BEATO MARCO ANTONIO DURANDO

Marco Antonio Durando nació en Mondovi (Piamonte) en 1801, en una familia noble. Su madre era muy devota y educó cristianamente a sus hijos, mientras que el padre era de ideas liberales, de disposiciones laicas y agnósticas.

Marco Antonio a los 15 años desea predicar el evangelio en tierras lejanas. Entró en la Congregación de la Misión e hizo los votos perpetuos a los 18 años. En 1824 fue ordenado sacerdote. Después de pasar cinco años en el Caserío Monferrato, fue a Turín donde residió desde 1829 hasta su muerte. Él quería partir como misionero a China, pero su salud delicada se lo impidió. Sin embargo, desarrolla todo su celo en las Misiones populares. Predica la misericordia de Dios, atrayendo a la conversión. En estas misiones, no se limita a la predicación, sino que, con el acuerdo de sus compañeros, actúa donde encuentra situaciones de pobreza a imitación de San Vicente, su patrono. Apoya y difunde la obra de la Propagación de la Fe. Huye de los extremismos del laxismo y el rigorismo jansenista, el Padre Durando prédica la misericordia de Dios, llevando a la conversión.

Presiente la utilidad de traer a Italia a las Hijas de la Caridad. El Padre Durando desea su instalación en Piamonte y el rey Carlos Alberto las acoge en 1833, para que asuman la responsabilidad de muchos hospitales militares o civiles. En 1853, tuvo el valor de enviarlas al frente de retaguardia de la guerra de Crimea, para socorrer a los heridos. Al mismo tiempo, difundió entre las jóvenes la asociación mariana de la Medalla Milagrosa. Las vocaciones fueron tan numerosas, que en 1837 el rey Carlos Alberto pone a su disposición el convento de San Salvario en Turín.

Con el aumento del número de las Hermanas, el Padre Durando dota a la ciudad de Turín de una red de Centros de caridad, llamado “las Misericordias”. Las Hermanas con las Damas de la Caridad partieron para el servicio a domicilio y el socorro de los pobres. Alrededor de las Misericordias, se forman muchas obras: las primeras escuelas maternales para los niños pobres, los obradores para las jóvenes de los orfanatos.

Las obras de Dios son imprevisibles. El 21 de noviembre de 1865, fiesta de la Presentación de María, el Padre Durando confía a la sierva de Dios, Luigia Borgiotti, las primeras postulantes de la nueva Compañía de la Pasión de Jesús Nazareno. Son jóvenes que se habían dirigido a él, deseosas de dedicarse a Dios, pero que están privadas de algunas calidades canónicas para entrar en las comunidades religiosas. El Padre Durando murió el 10 de diciembre de 1880 a la edad de 79 años.

BEATO FEDERICO OZANAM

Es una de las figuras más  extraordinarias de la Familia Vicentina, un apóstol entregado por completo al ejercicio de la caridad, defensor de los derechos humanos,  protector de los obreros y los pobres,  apologista de la Iglesia católica, líder de los jóvenes, auténtico modelo del laico cristiano.   Fue un hombre  sabio, prudente, abierto a la Iglesia y a la sociedad,  apasionado por  Jesucristo y  enamorado de la Madre de Dios.  Nació en Milán (Italia) el 23 de abril de 1813, hijo de  Antonio Ozanam doctor en medicina y de  María  Nantas; una familia de 14 hijos, pero solo 4 de ellos sobrevivieron. Sus padres eran franceses, entonces en el año 1815 se trasladaron a Francia en Lyon  y Federico ingresó allí  al colegio; a los 16 años de  obtuvo el diploma de bachillerato y luego se matriculó en la Facultad de Derecho para dar gusto a su padre que quería que fuera abogado.

A los  20 años  fundó con algunos compañeros  la Conferencia de historia y cuenta lo siguiente:” Estábamos  invadidos  por un diluvio de doctrinas  filosóficas y queríamos fortalecer nuestra fe, porque algunos de los miembros  materialistas nos echaron en cara que como cristianos no hacíamos nada por los demás y que por tanto el cristianismo estaba muerto.” Estas palabras impresionaron a Federico  y al salir de la reunión dijo a uno de sus compañeros, este reproche lo merecemos, manos a la obra, socorramos al prójimo como hacía Jesucristo y que nuestra conferencia sea UNA CONFERENCIA DE CARIDAD, donde haya solamente jóvenes  cristianos que se ocupen de las buenas obras.

Los compañeros aceptaron bien la idea, pero ¿cómo llevarla cabo?  Eran7 jóvenes y ninguno de ellos tenía experiencia  a pesar de que eran buenos cristianos. Uno de ellos había oído hablar de la labor que Sor Rosalía hacía en uno de los barrios pobres de París, entonces fueron a consultarla. Como es natural Sor Rosalía los acogió con mucho  interés, los escuchó y orientó; convinieron en no dar dinero  sino visitarlos en sus casas  y de acuerdo con sus necesidades darles unos bonos que les permitían conseguir lo más urgente.; con ella determinaron cambiar el nombre por:”CONFERENCIA DE SAN VICENTE DE PAUL”.  Sor Rosalía fue una  Santa Hija de la Caridad  que respondió a las espectativas de esos jóvenes  a quienes enseñó  la forma de ir a los pobres  con un espíritu evangélico. La Sociedad de San Vicente  es deudora,  y no sería lo que es hoy, sin el encuentro de estas dos figuras: Sor Rosalía Rendu y Federico Ozanam.

En 1837 murió su padre en el transcurso de un viaje, el dolor de Federico fue grande,  se sintió  desamparado, tanto más cuanto que la familia quedaba  en condiciones difíciles; uno de su hermano era Sacerdote Misionero y el otro apenas tenía 12 años.  Federico asumió la jefatura del hogar para ayudar  y apoyar a su madre.  El 23 de junio  de 1841  contrajo matrimonio con Amelia Soulacroix, formaron un hogar profundamente cristiano que fue bendecido  con el nacimiento de su hija María.  El 1º. De mayo  de 1838 le escribe a  uno de sus mejores amigos y le dice: “Ahora estamos estudiando la vida de San Vicente  para que sus ejemplos nos penetren, porque un Santo Patrono  no es una consigna, es un ejemplo  que hay que seguir, una inteligencia para buscar luces, un modelo en la tierra y un protector en el cielo.”

 En otro  escrito dice:” Hay dos clases de asistencia, una la que humilla a los pobres y la otra  la que los honra.  La asistencia  los honra, cuando  se une al pan, la visita que consuela, el consejo que ilumina, la escucha que da confianza, la mano que se estrecha y que levanta ; por eso hay que tratar el pobre  con respeto y no solo como a un igual, sino como a  un Superior, como a un enviado de Dios.  La ciencia y el bien social no se aprenden en los libros, sino yendo a las casas de los pobres, sentándose a su lado y dejándose evangelizar por ellos.”  Las Conferencias de San Vicente se fueron multiplicando, en algunas no faltaban los problemas y entonces Federico  se veía en la necesidad de acompañarlas  e impulsarlas, eso  naturalmente  le exigía muchos  viajes, pero él hacía frente al trabajo, sin descuidar sus deberes de familia y sus obligaciones como Profesor. Llegaba al corazón de los jóvenes, porque los trataba con respeto y porque les comunicaba su  amor por la Iglesia y  los pobres.

En 1848 las revueltas populares  en París dejaron centenares  de familias en la miseria  y a ello se añadió la  peste que cobró miles de víctimas; tanto  las Conferencia  como Sor Rosalía  hicieron verdaderos milagros para atender esa emergencia.  Federico  conmovido ante esta situación escribió a  su madre y le dice:” El cólera ha creado  una situación espantosa; pocas personas  acomodadas han sido afectadas, pero ha hecho estragos entre los pobres que son miles; he visto a los traperos y a los niños amontonados, da lástima ver hombres y mujeres y niños  enclenques y pálidos, con los ojos hundidos agonizando. Felizmente en medio de este triste espectáculo  la caridad no se cansa y hace milagros”.

A partir del año 1834 la Sociedad de San Vicente fue creciendo considerablemente, así lo vislumbra Federico; en una carta  a uno de sus amigos le dice: “Quisiera que todos los jóvenes con cabeza y  corazón se unieran para las obras de Caridad  y se fuera formando así  por todo el país  una amplia Asociación  para el alivio de las clases populares. Hay que abrazar a Francia en una red de caridad.”  El  6 de marzo  de 1849 fundó el periódico  demócrata-cristiano llamado  “La Nueva Era,” , en él  escribió a menudo  exigiendo respeto  por los obreros , un salario justo, un horario  adecuado , una edad mínima para el trabajo , subsidio de enfermedad y libertad para cumplir sus deberes religiosos.  Para él la caridad   debía completarse con la justicia, porque la caridad por sí sola no bastaba. Sentó las bases  de un nuevo pensamiento social  condenando la esclavitud  y rechazando las diferencias entre ricos y pobres, sustituyó la limosna por la justicia, por eso es considerado como uno de los precursores de la auténtica Democracia cristiana.   

Llevaba Federico 2 años como Profesor de la Sorbona en París con una brillante carrera, cuando se vio obligado  en  1852 a renunciar a causa de su salud;  lo atacó una  grave enfermedad que no fue posible detener, a pesar de que   emprendió algunos viajes  para conseguir su salud,  el mal avanzaba. El 23 de abril cumplió  sus 40 años de edad, con ese motivo escribió: “Yo sé que cumplo hoy 40 años, más de la mitad del camino, tengo una esposa y una hija encantadoras, amigos y una carrera honorable, pero sé también que estoy atacado por  una grave enfermedad que agota mis fuerzas. Señor tú  no quieres que yo te ofrezca  mis ambiciones académicas, mis proyectos o mis bienes , lo que Tu quieres es mi persona , debo hacer Tu Voluntad  y por eso te digo: Aquí estoy ; aunque  me condenes a una cama  por los días que me quedan, no serán suficientes para darte gracias  por el tiempo que he vivido  y las gracias que he recibido ; si estas páginas son las últimas que escribo, que sean un Himno de  agradecimiento a tu Bondad.” El 31de agosto viajó a Marsella  pero ya estaba en un estado crítico. El 8 de septiembre fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, se encomendó a Ella, en el día soportó intensos dolores  y a las 7 de la noche, percibiendo su muerte, levantó los brazos  y gritó: DIOS MIO TEN PIEDAD DE MI” luego  expiró.

El proyecto  de vida de Federico  fue como una plataforma sobre  cuatro pilares: La fe, la Iglesia, los pobres  y la Sociedad. ¿Que nos dice esta hermosa vida? ¿Qué nos diría Federico hoy si estuviera entre nosotros? ¿Qué concepto tenemos de la labor de los laicos en la Iglesia?  Federico fue un sabio y un santo que, en medio de su trabajo intelectual y familiar, se dio todo a Dios, convencido de que no hay otro camino que recorrer en la vida   más que el camino del Evangelio, siguiendo las huellas de Jesús. Supo al mismo tiempo irradiar su caridad y arrastrar tras de sí a muchos otros jóvenes, combatió con energía la injusticia y fue capaz de denunciarla públicamente sin ningún respeto humano.

En 1854 se reunieron en Roma más de 400 miembros de las Conferencias de San Vicente , con ocasión de la proclamación de Dogma de la Inmaculada Concepción  y el Papa Pío IX les dirigió la palabra  e hizo alusión a Fedeico Ozanam poniéndolo como modelo de auténtico cristiano , terminó diciéndoles : “El mundo ya no cree en la predicación  ni en las palabras , pero todavía cree en la Caridad y en el testimonio; marchad  vosotros  a conquistar  el mundo por medio del amor a Dios y a los pobres, la Iglesia cuenta con vosotros.”  El Papa Juan Pablo II eligió el encuentro de jóvenes en París  para Beatificarlo  el 22 de agosto de 1997 y presentarlo como a un auténtico modelo de discípulo de Jesucristo, y pensando que en él, numerosos jóvenes  encontrarán el impulso para comprometerse  con Dios

La vida de Federico fue corta, murió muy joven y sin embargo, hace ya más de 150 años  que su figura se destaca en la Iglesia y en la  Sociedad,  porque su contribución ha sido grande, porque ha dejado una estela de  santidad  y porque todavía hoy su vida y  su ejemplo tienen muchas cosas que decirnos., entre ellas que la caridad es un camino para la santificación y que  la santidad es posible para todos, como nos lo acaba de decir el Papa Francisco en su Exhortación sobre la Santidad.

SOR ROSALÍA RENDU

En 1786 el matrimonio formado por Juan Antonio Rendú, labrador en la aldea de Confort, y María Ana Laracine ven nacer su primer hijo. Era el día siguiente de la fiesta de la Natividad de la Virgen. El hijo, una niña, bautizada el mismo día de su nacimiento, el 9 de septiembre, por el sacerdote Genolin. Recibió el nombre de Juana María. Un día recibirá el de sor Rosalía y hablará de ella todo París.

