los más miserables y groseros, ellos eran los preferidos de su corazón y de sus servicios. Los veía en Jesucristo y en El se apoyaba para su trabajo Misionero.
Gran espíritu de sacrificio. San Justino no vivió para él, sino para los demás, jamás buscó honores, aplausos, ni satisfacciones personales. Aun ya en sus últimos años cuando estaba muy enfermo y sus cohermanos se esforzaban por darle algún alivio, decía: “Nuestro Señor en la cruz tuvo por almohada su corona de espinas, es más que junto sufrir con El.”
Profunda humildad. Transportaba él personalmente la leña para cocinar, hacía como los demás su turno de cocina , aceptaba las opiniones de los demás, renunciando voluntariamente a las suyas, no hacía jamás alarde de su dignidad de Obispo, pasaba como uno de tantos. Monseñor Massaia lo llamada: “Un prodigio de humildad”. Presintiendo la falta de Misioneros y su reemplazo por sacerdotes seculares en la misión, decía: “ Si para extender la fe católica en Etiopía , viniera otro Obispo a ocupar mi lugar me sería muy agradable y me sentiría muy feliz, ponerme humildemente bajo su dirección como un simple sacerdote misionero.
SU CANONIZACION. La fama de sus virtudes y los prodigios que se atribuyeron a su intercesión llevaron a los fieles a pedir que se introdujera la causa de su beatificación y canonización. Se iniciaron en Nápoles en 1891. El 28 de agosto de 1935 se publicó el Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes y el 31 de julio de 1939 el Papa Pío XII lo declaró Beato. Luego en 1947 se emprendió el proceso de su canonización con la aprobación de un milagro ocurrido a una Hija de la Caridad Sor Catalina Inno que tenía un neoplasma gástrico de naturaleza maligna y que por intercesión del Beato quedó instantáneamente curada.
La ceremonia de Canonización tuvo lugar el 26 de octubre de 1975 en el Año Santo por el Papa Pablo VI. Fue un verdadero gozo para la Familia Vicentina, tanto más cuanto que el Padre General pudo concelebrar con el Santo Padre.
Pidamos a San Justino ese espíritu Misionero del que estuvo animado y un corazón grande y generosos que, como afirmaba Santa Luisa, no encuentre nada difícil cuando se trate de la gloria de Dios y el bien de los hermanos . Roguémosle que obtenga para la Congregación de la Misión buenas y numerosas vocaciones y para todos los miembros de la familia Vicentina, el vivir con radicalidad y coherencia nuestro hermoso carisma.