El registro del libro de bautizos indica que fue madrina Nicolasa Rendú y padrino Juan José Rendú; pero este último, el abuelo, no hacia más que representar a un amigo íntimo, al que Juana María consideró siempre como su verdadero padrino, un compatriota, sacerdote de gran renombre y de mucha autoridad, el señor Emery, a quien su cargo retenía en Paras. Superior general de los sacerdotes de san Sulpicio y superior del seminario, no podía dejar su puesto, pero el padrinazgo ejercido por aquel eminente sacerdote era una bendición.

Juana María tenía sólo dos años cuando le nació uná hermanita, una muñequita viva a la que podía admirar, acariciar, mecer. Entretanto los días sombríos de la revolución se vislumbraban en el horizonte y en torno a aquellos niños inocentes y risueños se ceñía de preocupación la frente de los mayores. Pero Juana María y María Claudina vivían días apacibles con la ingenuidad de sus pocos años.

Pronto una nueva hermanita vino a completar la fiesta. Le pusieron por nombre Antonieta. Era el año 1793. Juana María iba a cumplir siete años. Cuando se tiene siete años resulta fácil jugar ¡era además la mayor! a hacer el papel de reina en el trío de las hermanas.
Sor Rosalía fue la “madre buena de todos” sin distinción de religión, puntos de vista políticos, o estado social. Con una manorecibía del rico, con la otra daba a los pobres. Sor Rosalía compartía la alegría de hacer buenas obras. A menudo se la podía ver en el salón de la casa con “sus amados Pobres”, así como con obispos, sacerdotes, oficiales del gobierno, mujeres adineradas y estudiantes de la universidad.Entre ellos Federico Ozanam y los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Tierna y respetuosamente Sor Rosalía y las Hermanas de la casa acompañaron a estos hombres jóvenes generosos y a otros estudiantes.Ella les recomendaba la paciencia, indulgencia y cortesía hacia ellos. “Amen a los pobres, no los culpen demasiado… recuerden que los pobres son aún más sensibles a su conducta que a su ayuda”. Sobre todo les enseñaba con su ejemplo: “¡Todos los días, en todo tipo de tiempo, Sor Rosalía cruzaba las calles y callejones que subían al Panteón, al lado sur de la Colina de Santa Genoveva… Con el rosario en la mano y un pesado cesto en su brazo, caminaba con paso rápido porque sabía “que los pobres la estaban esperando!”.

Ella hablaba de Dios a la familia que sufría porque el padre no tenía trabajo, a la persona anciana en riesgo de morir sola en un ático: “Nunca he orado tan bien como en las calles”, diría.Su fe, sólida como una roca y clara como una primavera, veía a Jesucristo revelado en todas las circunstancias. Su vida de oración era intensa, afirmaba una Hermana”…ella vivía continuamente en la presencia de Dios. Cuando tenía una misión difícil que cumplir, estábamos seguras de verla en la capilla o encontrarla de rodillas en su oficina.”

¡Con sus Hermanas y su inmensa red de colaboradores, cuidaba incansablemente, alimentaba, visitaba y consolaba a los demás! Dotada de una sensibilidad perspicaz, tenía empatía con todo sufrimiento. Hay algo que me está ahogando”, decía “y me quita el apetito… el pensar que a tantas familias les falta el pan”. Para el servicio de sus queridos Pobres, se atrevió a emprender todo con inteligencia y coraje.Nada la detendría si les permitía salir de su miseria.

SOR LINDALVA JUSTA DE OLIVEIRA

1. Himno Sor LindalvaNació en Río Grande (Brasil) el 20 de octubre de 1953, en una familia de 13 hijos de los cuales ella era la 6ª. De su madre aprendió a servir y amar a los pobres y especialmente a los niños, se preocupaba por los enfermos y los visitaba llevándoles alguna golosina. Desde muy temprana edad sintió el llamamiento de Dios a la vida consagrada, pero no lo pudo realizar sino más tarde, porque tuvo que ocuparse de acompañar a su padre viudo y enfermo.
Cuando ya estuvo disponible para darse a Dios escribió pidiendo la admisión en la Compañía de las Hijas de la Caridad de la Provincia de Recife; en la carta decía: “ Tengo 33 años , pertenezco a una familia pobre, sencilla y honrada , he sentido el llamamiento de Dios desde hace mucho tiempo ,pero solo ahora estoy libre de todo compromiso, tengo buena salud y fuerzas para trabajar “ Entró a la Comunidad el 16 de julio de 1986. Una vez terminado su tiempo de formación fue enviada l Albergue San Pedro, que era una residencia de ancianos en el Salvador, donde había 40 hombres.
Enérgica, alegre y olvidada de sí, compartía su fe con niños y jóvenes y era un verdadero apoyo para sus compañeras. Se le confió un pabellón de ancianos y se entregó con amor a su tarea, los amaba a todos y veía en cada anciano al mismo Dios, por eso los trataba con sumo respeto y delicadeza. Era profundamente piadosa y sobrenatural, con convicción decía: “Meditar y asimilar la palabra de Dios es necesario en estos tiempos en los que la proximidad con el mundo y con los pobres, nos puede enfrentar a situaciones difíciles.”Entre los 40 hombres del Albergue había uno llamado Augusto de Silva, un hombre de 46 años violento, apasionado e irascible que, en realidad no debía estar allí, pero que logró que lo recibieran por algunas recomendaciones. Se enamoró de Sor Lindalva y así empezó para ella una lucha y un verdadero calvario; por eso no es extraño que en sus escritos se encontraran frases como éstas: “Llegaremos a conocer si amamos verdaderamente a Dios, si aceptamos con valentía la Cruz”. Estas palabras muestran ya la lucha que estaba viviendo.
El 9 de abril de 1993 que era un viernes Santo, Sor Lindalva asistió con sus compañeras de comunidad al Viacrucis de la Parroquia. No podemos dudar que ese viacrucis fue para ella la ocasión de meditar sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo a quien ella amaba y había consagrado su vida; sus pensamientos y sentimientos se orientaban hacia la trayectoria de la vida pasión y muerte de Nuestro Señor, a quien había consagrado su vida.; se preparaba con ese viacrucis sin darse cuenta al holocausto supremo de su unión profunda con su pasión y muerte. En uno de sus escritos dice: “Cada día de nuestra vida debe ser un día de acción de gracias por el gozo de haber sido llamadas por Dios para servirle en los pobres. Quien sigue a Jesucristo, recibe la fuerza para imitarlo y llevar su Cruz; yo quiero irradiar esa felicidad sirviendo y haciendo el bien.”
Terminado el viacrucis Sor Lindalba regresó al albergue , se puso su delantal de sierva y empezó a preparar lo necesario para el desayuno de los ancianos; subía la escalera llevando una bandeja, cuando sintió que alguien la tocaba en el hombro, al volverse a mirar ,solo pudo ver su agresor que le propinó una cuchillada violenta en el cuello, cayó y el asesino sació su ira y su venganza apuñalándola por todo el cuerpo; no pudo soportar que ella rehusara sus perversas insinuaciones. Su cuerpo quedó despedazado, sin embargo era puro como el día de su Bautismo, con su sangre había sellado su compromiso de ser toda de Dios.
El asesino fue detenido por la policía y llevado a la cárcel ante la consternación de las Hermanas y de todo el personal. Las Hermanas de Recife guardan como preciosa reliquia su hábito ensangrentado y el cuchillo que sirvió para su martirio. Esas reliquias hablan de lo que fue esta Hermana, de su ejemplo y sus virtudes. San Vicente hablando a las Hermanas les decía: “Piensen en las Hermanas que ya han pasado a la eternidad, piensen como eran, qué hacía, con qué espíritu lo hacían y esfuércense por imitarlas.”
La Beatificación de Sor Lindalva empezó ante el clamor del pueblo que continuamente lo pedía impresionados por su fe, por esa joven Hija de la Caridad que habían conocido y que servía con tanto amor a los pobres, por su fe y su martirio. El 17 de enero del año 2000, el Arzobispo de Salvador, después de recibir la autorización del Tribunal Eclesiástico, nombró una Comisión especial, compuesta por varios expertos, para qué hicieran una cuidadosa investigación sobre la vida y las virtudes de Sor Lindalva ,para que recogieran las pruebas y escucharan a los numerosos testigos de su martirio.
El Tribunal recogió todas las pruebas y escuchó a numerosos testimonio; después de este trabajo 3 de marzo del año siguiente en la Catedral del Salvador el tribunal presentó el resultado de su trabajo, fue firmado por el Cardenal y llevado a Roma por el Procurador Fray Paolo Lombardi. Un grupo de teólogos y expertos lo revisaron detenidamente todas las actas del proceso y llegaron a la conclusión de que Sor Lindalva era en verdad mártir de la fe y de la castidad.
Sor Lindalva fue Beatificada el 2 de diciembre del año 2007 en Salvador con una impresionante ceremonia en el Estadio , a donde acudieron unas 50.000 personas ,la Superiora General con su consejo, numerosas Hijas de la Caridad y además su madre y uno de sus hermanos , la madre llevaba la reliquia de su hija. Ambos dieron testimonio de lo que Sor Lindalva representaba para la familia; su madre expresaba intensa alegría al pensar que había dado una hija Dios y a los pobres., era admirable ver su serenidad y su alegría.
La vida de Sor Lindalva nos dice que el Reino de Dios no se construye por la violencia sino por el amor y la entrega desinteresada en el servicio . Todo discípulo de Cristo está llamado a sufrir por amor y a servir . “Yo les mostraré todo lo que tendrá qué sufrir y padecer por mi nombre “, le dijo Jesús a San Pablo cuando lo eligió.
¿Qué nos dice Dios ahora a través de esta hermosa vida, una vida corta pero llena de Dios? La pone ante nuestros ojos para que aprendamos a amar y a vivir solo para Dios y a centrar nuestra vida en El. Sor Lindalva decía: “Hay que meditar y asimilar la palabra de Dios , esto es necesario para qué nuestro servicio tenga sentido y valor ; necesitamos leer la palabra de Dios desde el punto de vista del pobre, pero también leerla desde la vida de los pobres.
Al comenzar a estudiar el decreto sobre el martirio de Sor Lindalva, el Prefecto de la Congregación para la causa de los Santos, el Cardenal José Saraiva , recordó las palabras del Papa Benedicto XVI a los religiosos. “ Pertenecer el Señor significa consumirse en su amor, dejarse transformar por su belleza , ofrecerle su pequeñez que ,unida a su grandeza, da testimonio la riqueza del amor . Pertenecer al Señor, he ahí en qué consiste la misión de los hombres y mujeres que han escogido servir a Cristo en los pobres , a un Cristo casto, pobre y obediente para que el mundo crea y sea salvado.”
Pidamos al Señor por medio de Sor Lindalva y de todos los Santos y Beatos de la Familia Vicentina, como nos lo dice el Padre General, que nos ayude a vivir nuestra vocación como la vivieron ellos y nos alcance del Señor vocaciones sólidas que sepan consumir su vida amando al Señor en los pobres.

JUAN GABRIEL PERBOYRE

A lo largo de la historia de la Iglesia no han faltado las persecuciones y por consiguiente los mártires de la fe. La Iglesia no canoniza a todas esas personas, pero sí a algunos para nuestro bien, para presentarlos como auténticos modelos. En la Constitución Apostólica “Perfecto Magisterio” leemos: “Fijaos bien en este hombre, meditad en la vida de esta mujer, aprended de ellos lo que significa hoy ser santo.” La vida de Juan Gabriel hoy nos habla de fidelidad y de valentía para acepar lo que el Señor quiere de nosotros.
Juan Gabriel nació en Montgesty Francia el 6 de enero de 1802 y fue bautizado al día siguiente. En la familia, una familia profundamente cristiana eran 8 hijos, cuatro varones y cuatro mujeres; dos de sus hermanos fueron también miembros de la Congregación de la Misión y dos de sus hermanas fueron Hijas de la Caridad.
A unos 80 kilómetros de donde vivía la familia, había un Seminario regentado por los Sacerdotes de la Misión y en él trabajaba el Padre Santiago Perboyre, tío de Juan Gabriel, era un tío apreciado por toda la familia por su virtud y sabiduría, enviaron allí a Juan Gabriel y se entregó al estudio con esmero, ganándose la confianza y el apreció tanto de profesores como de los alumnos. En 1817 los Seminaristas participaron en una misión en medio del pueblo campesino y eso marcó profundamente el alma de Juan Gabriel que afirmó después “Yo seré también un Misionero”.
En el otoño del año 1818, después de una fervorosa novena a San Francisco Javier, misionero en el Japón, para pedirle que lo iluminara sobre su vocación, Juan Gabriel pidió la admisión a la Congregación de la Misión e ingresó al Seminario interno; después de 2 años fue autorizado a hacer los votos, tenía entonces 19 años de edad. En 1821 llegó a París a la casa de San Lázaro para sus estudios eclesiásticos y se destacó en teología y en Sagrada Escritura. Fue ordenado Sacerdote el 23 de septiembre de 1826, justamente en el aniversario de la ordenación de San Vicente en 1660. La ordenación fue en la Capilla de la casa Madre de las Hijas de la Caridad y allí mismo celebró también su primera Misa.
Fue enviado primero como profesor y luego como Superior al Seminario de San Flur. En ese tiempo tuvo una prueba muy dolorosa, su hermano Luis, murió en alta mar, el 3 de mayo de 1831 cuando iba de misionero a Macao en China. Al conocer la noticia la reacción de Juan Gabriel fue inmediata: “Soy yo el que debe reemplazarlo.” Al año siguiente lo trasladaron a la Casa Madre como subdirector del Seminario y allí se destacó como un excelente formador, tenía 30 años. Acogía siempre a los seminaristas con bondad, pero sin caer en la debilidad, era exigente en lo tocante a la obediencia y al cumplimiento del deber, si tenía que llamar la atención lo hacía con firmeza, pero sin herir jamás a nadie, su gran deseo era que los Seminaristas tomaran a Jesús como su Maestro y modelo de su vida y de su misión.
Pero su deseo de Misiones crecía en él y en 1835 obtuvo de los Superiores el permiso para viajar como Misionero a China. Se embarcó el 2l de marzo y llegó a Macao el 25 de agosto, después de una larga travesía, porque todavía no se había abierto el canal de Suez que acortaba el trayecto, durante el viaje lo acompañó el recuerdo de su hermano Luis muerto en alta mar, pensando en ´su hermano escribió: “No sé lo que me está reservado en la carrera que se abre ante mí, sin duda muchas cruces, porque ese es el pan cotidiano del Misionero. Y ¿qué cosa mejor se puede esperar cuando se va a predicar a un Dios Crucificado? Consideraba el sufrimiento como un aspecto del amor Providente de Dios, en quien confiaba totalmente.
Las leyes de China prohibían la entrada de extranjeros y sobre todo de sacerdotes que iba a predicar el Evangelio, a pesar de esas leyes misionaban ya en China algunas Comunidades como los Franciscanos, los Jesuitas y los Agustinos, todos patrocinados por el gobierno francés .Macao a donde llegó Juan Gabriel era una puerta de entrada clandestina de todos los misioneros. Como dato curioso las Hijas de la Caridad fueron la primera Comunidad femenina en llegar a China en el año 1848, entre los primeros grupos de Misioneras hubo una hermana de Juan Gabriel y según la historia, se encontraba todavía allí cuando el Papa León XIII lo declaró Beato.
Juan Gabriel amaba a Dios tierna y amorosamente ; cuando viajó a China lo hizo en compañía de otro Misionero, al llegar a su misión no podía menos de pensar en el Beato Francisco Regis Clet su cohermano, que había sido martirizado en el año 1820 , era para él un estímulo y un modelo en su vida Misionera, recordaba su vida, sus virtudes y esa entrega generosa por Dios y por su Evangelio .En sus cartas habla con admiración del Beato Regis Clet.
Se entregó con celo y ardor a la propagación del Evangelio a pesar del ambiente hostil que se respiraba. Qué feliz me siento en tan hermosa vocación, decía. Las cartas que enviaba a su familia y a sus cohermanos estaban llenas de relatos emotivos de sus correrías y de la alegría que encontraba en su trabajo misionero; hablaba también de la necesidad de evangelización del pueblo chino y de las condiciones difíciles en las que se iba implantado el Evangelio. Amaba también profundamente su Congregación de la Misión, tenía hacia ella un gran sentido de pertenencia; en una de sus cartas dice “Daría mil vidas por nuestra Congregación”. Uno de los temas más frecuentes en sus cartas es la forma como Dios bendice la Congregación; en la calidad de los novicios ve una señal de los planes de Dios. Desea que muchos jóvenes lleguen a ser hijos de San Vicente.
Como amaba sinceramente al pueblo chino, desde su llegada llevó a cabo una verdadera inculturación, haciéndose chino con los chinos; empezó por adoptar el vestido de los chinos, se hizo rapar la cabeza dejando una larga trenza que cae sobre las espaldas, tal como la llevan todos los hombres, aprendió a comer con los dos palillos según la costumbre del país, aprendió la lengua y llegó a hablarla correctamente .Esa inculturación, la hizo no solo para ser uno de ellos, sino también por la necesidad de pasar inadvertido porque ya estaba decretada la pena de muerte para los extranjeros y sobre todo para quienes vinieran a implantarla fe católica.
Juan Gabriel no ignoraba los riesgos que corría en sus andanzas misioneras, y sin embargo iba de un lugar a otro haciendo el bien como Jesús, confiado plenamente en la Divina Providencia., seguro de encontrar siempre su protección. Como San Pablo podía repetir: ¿Quien me separará del amor de Cristo? La persecución, la muerte? Nada ni nadie me puede separar del amor de Cristo. En una de sus cartas dice:”Qué feliz me siento en tan admirable vocación.” En enero del año 1838 Juan Gabriel pasó de Macao a Hu-pei, una región montañosa y lejana, donde encontró una población cristiana muy buena pero en condiciones de una pobreza extrema; entonces puso a su disposición de los pobres lo poco que poseía, su pequeña habitación, su pobre comida, su tiempo etc. Aprovechó el tiempo para hacer catequesis, bautismos, primeras comuniones, matrimonios, visita a los enfermos, etc. Pero la persecución arreciaba por todas partes, en ningún lugar los sacerdotes estaban seguros, eran vigilados continuamente.
De HU-Pei, pasó a Ho-nam en 1836, allí continuó misionando, pero un poco más tarde fue traicionado por un catecúmeno .Estaba reunido con otros dos sacerdotes cuando un cristiano vino a decirles que los soldados los buscaban que era preciso que huyeran. Juan Gabriel se escondió en un bosque de bambú pero al día siguiente fue delatado por un catecúmeno que se dejó comprar por dinero, como Judas ; lo descubrieron y lo llevaron a la prisión, donde tuvo que afrontar largos y penosos interrogatorios., como también malos tratos, fue golpeado y torturado varias veces, con varillas en todo el cuerpo y sobre todo en la boca. Uno de sus amigos, el Padre Ing , disfrazado de comerciante, pudo ir a visitarlo y le llevó la comunión, Juan Gabriel aprovechó para confesarse.
Mientras estuvo en la cárcel aprovechó todo el tiempo para infundir valor a numerosos cristianos que compartían su cautiverio, fue para ellos un consuelo. Algunos cristianos se las arreglaban para hacerle llega algunos alimentos y medicinas que él generosamente compartía con los demás A finales de noviembre compareció ante el tribunal que lo declaró culpable de haber entrado ilegítimamente al país y de haber propagado la fe cristiana, por tanto era un peligro para la nación entonces fue condenado a muerte .
El 11 de septiembre de 1840 fue conducido a las afueras de la ciudad , lo colgaron de un poste con una cuerda alrededor del cuello , los soldados la tiraban para estrangularlo, con el primero y el segundo intento no lo lograron pero en la tercera vez lo hicieron con tal violencia que murió completamente asfixiado , cuando lo vieron que estaba expirando un soldado le dio una patada en el estómago y así terminó su vida . Un valiente catequista logró conquistarse a los soldados, para que le dejaran llevarse el cadáver y lo sepultó cristianamente cerca de donde reposaban los restos de Francisco Regis Clet, otro Misionero también martirizado en China.
El amor de Jesús que lo llevó a dar su vida por nosotros ha sido y es la fortaleza de los mártires, que siguen paso a paso su dolorosa pasión. Juan Gabriel, como Jesús, fue juzgado en un proceso que nos recuerda el de Cristo, fue condenado a muerte, fue traicionado por uno de los suyos, sufrió una dolorosa pasión y perdonó a sus enemigos. Como nuestros mártires, es en el Evangelio, en la oración y en la Eucaristía en donde tenemos que encontrar la fuerza necesaria para caminar en pos de Cristo y para ser fieles hasta el final, aún en medio de las pruebas, porque la cruz no puede faltar en quienes nos llamamos discípulas de Cristo.
Juan Gabriel Perboyre murió como el grano que se hunde en la tierra para dar frutos después de haber consumidos sus fuerza en la proclamación del Evangelio en medio de un pueblo pagano. Encomendémonos a él para qué nos obtenga del Señor firmeza en nuestra fe y valor para amar y servir aún en medio de las dificultades. Fue Beatificado el 10 de noviembre de 1889 y fue Canonizado en Roma, por el Papa Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

BEATO LUIS JOSE FRANCOIS

BEATO  LUIS  JOSE  FRONCOIS

Fue un Misionero Vicentino, mártir durante la Revolución francesa. Beatificado  con  uno de sus cohermanos  llamado Juan Enrique Gruyer  en el año 1926. De Luis José no tenemos mucha información , pero con lo poco que hay podemos descubrir a un Misionero  ejemplar, estudioso , con una gran capacidad de liderazgo que le permitió  interesarse en la realidad socio-política de su tiempo  y en el futuro de la Iglesia en Francia  y no solo interesarse en ellos, sino vivirlos en carne propia. En las revueltas que se presentaron en el año 1789 y que fueron las que pusieron fin al Antiguo Régimen, Francia vivió  un tiempo de crisis  y confusión, con enfrentamientos entre la Religión y el Estado.  Esto llevó a Luis José a lanzarse la acción ; consultó, reflexionó, escribió y denunció los abusos  de un gobierno corrupto  que se aprovechaba del pueblo , denunció los impuestos que abrumaban al pueblo, especialmente a los campesinos;  y  la mayor de  sus  denuncias fue la que hizo cuando se negó rotundamente  al Juramento de la Constitución civil del clero, porque la consideraba cismática y como una  verdadera ruptura con Iglesia católica .  Por todas esas denuncias, el Padre Luis José  llegó a ser  uno de los principales protagonistas  del enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado. Uno de sus cohermanos Vicentinos que, por milagro no murió con él, afirmó que  fue uno de los más  ardientes defensores  de la fe Católica.

El Juramento de la Constitución Civil del clero decía. “Juro mantener con todas mis fuerzas  una nueva Constitución que, de las ruinas  de la Iglesia fundada por Jesucristo, crea una Iglesia nueva  y diferente, sin otra fuerza y  apoyo que la voluntad del pueblo.”El  Beato Luis José publicó una  Apología  contra ese juramento, en pocos meses tuvo 7 ediciones; en ella decía: “Morir de hambre es un desgracia, pero es mayor desgracia vivir  como apóstata e infiel a nuestra  Religión católica.”Todo esto nos muestra su celo apostólico, su valor y firmeza y su adhesión total a la Iglesia, que defendió siempre corriendo muchos peligros.

Luis José  ofreció su casa que era el Seminario de San Fermín y que llegó a ser el refugio de muchos sacerdotes  que se negaban a aprestar el juramente y por tanto eran perseguidos  y no podían continuar su ministerio en las diferentes parroquias., allí se sentían protegidos. Pero la revolución tomaba fuerza, funcionaba así: por una parte el Comité  Revolucionario que permanecía en sesión permanente dando órdenes y vigilando  y por otra parte una turba de  de hombres y mujeres de condición miserable  que, acosados por el hambre se lanzaban a la persecución de todo lo que tuviera relación  con el Gobierno y la Iglesia porque la consideraban unida al Estado. Esas turbas eran las que atacaban, asaltaban y mataban; un Comité se encargaba de vigilarlas y  de darles una miserable remuneración.,

El Padre Luis José, como los otros sacerdotes se habían sentido relativamente seguro  en esa casa de San Fermín, tenían un Comité de guardia  civil para la vigilancia y protección de todos los moradores , sin embargo  la situación era tal que  debían estar preparados para cualquier desenlace. ; Unos días antes había hecho su Retiro espiritual, sin pensar que la confesión que hizo ese día  sería la última dese vida  y lo preparaba para el acto supremo del Martirio. El 3 de septiembre del año  1792 a las 5 de la tarde,  estaba el Padre Luis José con otros sacerdotes en una reunión, cuando de repente entraron a la fuerza hombres descamisado y armados; se habían dividido en 2 grupos, unos que entraron a la casa y otros que  quedaban  en la calle para  acorralar y coger al que intentara huir.

Cuando el Padre Luis José se dio cuenta del peligro subió al segundo piso con otros sacerdotes  y se refugiaron en un cuarto reservado  a los vigilantes ,pero no se escaparon, los bandidos forzaron la puerta , los arrinconaron y luego  con violencia los tiraron por la ventana del segundo piso a la calle, allí los recibió una turba enfurecida que los acabó de rematar a punto de palos y machetazos; desde otras ventanas tiraban también otras víctimas, fue  una verdadera carnicería en una vía pública. . Otros fueron asesinados en la misma casa, había  sacerdotes  y  seglares; el número tal de víctimas  en esa tarde sangrienta  fue de 78 personas, la mayoría Sacerdotes. Fueron muy poco los que lograron salvarse escondidos  en los baños y en los armarios. Entre las víctimas estaba  el Padre Luis José y Juan Enrique Gruyer Sacerdotes de la Misión, como también el Párroco  de San  Nicolás de Chardonnet.  Luis José, Nicolás Colin y Juan Carlos Coran   fueron Beatificados  el 17 de octubre  de 1926 Por el Papa Pío XI.

MARTIRES EN ESPAÑA

El mensaje de nuestros Santos  y Beatos  permanece actual, su  recuerdo se prolonga en la  historia y nos anima a cultivar la fe y el amor, para ser luz y esperanza para los pobres.

Beatificados  el 13 de octubre  del 2013 por el Papa  Benedicto XVI .  Su fiesta noviembre 6 .

SACERDOTES DSE LA MISION.
Tomás Pallares.
Amado García
Pelayo José Granado.
Andrés Avelino Gutiérrez.
Ricardo  Atanes.
Fortunado  Velasco.
Leoncio Pérez
Ireneo Rodríguez
Gregorio Carmeño.
Antonio Carmaniú
Vicente Vilumbrales.
Modesta Moro.
Pilar Sánchez.

HERMANOS COADJUTORES.

Sebastián González
Luis Aguirre
Narciso Pascual.

LAICOS VICENTINOS
Dolores Broseta   .  Hija de María

HIJAS DE LACARIDAD.
Melchora  Cortés.
Severina  Díaz.
María Dolores Barroso
Estefanía Saldaña
María Asunción Mayoral.
Ramona Cao.
Juana Pérez.
Dolores Caro.
Concepción Pérez.
Andrea Calle
Josefa Gironés.
Lorenza  Díaz.
Gaudencia  Benavides.
Rosario   Ciércoles
María Luisa Bermúdez.
Micaela Herrán.
Martina Vásquez.
Josefa Marinez.
Joaquina Rey.
Victoria Arregui.
Josefa Laborra.
Carmen Rodríguez.
Estefanía Irisarri.
María Pilar Nalda.
Isidora  Izquierdo.

“ LA SANGREE  DE NUESTRAS  HERMANAS  HARA  QUE  VENGAN   MUCHAS  OTRAS, Y , MERECERÁ QUE  DIOS  CONCEDA  A  LAS  QUE QUEDAN,  LA  GRACIA  DE  LA  SANTIFICACION.”

( San Vicente. 1958 )

En la carta a los Romanos (8.35) San Pablo dice: “ Quién me separará del amor de Cristo? Las pruebas, las angustias, la persecución, el hambre, los peligros, la espada? Ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro, ni criatura alguna podrá apartarme del amor de Dios, que encontramos en Cristo Jesús”.

En la iglesia y en la espiritualidad vicenciana , mártir es la persona a quien se le arrebata la vida y ella la entrega con amor y libertad. Este hecho de arrebatar la vida, es siempre por una causa ; en nuestras mártires ha sido siempre la defensa de su fe, su adhesión a Jesucristo y su entrega a la causa del reino. Desde los primeros siglos de la cristiandad, aparecen en la iglesia los mártires, fecundándola con su sangre y fortaleciéndola con su testimonio; por eso el martirio es algo constitutivo de la vida cristiana, que no es otra cosa que amar y seguir a Jesucristo que dio la vida por nosotros. El martirio es un misterio de Dios, es una gracia y es un don. que no todos merecemos.

En la conferencia de abril de 1655, San Vicenta e habla a los misioneros del padre Blanc , que ha sido hecho prisionero en Escocia y les dice: “ la Cía podría sentirse dichosa, si Dios la encontrara digna de darle un mártir; tiene que haber algo muy grande en la cruz y en el martirio, ya que Dios suele pagar el servicio que se le hace, con persecuciones, cárceles y martirio.”

El Papa Benedicto XVI dice en uno de sus escritos: “Necesitamos testigos de la fe, mártires que entreguen su vida libremente, en las alternativas de la vida cotidiana; hoy más que nunca, en esta sociedad moderna y secularizada, es cada vez mayor la urgencia de plantar la cruz de Cristo en el centro del cristianismo, porque ella es memoria conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de los que sufren injustamente”.

San Vicente hablando a las primeras Hijas de la Caridad les dijo: “Cuando Salomón quiso construir el templo a Dios, puso en él como fundamento, piedras preciosas ; quiera la bondad de Dios, concedernos la gracia de que vosotras, que sois el fundamento de la Cía, seáis esas piedras preciosas.” Y la Madre Guillemín, antigua Superiora general de la Cía , como parafraseando a San Vicente, dijo : “ La Compañía de las Hijas de la Caridad es una de las joyas de la iglesia, no digo que sea la más bella, pero sí, una de sus joyas.”

A estas Hermanas martirizadas en España, las podemos llamar, con sobrada razón, “piedras preciosas de la Cía, porque hicieron brillar la luz de Jesucristo. Ellas fueron felices en su vocación, su deseo era consumir su vida en seguimiento de Cristo, amándolo y sirviéndolo en la persona de los pobres; no buscaron la muerte, inclusive obraron con prudencia durante la persecución, pero aceptaron el martirio valientemente, convencidas de que es el acto supremo del amor a Dios.

A la Sma Virgen en las letanías la invocamos como la Reina de los mártires, porque su vida, como colaboradora en la obra de la redención, fue un continuo martirio. Después de la presentación en el templo, de la huida a Egipto de la pérdida de Jesús en el templo, etc. la encontramos con el corazón traspasado de dolor, al pie de la cruz recibiendo el último suspiro de su Hijo . Fue mártir en su corazón y la madre del primero y el más grande de los mártires. La plenitud de la gracia que había recibido desde su concepción y que no cesaba de crecer en ella, había aumentado considerablemente su capacidad de amar y de sufrir.
Hoy la iglesia continúa suscitando mártires que, en pos y a ejemplo de María y de lo primeros mártires de la Iglesia , con su testimonio nos recuerdan que no podemos pretender amar a Dios, si no somos capaces de sufrir con El y por El.

No podemos olvidar que hay diferentes clases de martirio. Hay en primer lugar el martirio de la fe, que consiste en sufrir la muerte por el nombre de Cristo, este es el martirio por excelencia. La cruz, en la vida de una H.C. o de un Misionero, puede tomar diferentes formas y conducir por caminos muy diversos. En algunas ocasiones puede ser el martirio de la sangre, como lo vemos en nuestros mártires; pero otras veces puede ser el martirio del corazón, como lo sufrió la Sma Virgen, o el martirio de la entrega diaria en condiciones difíciles, compartiendo con los pobres su cruz, su pasión, sus sufrimientos; el martirio de la injusticia, de la incomprensión , de la persecución, el martirio de una larga y penosa enfermedad. Todo esto, no es otra cosa que ir muriendo cada día.

En la repetición de oración del 12 de noviembre de 1656 San Vicente dijo: “ Quiera Dios, padres y hermanos, ,que todos los que vengan a la Compañía, vengan con el pensamiento del martirio, con el deseo de sufrir en ella y de consagrarse por entero al servicio de Dios, tanto en los países lejanos, como aquí, o en cualquier otro lugar. Si hermanos míos, con el pensamiento del martirio; deberíamos pedirle muchas veces a Dios esta gracia y esta disposición de estar dispuestos a exponer nuestra vida por su gloria y la salvación del prójimo. Puede haber algo más razonable que dar la vida por AQUEL que entregó la suya por nosotros?

El padre Karl Rahaner dice: “ Todo cristiano, en todo tiempo y circunstancia , sigue a Jesús muriendo con El, por eso la espiritualidad cristiana ha reconocido que, soportar con amor y de manera paciente y heroica el sufrimiento, es una especie de martirio. Cuando en un cristiano brillan los valores evangélicos y se asumen las virtudes de las bienaventuranzas con todas sus consecuencias, se puede decir de él , que es un mártir.

Tanto la H.C. como el Sacerdote de la Misión, puede encontrarse a veces en situaciones tan difíciles, que los lleven a exponer su vida; a veces puede ser en lugares en donde hay epidemias, falta de higiene, inseguridad, persecución etc. La salvación el alivio de los pobres en un honor tan grande, que merece cualquier sacrificio, al precio que sea. No hay amor más grande que el de dar la vida por los que se ama.

La entrega, la inmolación, el martirio, es una consecuencia lógica de nuestra vocación, ya que, al consagrarnos lo hemos entregado todo. El 4 de agosto de 1658 San Vicente habló a cuatro Hnas que iban a ser enviadas a Calais y entre otras cosas les dijo: “ Que vais a hacer hijas mías? Vais a ocupar el lugar de la que han muerto, vais al martirio, si Dios lo quiere para vosotras. Me parece oíros decir: pero Padre, no hace mucho que vimos partir a cuatro Hnas, una ha muerto y las otras están a punto de morir y ahora, usted manda otras cuatro? Vamos a perder a nuestras Hermanas? Que pasará con la Compañía ? A esto os respondo hijas mías: la sangre de los mártires es semilla de buenos cristianos, por una que ha recibido el martirio, vendrán otras muchas”.

De las 30 mártires en España, 27 sufrieron el martirio en comunidad, con fe y amor ; solo tres fueron sacrificadas individualmente, pero unidas siempre de corazón a su comunidad. Al estallar la revolución había en Madrid 1.800 hermanase y en toda España 9.000 ,divididas en dos provincias. Todas sus comunidades fueron disueltas, a excepción del hospital San Luis de los franceses, porque estaba protegido por la embajada francesa. Entre las dos provincias, 3.500 Hnas sufrieron la persecución y la dispersión , pasaron por cárceles, sufrieron calumnias y malos tratos, algunas de ellas fueron violadas y otras calcinadas en medio de los incendios

En la historia de nuestra familia vicenciana, hay ejemplos bellísimos de esa entrega incondicional hasta el martirio; basta pensar en Margarita Naseau, la primera hija de la Caridad, mártir por haber hecho un acto de caridad con una enferma apestada .El envío de misioneros a Madagascar, a donde no todos llegaban porque varios murieron en el camino. Las Hermanas enviadas a curar a los heridos en Calais, donde algunas murieron agotadas por el trabajo y la fatiga.. Las mártires de China etc. Mirar nuestra historia y ver a través de los siglos a muchas de nuestras Hermanas escribiendo bellas páginas de heroísmo y fidelidad, nos lleva a bendecir a Dios que es el autor de todo bien y a pedirle que a todos nos de esa misma valentía y ese amor, que es capaz de llegar hasta el sacrificio supremo.

Hablar de cada una de nuestras Hermanas mártires se haría demasiado largo, vamos a ver por lo menos algunas:
En Jaen había una Comunidad de 5 Hermanas que trabajaban en el hospital antituberculoso. En julio de 1936 fueron calumniadas de robo y detenidas en oscuros calabozos, en el interrogatorio no les pudieron probar nada y entonces las dejaron en libertad ; como no podían quedarse allí tomaron rumbos diferentes, dos de ellas Sor Ramona Caro y Sor Juana Suárez, tomaron el tren hacia Madrid, era un tren lleno de prisioneros; iban vestidas con el uniforme de la cruz roja, pero les vieron el rosario y entonces las descubrieron, fueron insultadas y maltratadas y al bajar del tren las arrastraron hacia la carrilera y las fusilaron; era el 12 de agosto de 1939.

Hospital de Segorbe. El 27 de junio una banda armada irrumpió en el Hospital y arrojó a las Hermanas a la calle; encontraron refugio en una pequeña pensión dirigida por una antigua alumna. Para ellas este encierro fueron días de oración y recogimiento; deseaban confesarse porque presentían la muerte ,pero no podían salir a la calle porque los milicianos las vigilaban continuamente. Un día, la Hna Sirviente decidió intentar algo y se inventó una estrategia; las Hnas escribieron sus pecados en un papelito que cada una numeró, sabían que en la casa del frente había un Sacerdote refugiado, entonces Sor Martina Vásquez, burlando la vigilancia atravesó la calle, se confesó y entregó al Sacerdote los papelitos de las Hermanas y con él organizó su plan: Al día siguiente a determinada hora, cada Hna siguiendo la enumeración de los papeles, se acercaría al cristal de la ventana y rezaría el acto de contrición, elSacerdote también, con el postigo entreabierto leería el papelito y le daría la absolución; así lo hicieron todas. Aquella misma noche Sor Martina fue detenida y la fusilaron en la carretera fuera de la ciudad. Tenía 65 años.

En Albaceta la Comunidad estaba integrada por 10 Hermanas , llevaba allí 70 años trabajando en la formación y promoción de los internos, en una casa de la misericordia.. Fueron condenadas a muerte, pero avisadas por un empleado, salieron furtivamente en la noche del 26 de julio de 1936, viajaron a Madrid y se refugiaron en casa de un sobrino de una de ellas; pero unos días después la situación económica era muy precaria, entonces salieron a buscar otro refugio; al descender del tranvía las reconocieron y las detuvieron. A las dos Hnas más jóvenes Sor Dolores Ursula y Sor Andrea Calle las llevaron a otra cárcel, donde fueron sometidas atoda clase de vejaciones y al martirio de la violación, finalmente fueron fusiladas en la misma cárcel.. Aceptaron la muerte por fidelidad a Jesucristo y murieron perdonando a sus verdugos y gritando Viva Cristo Rey.

En el Htal Santa Cristina en Madrid trabajaban 15 Hnas atendiendo a madres embarazadas y a niños recién nacidos, al ser expulsadas, Sor Pilar Isabel Sánchez y Sor Modesta Moro ,se alojaron en una pequeña pensión, pero al salir un día para la eucaristía fueron reconocidas como Hijas de la caridad, las arrastraron hasta el kilómetro 6 de la carretera a Toledo , las amarraron juntas y las fusilaron el 31 de octubre. Una de las empleadas de la pensión dijo que Sor Modesta tuvo el presentimiento del martirio, pues al salir pronosticó: “Las dos seremos las últimas víctimas “sus cuerpos fueron enterrados en fosa común y jamás se pudieron recuperar.

Sor Josefa Gironés trabajaba en el departamento de maternidad del hospital San Carlos. El 19 de julio de 1639 hizo sus votos por primera vez y ese día por inspiración del Espíritu Santo, contó, con grande emoción, que había pedido a Dios la gracia del martirio; 4 meses después lo recibió con fe y alegría, en compañía de sor Lorenza Díaz.

SorJoaquina Rey Aguirre. El gobierno republicano decidió suprimir la casa de beneficencia de Valencia, para evitar toda influencia religiosas. El director dio la orden a la superiora de que entrenara a los milicianos en la marcha de la casa, de ello fue encargada Sor Joaquina que sabía defenderse muy bien; los milicianos decían que parecía una abogada y le pedían que se quedase con ellos, cansadas las Hnas de esta situación fueron un día al director y le dijeron que así no podían seguir, el director les contestó que no podían irse porque él no tenía personal suficiente. Tuvieron que sufrir muchos intentos para convencerlas de que se quitaran el hábito y se quedaran con ellos, las estimulaban prometiéndoles muchas cosas pero ellas estaban decididas a defender sus convicciones.
El 21 de julio la Cdad recibió la orden de retirarse. El 25 el Padre Ramón Sanacho les celebró la última eucaristía, animándolas a que fueran valientes. Al día siguiente la Cdad se dispersó, salieron en grupos de dos ó tres a pensiones o casas de familia. El 28 de octubre de 1936 fueron apresadas Sor Joaquina, Sor Vctoria y Sor Josefa, estaba con ellas el Padre José Ruiz. Al amanecer del día 29 los llevaron al cementerio de Gilet. Sor Joaquina se opuso a que las fusilaran en el cementerio porque era un lugar sagrado, entonces las colocaron fuera, junto a una tapia exterior; estando ya allí, Sor Joaquina tuvo miedo ante la muerte y arrebató el arma al miliciano que la iba a matar y que en la cárcel había intentado violarla; entonces el Padre le dijo: Sor Joaquina no pierda esta gracia, no desperdicie la ocasión de entrar triunfante al cielo, tenemos la corona ya muy cerca ; ella entonces entregó el arma, se puso de rodillas y pidió perdón por su cobardía y la absolución , luego se abrazó a su compañera y las amarraron con un cable; acto seguido una ráfaga de tiros acabó con ellas y con los sacerdotes. Sor Joaquina tenía 41 años y 10 de vocación.

Según los experto en gemología, los diamantes sin tallar apenas tienen brillo, pero si se cortan adquieren un brillo muy fuerte. Así la Comunidad de Bétera dio brillo especial a su caridad tras ser cortada y martirizada por su fidelidad a Jesucristo. La Cdad estaba integrada por 7 Hnas que atendían a 380 alumnos de 3 a 12 años. La superiora era Sor Josefa Laborra que, al presentir la persecución animó a sus Hermanas a vivir serenas y confiadas en Dios; les decía: “si nos toca morir por Dios, que sea todas juntas, en comunidad. Esto no tardó en cumplirse, sabiendo que estaba próximo su fin dijo a sus compañeras: “Hermanas, vamos a padecer por Dios, estamos ahora en el huerto de Getsemaní, pero pronto llegará la resurrección “ pidió que la fusilaran la última para seguir alentando en la fe a sus Hermanas y también la de Dolores Broseta que era una hija de María encarcelada y fusilada como ellas.

Sor Dorinda Sotelo. Entró a la Comunidad cuando se empezaba la persecución religiosa, sus padres insistían en que se quedara en casa pero ella respondía:” Aunque me maten yo quiero ser Hija de la caridad” . Después del seminario fue enviada al Hospital del Espíritu Santo en Barcelona, donde las Hermanas cuidaban a los tuberculosos. Era tímida y de carácter bondadoso, sencilla, serena y de buen juicio, estaba dispuesta a seguir a Cristo hasta la cruz. Cuando las Hermanas fueron expulsadas del Hospital y encarceladas se mostró firme en sus convicciones de fe y en su vocación, tanto que llamó la atención de sus perseguidora; entonces le propusieron que escapara del martirio, que ellos le ayudaban, pero ella se negó rotundamente. La víspera de su muerte pudo recibir la comunión; así ella y Sor Toribia su compañera encontraron en el sacramento del amor, la fuerza necesaria para perdonar a sus enemigos y la valentía para afrontar la muerte y defender su castidad y su fe. Sor Dorinda tenía 21 años de edad y solo tres de vocación.

Cuando damos una mirada a la historia de la Compañía, la vemos enfrentado problemas y sufrimientos, escribiendo así una hermosa historia de heroísmo y de fidelidad. Son muchísimas las Hijas de la caridad que han sellado su vida con el martirio, en Francia, en China, en Polonia, en Méjico, en España etc..

Ellas pusieron sus pasos tras los de Jesús Crucificado, como El, sabían que iban a morir y cómo iban a morir, pero su opción era definitiva y su fe era muy fuerte ; se abandonaron en manos de Dios, aceptaron el desprecio, los ultraje y el sacrificio de su vida, para dar testimonio del amor por El.Ante el huracán de la violencia y la persecución, continuaron amando y sirviendo sin desfallecer, aceptaron seguir a Cristo hasta la cruz. Ellas son para nosotras un hermoso ejemplo de fe, de don de sí y de fidelidad inquebrantable.

De los 283 religiosas asesinadas en esa persecución en España, 29 fueron Hijas de la Caridad y de los 2360 religiosos, 57 fueron Sacerdotes y hermanos de la Congregación de la Misión.

San Vicente decía: “ Al comienzo de la Iglesia, los primeros cristiano tenían un fervor y una caridad admirables, no tenían más que un solo corazón y una sola alma y con ese favor hacían maravillas, convertían las almas y se animaban entre sí a sufrir toda clase de tormentos, hasta el Martirio. Si viésemos en la tierra el lugar por donde han pasado todos esos mártires, nos acercaríamos a él con respeto y lo besaríamos con grande reverencia”.

SANTA LUISA. En su testamento había pedido que una cruz de madera con el crucifijo y la inscripción Spes Unica, se alzara sobre su tumba. Esa cruz que la acompañó toda su vida, que fue su pasión y su martirio, esa cruz que ella vivió en seguimiento de Cristo y que la llevó a inmolarse por su amor y a consumir todas vida en su servicio.

A una de las Hermanas le escribe:” Nuestro Señor da a gustar sus consuelos a las almas llenas de su santo amor y les ayuda a hacer frente a todos los sufrimientos y sacrificios de esta vida, imitando a Jesús hasta el Calvario.”

A las Hermanas que estaban en gran peligro curando a los heridos en los campos de batalla les escribe: “Yo estoy segura que el Señor os dará valor y fuerza para morir antes que El sea ofendido en vosotras; Pertenecéis al Rey del cielo y por El debéis estar dispuestas a sacrificar , aún vuestra propia vida.”

BEATO GHEBRA MIGUEL

La Congregación del Misión llegó a Evangelizar en Etiopía en 1839 y las Hijas de la Caridad en 1868 con Sor Luisa Lequette y otras 7 Hermanas, pero en el año 1894. Tanto los Misioneros como las Hijas de la Caridad fueron expulsado a causa de la revolución, felizmente pudieron regresar en 1897.
Ghebra Miguel nació en Debo (Etiopía) en 1791, su padre era monofisita, es un religión que no acepta en Jesucristo más que una sola naturaleza. En sus primeros años guardó el rebaño de su padre y en un accidente perdió un ojo. Como era de temperamento calmado y serio y sentía pasión por la ciencia, su padre lo envió al Seminario; allí descubrieron sus grandes cualidades, sus valores intelectuales y la belleza de su alma.
A la edad de 19 años entró al Monasterio de Bertule y después de 6 años recibió la túnica blanca y el bonete de los monjes sin embargo durante ese tiempo se dio cuenta que su vida religiosa se limitaba a formas puramente externas y además constataba cierto relajamiento, los monjes ignoraban sus reglas que no se encontraban por ninguna parte, Greba Miguel se propuso encontrarlas y para ello recorrió varios Monasterios hasta que lo logró.
En Gondar encontró a San Justino de Jacobis Misionero Vicentino y con él viajó a Jerusalén, allí terminó renunciando la religión monofisita y abrazó la fe católica. Fue San Justino de Jacobis el que lo evangelizó y lo acogió en el seno de la Iglesia Católica cuando ya tenía 50 años de edad. En medio de una terrible persecución religiosa, fue ordenado Sacerdote el 1º. de enero de 1851 cuando se acercaba ya a los 60 años de edad, y 7 años después de haber abrazado la fe católica.
Entonces empezó a luchar por implantar la fe católica y llevar a la Iglesia de Abisinia a un gran esplendor, se entrevistó con el patriarca Petrus que, al reconocer sus ideas teológicas dictó un Decreto que obligaba a enseñar las dos naturalezas de Cristo, la Divina y la humana. Ese Decreto lo debía publicar y poner en marcha el Abuna Salama, pero para decepción de Ghebra Miguel el Abuna no permitió que se conociera y para deshacerse de Ghebra Miguel, trato de envenenarlo, pero la Providencia lo protegió.
Triste y decepcionado viajó a Adua en busca de San Justino que lo recibió con alegría. En 1844 San Justino fundó en Guala un seminario y lo confió a Ghebra Miguel. Pero el Abuna Salama no había desistido de su mala intención y empezó entonces una verdadera persecución, el seminario fue saqueado y San Justino fue expulsado; sin embargo Ghebra Miguel procuró mantener la misión. Unos días después de su ordenación los enviados de Salama lo capturaron, lo llevaron a la cárcel y allí le hicieron toda clase de promesas para que renunciara a su fe, pero él les contestó:” Prefiero morir en medio del sufrimiento antes que renegar de mi fe católica.”Mientras más crecían las torturas más fuerte era su fe.
Abuna Salama derrotado ante la firmeza del mártir, lo entregó a Teodoro el Gobernador y allí le aplicaron la peor de las torturas que consistía en un grueso tronco con unos 35 centímetros de espesor y con una abertura, donde le metieron los pies, naturalmente no podía caminar ni siquiera sentarse debía permanecer noche y día de pie ; al mismo tiempo lo azotaban en la espalda y en la cara; un día los azotes fueron de tal crueldad que quedó totalmente ensangrentado y parecía que había muerto, pero Dios obró en él un verdadero milagro , al día siguiente su cuerpo estaba sano y no presentaba rastros de la más mínima tortura. Teodoro viendo todo esto lo presentó al Embajador del Rey de Inglaterra diciéndole:” Ha difundido en todo el país falsas creencias, lo he sometido a toda clase de presiones, pero a todas ha resistido, o he traído para que sea juzgado.” Ghebra Miguel le contestó: “Yo no conozco otro juez sino a Jesucristo y su representante en la tierra que es el Pontífice de Roma.”Teodoro enfurecido dictó la sentencia de muerte, sin embargo lo devolvieron a la cárcel. Unos días después Teodoro viajó con todo su ejército hacia el sur del País, se llevaron encadenado a Ghebra Miguel y a otros prisioneros, el viaje fue de varios día si en condiciones muy penosas, entonces apareció entre el ejército la peste del cólera que hizo estragos entre ellos, Ghebra Miguel se contagió y llegó a tal extremo de agotamiento que, apoyado sobre una piedra bajo l sombra de un árbol entregó su vida al Señor el 28 de agosto de 1855, tenía 56 años de edad.
Los soldados le quitaron las cadenas y en medio de lágrimas, porque reconocían su valor y su santidad, lo enterraron en una fosa común. Un tiempo después trataron de recuperar el cadáver pero no fue posible, nunca se encontró. La Beatificación tuvo lugar en Roma el 3 de octubre de 1926 por el Papa Pío XI.
El Beato Ghebra Miguel dio si como Abrahan para ponerse en camino hacia otras tierras; fue un mártir valiente, generoso e intrépido que abrasó con amor la cruz de Cristo. Podemos decir que su vida tuvo una triple vocación: Monje, Misionero y Mártir.
Su testimonio es una herencia espiritual que nos ha dejado y que nos recuerda que cada uno de nosotros tiene un camino que debe recorrer en pos de Cristo y en él aceptar las cruces, el éxodo y las dificultades .Que debemos desinstalarnos en medio de la pobreza y saber discernir y auscultar los acontecimientos y las señales que Dios nos da para mostrarnos su Voluntad.
Que Nuestros Santos y Beatos de la Familia Vicentina, nos alcancen del Señor la gracia de una fe valiente y perseverante como la de ellos y una gran fortaleza para afrontar las dificultades y sufrimientos que nunca faltan a quienes quieren seguir a Jesucristo y anunciar su Evangelio, recordando que el sufrimiento nunca es estéril, sino que es redentor.

SANTA ELIZABETH ANA SETON

Nacida en, o cerca, de la Ciudad de Nueva York el 28 de agosto de 1774, hija de Catalina Charlton y el Dr. Richard Bayley, Episcopalianos devotos. Fue bautizada y creció en la fe de la iglesia episcopal, que fue la base de su santidad. Su padre fue el primer funcionario de salud pública del Puerto de Nueva York. Creció en la Ciudad de Nueva York y Nueva Rochelle, Nueva York. El 25 de enero de 1794, se casó Guillermo Magee Seton, perteneciente a una familia mercante adinerada y la nueva pareja vivió primero en el bajo Manhattan. El matrimonio fue bendecido con tres hijas y dos hijos.

Poco después de su matrimonio William enfermó de tuberculosis. Isabel, Guillermo y su hija mayor, Ana María, en un esfuerzo por restaurar su salud en un clima más cálido, embarcaron rumbo a Italia, pero Guillermo murió en Pisa el 27 de diciembre de 1803, dejándola viuda con 5 niños pequeños cuando tenía sólo 29 años.Nacida en, o cerca, de la Ciudad de Nueva York el 28 de agosto de 1774, hija de Catalina Charlton y el Dr. Richard Bayley, Episcopalianos devotos. Fue bautizada y creció en la fe de la iglesia episcopal, que fue la base de su santidad. Su padre fue el primer funcionario de salud pública del Puerto de Nueva York. Creció en la Ciudad de Nueva York y Nueva Rochelle, Nueva York. El 25 de enero de 1794, se casó Guillermo Magee Seton, perteneciente a una familia mercante adinerada y la nueva pareja vivió primero en el bajo Manhattan. El matrimonio fue bendecido con tres hijas y dos hijos.

La familia Felicchi de Livorno, Italia, íntimos colaborados de negocios y amigos de la familia—les ofrecieron una calurosa acogida, hospitalidad y consuelo. A Isabel, que siempre fue profundamente espiritual, le impresionó enormemente su fe y devociones y empezó a interrogarse sobre su religión.

Un año después de su retorno a Nueva York, Isabel se convirtió al catolicismo. Esta conversión le costó muy cara. Debido a la quiebra del negocio naviero antes de la muerte de Guillermo, los próximos años serían muy dolorosos, al estar viuda, sin dinero y tener que mantener a sus cinco hijos sin el apoyo de su familia y amigos.

En el verano de 1808, el P. Guillermo Luis Dubourg, sacerdote francés de San Sulpicio, Maryland, conoció a Isabel cuando visitaba Nueva York y la invitó a ir a Baltimore con la promesa de abrir una escuela para niñas. Ella accedió y a quedarse en Paca Street durante un año. Allí se le unieron algunas mujeres con el deseo de formar una comunidad que se dedicara al servicio apostólico.

Gracias a la generosidad de un bienhechor, la Señora Seton pudo trasladarse a la zona rural de Emmitsburgo, Maryland y estableció allí la Escuela y Academia Libre de San José. Este nuevo servicio y estilo de vida empezó el 31 de julio de 1809 en la Casa de la Piedra en San José del Valle, cerca de Emmitsburgo. Tuvo gran éxito y a ella se unieron más jóvenes que formaron la primera comunidad de consagradas fundada en América, las Hermanas de la Caridad de San José.

El 17 de enero de 1812 el Reglamento de las Hermanas de la Caridad de San José en los Estados Unidos recibió la aprobación oficial. (Estas Reglas se basaban en las Reglas Comunes de las Hijas de la Caridad fundadas en 1633, en Francia, por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac). Así nacieron las Hermanas Americanas de la Caridad que ahora se han constituido en la Federación de Hermanas de la Caridad.

Isabel, incluso antes de ser recibida en la Iglesia católica, vio a Cristo en los pobres, sobre todo en las mujeres y niños necesitados. Ella es santa por su búsqueda y respuesta a la voluntad de Dios en su vida.

 
Su santidad se fue desarrollando desde su fe en la iglesia episcopal. Fue fiel practicante de la iglesia de la Santísima Trinidad, Iglesia episcopal y, antes y después de su conversión al Catolicismo, le gustaba pasar tiempo ante el Santísimo Sacramento en la cercana Iglesia Católica de San Pedro.
Isabel murió a la edad de 46 años el 4 de enero de 1821 en Emmitsburgo, Maryland.
El 25 de marzo de 1850 las Hermanas de Caridad de San José de Emmitsburgo se unieron a la Compañía francesa de las Hijas de Caridad de San Vincent de Paúl.

ORACIÓN
Oh Dios, que bendijiste a santa Isabel Ana Seton
con los dones de tu gracia en su vida como esposa,
madre, educadora y fundadora, e Hija de la Caridad,
para que su entrega se convirtiera en servicio de tu pueblo,
concédenos por el ejemplo e intercesión de esta santa,
que nosotros también aprendamos a dar testimonio de
nuestro amor por Ti, amando a nuestros hermanos.

Por nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo.

Amén.

SAN VICENTE DE PAÚL

Presbítero, fundador de la Congregación

De la Misión y de las Hijas de la Caridad

El embajador de los pobres, el padre de los pobres, el siervo de los pobres, el apóstol de la caridad, el paladín de la caridad, el genio de la caridad, un constructor de la iglesia moderna, el gran santo…, son algunos de los títulos que distintos biógrafos han dado a Vicente de Paúl en el afán de condensar en una sola frase la vida polifacética del santo fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. Todas ellas aciertan en cierta medida, pero ninguna consigue expresarlo en su totalidad.

  1. UNA INFANCIA CAMPESINA

Según confesaba él mismo: “Yo soy hijo de un pobre labrador y he vivido en el campo hasta la edad de quince años”.

Vicente de Paul era de origen campesino y pobre, dos términos que en la Francia del siglo XVII, en que le tocó vivir eran sinónimos. Había nacido a fines del XVI, el martes de Pascua de 1581 o 1580, según distintos cálculos en Pouy, un pueblecito del Sur de Francia vecino a Dax, en el seno de una modesta familia de campesinos libres. Su infancia había trascurrido en los pantanosos campos de las Landas, dedicado, como tantos muchachos de su condición, al cuidado del ganado familiar: una docenas de ovejas y una pequeña piara de cerdos. Él lo recordará muchas veces para rebajarse de los importantes personajes con los que codearía a lo largo de su vida.

Según su primer biógrafo, el muchacho dio pronto muestras de una singular piedad, de un agudo sentidos de la caridad cristiana y de una viva inteligencia. Su padre, buen observador, decidió que había que darle carrera. Ahora bien, carrera, en el cerrado horizonte de la sociedad estamental en que crecía Vicente, significaba hacerse sacerdote.

Con esa intención, y aconsejado por el juez de la localidad, el señor Comet, lo llevó un buen día al colegio de los franciscanos de Dax. El juez Comet, prendado de las buenas cualidades del muchacho, decidió protegerlo y empezó por hacerlo preceptor o ayo de sus propios hijos. El joven Vicente se acomodó pronto al nuevo ambiente. Tanto que, a poco, se avergonzaba de su padre, porque iba mal vestido y era un poco cojo.

Del colegio de los franciscanos, Vicente pasó a la universidad, o mejor a las universidades, pues estudió una temporada en la Zaragoza y luego en la de Toulouse. Para ellos, su padre tuvo que vender un par de bueyes y en su testamento, fechado el 7 de febrero de 1598, lo dejó mejorado en la herencia. Dos años más tarde, el 23 de septiembre de 1600, Vicente recibía la ordenación sacerdotal. Rápida carrera. Tanto más si se tiene en cuenta que Vicente tenía entonces sólo veinte años. Actuaba, pues, contra las prescripciones de Trento, que exigían los veinticuatro años cumplidos para la recepción de sacerdocio. Pero Trento no estaba aún promulgado en Francia, ni lo estaría hasta 1614. Por la demás, las ordenaciones prematuras eran el pan de cada día en la Francia del cambio de siglo.

  • DESVENTURAS JUVENILES

EN CONTRASTE CON LA RELATIVA APACIBILIDAD DE SU INFANCIA Y ADOLESCENCIA, LA JUVENTUD QUE Vicente inauguraba entonces iba a ser movida, casi tumultuosa. Inmediatamente después de su ordenación, Vicente intento hacer valer su título sacerdotal para optar a una parroquia. El vicario general de Dax le asignó la de Tilh, cercana a su Pouy natal. Pero resultó que la parroquia tenía otro titular, que la había conseguido directamente de Roma. Tal vez para sostener sus derechos y acaso también para ganar el jubileo del fin de siglo, Vicente realizó su primer viaje largo, que le llevó hasta Roma. No consiguió la parroquia, pero, en cambio, se conmovió hasta las lágrimas pisando las huellas de los mártires en las arenas del Coliseo. Es una de las pocas anécdotas edificantes que Vicente cuenta de sí mismo.

A la vuelta de Roma, después de este primer fracaso, Vicente continúo cuatro años estudiando en Toulouse. Seguía bajo la protección del señor de Comet, pero, al mismo tiempo, se ayudaba dando clases particulares, parta lo cual montó un pequeño pensionado en la localidad de Buzet-sur-Tarn, cercana a Toulouse. En 1604, a los veinticuatros años, decidió dar por terminada su carrera universitaria. La coronó con un triple certificado: el que le acreditaba siete años de estudios, el de bachiller en teología, y el que le autorizaba a explicar el segundo Libro de las Sentencias, de Pedro Lombardo.

Y entonces sobrevino lo inesperado, uno de esos sucesos imprevistos que cambian el curso de una vida. Al regreso de un viaje a Marsella, adonde había ido persiguiendo una herencia, el barco en que viajaba hacia Narbona fue asaltado por tres bergantines berberiscos. Vicente, herido en una pierna, fue hecho prisionero con el resto de la tripulación, llevado a Túnez y vendido allí como esclavo. Pasó por varios amos. El cuarto era un renegado de Niza, que lo llevó al interior del país para cultivar sus tierras. Allí iba a encontrar Vicente el camino de su liberación. Una de las mujeres del renegado, musulmana de nacimiento, gustaba de ir al campo donde Vicente trabajaba. Un día le invitó a cantar. Vicente entonó con nostalgia y sentimiento el salmo de la cautividad: Junto a los ríos de Babilonia…, y luego, con esperanza y devoción, la Salve Regina. La mujer quedó impresionada de aquellos acentos y por la noche dijo a su marido que había hecho mal en dejar una religión tan bella. El renegado sintió renacer en él, acaso no la había perdido nunca, la vieja fe de su juventud. El caso es que, puesto al habla con Vicente, le prometió que en poco tiempo encontraría el medio de encaparse juntos a Francia. Pasaron diez meses. Por fin, en el verano de 1607, a bordo de un pequeño esquife, amo y criado emprendieron a escondidas la azarosa travesía del Mediterráneo. El 28 de junio lograban arribar a Aguas Muertas. Desde allí se trasladaron a Aviñón, donde el vicelegado Pedro Montorio acogió públicamente al renegado con lágrimas en los ojos y sollozos en la garganta. A Vicente lo incorporó a su sequito y se lo llevó consigo a Roma.

Esta historia de la cautividad la contó el propio Vicente en dos cartas dirigidas desde Avañón y Roma a su protector, el señor de Comet. A pesar de ello, a principios del siglo XX y durante una larga época, ciertos críticos negaron la veracidad del relato. Pero los más recientes estudios de crítica interna de los documentos la reivindican con plena seguridad: todo induce a pensar que la cautividad tunecina de San Vicente es un hecho histórico.

Pero no habían terminado las desventuras de Vicente. En Roma, monseñor Montorio lo mantuvo durante meses con vanas promesas. Cansado de esperar, Vicente regresó a su país probablemente a principios de 1609 y se instaló en París con el propósito de gestionar la adquisición de algún beneficio eclesiástico que le permitiera ser provechoso para su familia. Nunca volvería a salir de Francia. Sus años de peregrinación habían terminado.

  • LOS CAMINOS DE UNA VOCACIÓN

No habían terminado en cambio sus años de aprendizaje y además, en sentido espiritual, le quedaba mucho camino por recorrer. En realidad, a los treinta años, Vicente se encontraba aun desorientado. Hasta entonces, que sepamos, la única mera que se había propuesto era la de alcanzar una buena colocación y ésta se le resistía. Al parecer, no entraban en su horizonte metas espirituales. Algunos biógrafos han exagerado este aspecto hasta suponer al joven Vicente una especie de gran pecador, que ninguno de los documentos que poseemos sustenta con solidez. Era, simplemente, uno de tantos sacerdotes que aspiraba a ganarse honradamente la vida mediante el ejercicio de su ministerio. París iba a darle la ocasión de cambiar de rumbo o, si se quiere, de convertirse.

De momento, encontró un empleo en el palacio de la ex reina Margarita de Valois, la esposa repudiada de Enrique IV. Era uno de los muchos capellanes de pululaban en aquella pintoresca corte. Empleo modesto, pero empleo al fin. A Vicente le permitió disponer de una base de sustento y empezar a pensar en la orientación de su vida. Una serie de acontecimientos providenciales le ayudaron a ello.

Un primer episodio, bastante desagradable, fue la acusación de haberle robado su dinero, que lanzó contra él su paisano y compañero de hospedaje, el juez de Sore. En realidad, el ladrón había sido el mancebo de la botica. Vicente, imitando el silencio del Señor en su pasión, no se defendió. Se limitó a decir: Dios sabe la verdad. Había empezado, sin duda, a caminar por las sendas de la perfección. Solo seis meses más tarde, descubierta casualmente la verdad, el juez pidió perdón de su ligereza en propalar las acusaciones.

Para entonces, Vicente había entrado en contacto con uno de los grupos reformadores más fervorosos de la capital: el capitaneado por madame Acarie y su sobrino Pierre de Bérrulle.

Bérulle andaba ocupado en las gestiones para la fundación del Oratorio, que se realizó el 11 de noviembre de 1611. Bérulle actuó con Vicente al modo de maestro de novicios y, a la vez, agente de colocación. Vicente recibió la influencia de aquella fuerte personalidad que, precisamente, hacía del sacerdocio la preocupación central de la vida espiritual. Era lo que necesitaba Vicente: salir de su visión del sacerdocio como oficio y considerarlo como vida. Al mismo tiempo, sin que descubramos en ello ninguna orientación externa, empezó a preocuparse de los pobres, visitando con frecuencia el hospital de la caridad, fundado por la propia reina Margarita.

Poco después, por contagio de un doctor de la corte con quien sostenía trato frecuente, sufrió una prueba más dura. De pronto se vio asaltado por grandes dudas contra la fe. Éstas llegaron a ser tan vehementes que no podía ni recitar el Credo. Se cosió el símbolo en el forro de la sotana y convino con Dios en que cada vez que se tocara el pecho, profesaba y admitía todas las verdades de la fe. La prueba duró seis interminables años. Se vio libre de ella el día en que tomó la firme resolución de dedicar el resto de su vida al servicio de los pobres por amor a Jesucristo.

En 1612 Bérulle le proporcionó una parroquia de la periferia parisiense: Clichy sur Garonne. Vicente veía al fin cumplido su ensueño. Pero había cambiado mucho. Se entregó al ejercicio de la cura pastoral en cuerpo y al alma. Predicaba con entusiasmo, enseñaba el catecismo, restauraba el templo, socorría a los pobres, practicaba con toda exactitud las ceremonias litúrgicas, cantaba vísperas con sus feligreses y hasta estableció una especie de seminario para aspirantes al sacerdocio. Entre ellos descubrió al que había de ser el más fiel compañero de su vida, un joven de veinte años llamado Antonio Portail.

Pero estuvo poco tiempo en Clichy. Una gran familia de la nobleza, los Gondi, a la que pertenecían el obispo de París y el general de las Galeras de Francia, Felipe Manuel de Gondi, necesitaba un capellán. Bérulle pensó en Vicente y lo envió a aquella casa como capellán, director espiritual de la señora, margarita de Silly, y preceptor de sus hijos. Vicente entró en el castillo de la poderosa familia dispuesto a cumplir sus deberes lo mejor posible. Sólo que, sin que él lo sospechara, era allí donde le iba a ser revelada su vocación definitiva.

  • LLEVAR EL EVANGELIO A LOS POBRES

Un día de enero de 1617 se encontraba Vicente acompañando a la señora de Gondi, en el castillo de Folleville, por tierras de Picardía. Desde la cercana localidad de Gannes llegó el aviso de que un campesino moribundo quería ver al señor Vicente. Éste acudió inmediatamente a la cabecera del enfermo y le animó a que hiciese confesión general de toda su vida. Aquel hombre tenía fama de honrado y virtuoso. Pero en su conciencia ocultaba pecados que nunca había confesado. Ahora los declaró todos. Vicente tuvo el sentimiento de que, en un último momento de gracia, arrancaba un alma de las garras del maligno. El campesino sintió lo mismo. De no haber sido por aquella confesión general, se hubiera condenado eternamente. Le invadió un gozo incontenible. Hizo entrar en la pobre estancia a su familia, a sus vecinos, a la misma señora de Gondi y confesó públicamente pecados que antes no había osado revelar en secreto. Daba gracias a Dios, que le había salvado por medio de aquella confesión general. La señora de Gondi se estremeció de terror: “Señor Vicente ¿qué es lo que acabamos de oír? Si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué ocurrirá con los demás, que viven tan mal? ¡Ay, señor Vicente, cuántas almas se pierden! ¡Qué remedio podemos poner? “

De común acuerdo, Vicente y la señora encontraron uno. La semana siguiente Vicente predicaría en la iglesia de Folleville un sermón sobre la confesión general y la manera de hacerla bien. Se escogió para ello el miércoles 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo. Vicente habló con claridad fuerza. Instruyó, conmovió, arrastró. “Dios bendijo mis palabras”, dice él sobriamente. La gente acudió en masa a confesarse. Vicente y el sacerdote que lo acompañaba no daban abasto. Hubo que pedir ayuda a los jesuitas de Amiens, de lo que se encargó la señora. Aun así se vieron desbordados por la afluencia de penitentes. En los días siguientes repitieron la predicación y las exhortaciones en las aldeas vecinas, siempre con el mismo éxito clamoroso. Fue una revelación. Vicente sintió que aquélla era su misión, aquélla era para él la obra de Dios: llevar el Evangelio al pobre pueblo campesino.

En los meses siguientes, Vicente se entregó con ardor a la tarea de predicar misiones. Pero le disgustaba tener que dedicar tanto tiempo a las confesiones de la señora y a la instrucción de sus hijos. Secretamente le pidió a Bérulle que le liberase de aquella servidumbre. Bérulle le buscó otro empleo. Le envió de párroco a un pueblecito de la diócesis de Lyon, Châtillon-les-Dombes. Sin despedirse de los Gondi, Vicente se trasladó a su nueva parroquia. Reemprendió los trabajos que había desempeñado en Clichy y, en poco tiempo, logró transformar en fervorosa una feligresía mediocre y tibia. Estando en ellos, tuvo la segunda gran revelación.

  • LA MISION Y LA CARIDAD ORGANIZADA

Un domingo de agosto, mientras se revestía para la misa, le avisaron de que en las afueras del pueblo, una pobre familia se encontraba en estado de extrema necesidad. Vicente aprovechó la homilía para exponer a los fieles la situación. Su compasión fue contagiosa o, como él diría, “Dios tocó el corazón” de los oyentes. Por la tarde, cuando él se dirigía a visitar a aquella familia, fue encontrado por el camino, con sorpresa suya, multitud de personas que iban o venia del mismo caritativo cometido. Vicente administró los sacramentos a los más graves. Vio también la gran cantidad de socorros que los feligreses habían aportado. Aquel espectáculo despertó sus reflexiones. “Esta caridad no está bien ordenada”, pensó. Era necesario organizarla.

Tres días más tarde, Vicente reunió a un grupo de piadosas señoras y las animó a crear una asociación para asistir a los pobres enfermos de la villa. Las damas se comprometieron a empezar la buena obra la día siguiente, realizando el servicio cada día una, por orden de inscripción. Vicente redactó un reglamento, lo hizo aprobar por el vicario general de la diócesis y erigió formalmente la cofradía el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada. Había nacido la primera asociación de caridad.

Así fue como Vicente descubrió en la doble experiencia de 1617 las dos indigencias que aquejaban a los pobres: el hambre y la falta de instrucción religiosa, con sus dos gravísimas secuelas: la muerte física y la condenación eterna. Él lo resumiría más tarde en una frase lapidaria: “Los pobres se mueren de hambre y se condenan”. Pero al mismo tiempo descubrió los dos grandes remedios con que había de hacer frente a ambos males: la misión y la caridad, los dos cauces de su vocación.

La señora de Gondi no estaba dispuesta a privarse de su capellán. Puso en juego todas sus influencias, incluida la de Bérulle, para hacerle regresar a su casa. Así tuvo que hacerlo Vicente en la Navidad de aquel mismo año, 1617. Pero lo hizo con una doble condición: que le dieran un ayudante en el cargo de preceptor de los pequeños Gondi y que se le permitiera dedicar su tiempo libre a la predicación de misiones por las aldeas. Poco después entró en contacto con otra gran personalidad que influiría notablemente en su pensamiento, el obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (24 de enero), que, llegado a París con una misión diplomática, se hospedó en la casa de los Gondi. Vicente le trató asiduamente y el fundador de la Visitación, a su marcha de la capital, confió la dirección del primer monasterio de París a aquel desconocido sacerdote, que, a sus ojos, empezaba ya a ser un santo.

  • LAS DOS GRANDES FUNDACIONES

Los años que van desde 1617 a 1633 están ocupados en la vida de Vicente por una gran actividad fundacional. Ante todo, la Congregación de la Misión, o como él decía simplemente, la Misión.

Entre 1618 y 1625, Vicente misionó todas las tierras de los Gondi, marido y mujer: un total de 30 a 40 núcleos de población, y en todos ellos fundó la Cofradía de la Caridad. En sus correrías misioneras, se dio cuenta de que necesitaba ayudantes. La señora de Gondi quería hacer de las misiones una fundación permanente. Pero las gestiones para que se hiciera cargo de ella alguna de las órdenes o congregaciones existentes jesuitas, oratorianos resultaron infructuosas. Entonces sugirió a Vicente que fundase él una nueva. La idea, que acaso acariciaba ya el propio Vicente, se abrió paso en su espíritu poco a poco. Al fin, el 25 de abril de 1625 se firmaba un contrato entre los señores Gondi y Vicente de Paúl. Los primeros ponían a disposición de Vicente un capital inicial de 45,000 libras. Vicente, por su parte, se comprometía a reunir un grupo de sacerdotes que se dedicaran por entero a misionar cada cinco años los pueblos y aldeas de los Gondi, sin permitirse predicar ni confesar en las grandes ciudades.

El pequeño grupo de misioneros estaba formado por cuatro sacerdotes, de los cuales el primero era el fiel Antonio Portail. El arzobispo de París, un Gondi, les cedió para residencia un antiguo colegio universitario de la Sorbona, el de Bons Enfants, del que Vicente fue nombrado principal, haciendo valer para ellos su flamante título de licenciado en Derecho Canónico. Allí, residieron hasta que, en 1632, la naciente congregación adquirió, por donación de su titular, el viejo y espaciosos priorato de San Lázaro, a las puertas de París.

Y empezaron a misionar. Fueron los años heroicos. Los misioneros, dos, tres o cuatro sacerdotes, iban de aldea en aldea, dejando a un vecino la llave de su residencia. Apenas llegados al lugar y descargado el ligero equipaje, empezaban unas jornadas de intensa predicación. Cada misión era como una nueva fundación del cristianismo. Según el tamaño de la población, el trabajo podía prolongarse hasta cinco o seis semanas e incluso dos meses. Nunca bajaba de quince días ni siquiera en las más pequeñas aldeas. El horario se acomodaba al ritmo laboral. Por la mañana temprano, el sermón sobre las grandes verdades, las virtudes y los pecados más ordinarios. A la una de la tarde, el catecismo de los niños. Al anochecer, finalizado el trabajo del campo, el gran catecismo, en el que se explicaban a los adultos los artículos del credo, la oración dominical, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los sacramentos y el avemaría.

Pero no se trataba de un cursillo meramente teórico. La exposición de las verdades – misión catequética- iba acompañada de enérgicas exhortaciones al cambio de vida. Conforme a las recomendaciones de Trento y la experiencia personal de Vicente. “ésa es mi fe y mi experiencia”, la misión culminaba con la confesión general y se clausuraba con una bonita fiesta eucarística. Era un cursillo intenso de cristianismo en que todos habían participado. El pueblo, tanto tiempo descuidado, descubría como una novedad el tesoro de su fe adormecida. Para coronar su obra, las misiones terminaban invariablemente con la fundación de la cofradía establecida por primera vez en Châtillon.

Vicente se preocupó en seguida de obtener para su congregación la aprobación de la santa Sede. Tras laboriosas gestiones, el papa Urbano VIII por la bula Salvatoris nostri, de 12 de enero de 1633 aprobaba la Congregación de la Misión.

En los primeros años, la congregación se dedicó exclusivamente a la predicación de misiones, pero muy pronto la providencia le deparó otro campo de apostolado: la reforma del clero. En 1628, el obispo de Beauvais, Agustín Potier, habló a Vicente de la necesidad de instruir pastoral y espiritualmente a los jóvenes aspirantes al sacerdocio. “Ese pensamiento viene de Dios”, exclamó Vicente, que sabía por experiencia que el abandono religioso del pueblo se debía a la falta de preparación de los pastores. Aceptó con entusiasmo el encargo de dirigir la próxima ordenación sacerdotal. Así nacieron los Ejercicios a ordenandos, organizados por Vicente a manera de cursillo intensivo de formación espiritual y ministerial. La obra se extendió pronto a otras diócesis y, en particular, a la de parís. De ella nacería en 1633 otra institución Vicenciana, las Conferencias de los martes, asociación de eclesiásticos que se comprometían a reunirse una vez por semana para estudiar algunos puntos de moral o liturgia y meditar sobre los deberes sacerdotales.

Entretanto, Vicente no descuidaba el segundo aspecto de su vocación, la caridad corporal. Las misiones habían difundido, por una gran parte de Francia, la cofradía fundada en Châtillon. Muchas parroquias de París la habían establecido. Pero surgió un problema. Las damas de la capital se resistían a ejercer personalmente los humildes oficios exigidos por la asociación, sobre toso el de llevar comida y cuidar a los enfermos en sus domicilios. Vicente concibió entonces un nuevo proyecto, una comunidad de mujeres que se dedicaran exclusivamente a esos menesteres. La estrecha relación que desde 1624 sostenía con una de las Damas de la Caridad, Luisa de Marillac (15 de marzo), viuda de Antonio Le Gras, y el encuentro casual con una candorosa muchachita campesina, Margarita Naseau, deseosa de servir a los pobres, le proporcionaron los medios para llevarlo a cabo. Puso a la joven y a otras, que poco a poco se le fueron juntando, bajo la dirección de la señora Le Gras y en el domicilio de ésta se formó el 29 de noviembre de 1633 la Compañía de las Hijas de la Caridad.

De este modo, en 1633, Vicente había puesto en pie todas las instituciones, mediante las cuales iba a poder acometer en su larga y fecunda vida sus grandes realizaciones.

  • IMPORTANTES REALIZACIONES

Para poner algún orden en las empresas llevado a cabo por Vicente en los largos años de su actuación, se suele distinguir entre empresas apostólicas, empresas caritativas y empresas eclesiales. Distinción puramente metodológica, porque, para él, la misión era caridad y la caridad era misión, ya ambas juntas no eran sino las dos armas con que llevar a cabo la reforma de la Iglesia francesa para ponerla en línea con los ideales de Concilio de Trento.

Evidentemente, el primer lugar lo ocuparon las misiones. La Congregación de la Misión, que había nacido para ellas, se propagó con razonable rapidez y pronto estuvo en casi todas las regiones de Francia y en Italia, Polonia e Irlanda.

Todas las fundaciones tenían como primer compromiso predicarlas en las diócesis donde se establecían. Y en todas se seguían los métodos experimentados por Vicente. Se elaboró incluso el sistema a que debían atenerse los predicadores. Vicente lo llamaba “el metodito”. Éste exigía, de una parte, un lenguaje sencillo, comprensible para el pueblo llano, y, de otra, un esquema claro y eficaz que llevaba a los oyentes a reflexionar sobre los motivos, exigencias y medios de practicar los preceptos que se predicaban. Entre 1625 y 1660, desde las dos casas de París, Bons Enfants y San Lázaro, se predicaron 840 misiones. En mucha de ellas participó personalmente Vicente. Todavía en 1653, a sus setenta y tres a los de edad, dio las de Rueil y Sévran. Fueron muchísimas más: en Picardía, Lorena, el Delfinado, Turena. Génova, Roma, Cerdeña; donde hasta los bandidos se convertían, Polonia, Irlanda…

Complemento de las misiones fue la formación del clero. Los ejercicios a ordenandos se implantaron también en todas las fundaciones de la congregación. En Roma, el papa impuso que todos los candidatos de su diócesis los practicaran en la casa de los misioneros antes de ordenarse. Luego evolucionaron hasta convertirse en verdaderos seminarios. Las conferencias de eclesiásticos se establecieron incluso en muchas diócesis donde no estaba presente la congregación. Las de París eran siempre presididas por Vicente: “Él era el alma de la piadosa asamblea”, declararía Bossuet, que asistió a ellas.

El celo de Vicente no se limitó a reavivar la fe de las viejas cristiandades europeas. Pronto estuvo en disposición de enviar misioneros a países infieles. Primero a Berbería, Túnez y Argel no propiamente a evangelizar a los musulmanes, sino para prodigar cuidados y atenciones a los cristianos cautivos. Luego a tierras de paganos. El territorio que se le confió fue la isla de Madagascar. La misión resultó una empresa casi imposible por las dificultades de los viajes, la hostilidad de los colonos y la implacable mortandad que fue aniquilando uno tras otro a todos los misioneros. “Alabado sea Dios por la vida y por la muerte”, fue su reacción ante tanto desastre.

  • LAS HIJAS DE LA CARIDAD

Además de hacerla personalmente, la cridad corporal fue ejercitada por Vicente a través de sus dos congregaciones y de varias asociaciones seglares. Las Hijas de la Caridad, como vimos, surgieron originalmente para atender a los pobres en sus domicilios. Al fundar la comunidad, Vicente tuvo sumo cuidado en proclamar que no eran religiosas, a fin de evitar el peligro, muy real, de que, si se declaraban tales, fueran obligadas a la clausura, con lo que se desvanecería toda posibilidad de asistencia caritativa.

Al principio, las comunidades de Hijas de la caridad eran pequeños equipos parroquiales, compuestos por dos o tres hermanas que tomaban a su cargo el servicio de los pobres enfermos de la feligresía y la enseñanza de las niñas. Era lo que se llamaba les “petites écoles”.

Poco a poco, la institución fue ampliando sus campos de acción. Uno de ellos fue el de los niños expósitos, verdadera plaga de la época. Poniendo en juego sus dotes de persuasión, Vicente logro recabar los fondos necesarios para establecer una casa-cuna, donde se recogían los niños que aparecía abandonados en la calles de París: “Casi tantos como días tiene el años”. Fue una institución modelo, animada por una mística que Vicente inspiraba a sus hijas: “Cuidando a estos niños, les decía, os pareceréis, en cierto modo, a las Santísima Virgen, ya que seréis madres y vírgenes a la vez”.

Otro sector social, los condenados a galeras. Vicente tenía experiencia de la miseria que sufrían porque desde 1619 ostentaba el título de capellán real de las Galeras de Francia. “Yo he visto a esos pobres hombres tratados como bestias”. Para tratarlos como personas envió a las Hijas de la Cridad a servirles en la prisión de París, donde se hacinaban en espera de ser transadlos a los puntos de embarque, y a los misioneros a predicar misiones sobre las mismas naves. Además, en Marsella, fundó para ellos un hospital donde pudieran ser atendidos en sus enfermedades.

La plaga de la mendicidad recibió una especial atención de Vicente: “Los pobres son mi peso y mi dolor”, decía ante la multitud de mendigos que pululaban por las calles de París. Sin dejar de planear remedios más radicales, ejercitó ante todo la limosna. San Lázaro se convirtió en un espléndido centro de beneficencia. A sus puertas se repartía diariamente comida a todos los que acudían. La casa llego a endeudarse considerablemente. Pero todavía ideó otro medio de atenderlos, creando un pequeño asilo para trabajadores impedidos o ancianos. Las Hijas de la caridad se encargaban de la atención material y los misioneros de la dirección espiritual. En cambio, se negó a tomar parte en la empresa del hospital general, es decir, del gran encerramiento de los pobres, como se la denominó, si bien consintió en que se hiciera cargo de la capellanía un sacerdote de las conferencias de eclesiásticos. No creía en las medidas coercitivas: “La coacción puede ser un obstáculo a la obra de Dios”.

  • LA PALABRA, EL EJEMPLO, LA REFORMA

Creía en cambio en la fuerza de la palabra y en la elocuencia de los hechos. La guerra o, mejor, las guerras forman parte del horizonte en que se desarrolló la vida entera de Vicente: guerras internacionales como la de los Treinta los, que duró desde 1618, y la guerra franco-española, que prolongó aquélla hasta 1659; y guerras civiles, como la de la Fronda. Vicente se implicó en todas ellas de la única manera que podía hacerlo: intentando paliar sus efectos mediante la caridad. Envió a las Hijas de la caridad a curar heridos. Envió sus misioneros a predicar misiones en el ejércitos, a repartir recursos-dinero, semillas herramientas-en las regiones devastadas, especialmente Lorena, Picardía y la isla de Francia, a enterrar a los muertos, recibió en San Lázaro y otros centros a desplazados por las contiendas. Fundó una asociación de caballeros para asistir a los emigrantes nobles.

Todo ellos fue haciendo de Vicente una figura de relieve nacional. En 1643, la reina Ana de Austria le llamó para que asistiera en la agonía a su esposo Luis XIII y, a la muerte de éste, nombró a Vicente miembro del Consejo de conciencia, el organismo encargado de los asuntos eclesiásticos. Humanamente, Vicente alcanzó en ese cargo la plenitud de su carrera. La alcanzó también en su vocación de reformador de la Iglesia. Durante diez años, Vicente desplegó en él una actividad multiforme e incansable, encaminada a elevar el nivel espiritual de los nuevos obispos y abades, a favorecer la reforma de las órdenes religiosas, a reprimir la blasfemia, a condenar los duelos. Intentó también interponer su influencia para acabar con la Fronda, empresa en la que no le acompañó el éxito.

En cambio, sí lo alcanzó plenamente en el empeño de combatir el jansenismo, una insidiosa herejía surgida al calor de los afanes reformadores y, precisamente, patrocinada por un antiguo amigo y compañero de Vicente, Juan Duvergier d´Hauranne, abad de Saint-Cyran. El jansenismo, así llamado por su iniciador, el sacerdote y obispo flamenco Cornelio Jansens o Jansenio, defendía una nueva teoría sobre las relaciones entre la naturaleza y la gracia bastante próxima a las tesis calvinistas y tenía como consecuencia un extremado rigorismo moral y desmesuradas exigencias para la recepción de la absolución y la comunión. Vicente comprendió la enorme amenaza que le jansenismo representaba para los pobres a quienes él se esforzaba en evangelizar. Por eso no dudó en combatirlo con todas las armas a su alcance. Desde su influyente puesto en la Corte, logró reunir las firmas de la mayoría de los obispos franceses para pedir al papa que condenara la herejía. Alejandro VII lo hizo el 9 de junio de 1653.

  1. TESTAMENTO Y DESPEDIDAS

En 1653, a los setenta y tres años de edad, Vicente había coronado felizmente sus principales empresas. Se adentraba en una ancianidad penosas, en lo fisiológico se multiplicaron y agravaron las varias dolencias que padecía, pero enérgica y vigorosa en lo espiritual. Le quedaban aún bastantes cabos por atar. A ello consagró resueltamente los últimos años de su vida. Cesado en el Consejo de conciencia, pudo dedicar más tiempo al régimen de sus congregaciones. Consiguió para la de la Misión que pudiera emitir votos perpetuos sin dejar por ellos de ser secular. Y consiguió por fin en imprimir las reglas de la misma, librito en que condensa su espiritualidad. Una espiritualidad eminentemente cristocéntrica, basada en la visión de Cristo como evangelizar de los pobres y como pobre él mismo en obediencia al Padre y en la visión del pobre como imagen de Cristo: cuando veáis a los pobres, aconsejaba, “dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ellos los que nos representan al Hijo de Dios”. Las conferencias familiares, que entre 1658 y 1660 dedicó a explicar esas reglas y las de las Hijas de la Caridad, constituyeron su verdadero testimonio espiritual.

En 1660 se agravaron sus enfermedades. No podía ya salir de su habitación de San Lázaro, aunque hasta el último momento siguió gobernando desde su sillón de inválido. Expiro el 27 de septiembre, a las cinco menos cuarto de la mañana, sentado junto al fuego y rodeado de todos los suyos y bendiciendo una por una todas las obras que había puesto en marcha. Su última jaculatoria fue la invocación: “Dios mío, ven en mi auxilio”, y su última palabra, el nombre de Jesús. Un testigo ocular dice que “permaneció bello y más majestuoso que nunca”. Fue beatificado el 21 de agosto de 1729 y canonizado el 16 de junio de 1737.

José María Román, C.M.

BehanceBehance