La CATEQUESIS DEL BUEN PASTOR, es un acercamiento a la formación religiosa de los niños. Esta basada en la Biblia, la Liturgia y en los principios de educación Montessori. Los niños se reúnen en un “atrio” lugar preparado para ellos, el cual tiene materiales simples, pero hermosos que ellos pueden utilizar.
NUESTROS LAICOS DE PIZARRO SE FORMAN PARA ANUNCIAR EL AMOR DE JESÚS EN MEDIO DE SU COMUNIDAD
Participantes: 33 entre laicos y hermanas educadoras
Temática: Coaching con Jesús y reflexión vicentina
Facilitadores: José Luis Cadavid – Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl de Medellín y Sor María del Rosario Grajales – Hija de la Caridad de Buga. Para nuestra espiritualidad vicentina los dos pilares fundamentales son Jesucristo y los pobres, contemplación y acción, amor efectivo y afectivo, oración y servicio.
El encuentro fue más que contenido, una experiencia de desarrollo personal en la cual el coach o entrenador fue Jesús a través de su Palabra. Se desarrollaron las siguientes temáticas o interrogantes:
• ¿A quién escuchas? • ¿Cómo escuchas a Dios? • ¿Jesús qué haría? • ¿A quién decides escuchar? • ¿Qué hay en tu corazón? • Lista de pendientes: buscar personas con las que tiene cosas pendientes por sanar • Limpia tu espacio – Actuar • Vivir en coherencia • ¿Cuál es tu propósito de vida? • Proyecto de vida: dimensiones del ser humano
Finalmente se hizo una reflexión en torno al carisma vicentino, ¿Cómo actuaría San Vicente en este momento, en esta época? Todo el encuentro se dio en un clima de alegría, confianza, creatividad, deseosos de que estas experiencias continúen dándose cada año.
Asistentes: Integrantes de los grupos de Cali, Buga y Caicedonia. Lugar: Casa María Inmaculada (Caicedonia – Valle del Cauca).
Asesoras Vicentinas que participaron en el encuentro: Sor Ana Isabel Vásquez (Asesora de la Pastoral Mariana de la Provincia de Cali), Sor María Doris Ángel (consejera provincial, área Espiritualidad y Carisma), Sor María del Rosario Grajales (Asesora grupo Buga), Sor Gladys Arredondo (Asesora grupo Cali) y Sor Luz Elena Morales (Asesora grupo Caicedonia).
Los días 3, 4 y 5 de junio de 2022 se llevó a cabo en la Casa María Inmaculada, de Caicedonia – Valle el III Encuentro Provincial de Servidores de María, el cual contó con la participación de las Hijas de la Caridad (asesoras y del P. Julián Gonzales (Asesor provincial de Servidores de María) y una importante representación de 3 de los 4 grupos de Servidores de María que actualmente se encuentran en la Provincia (Cali – Buga – Caicedonia. Peñol no asistió).
En primer lugar, el día 3 de junio se llevó a cabo la recepción de los asistentes para su inscripción, distribución de escarapelas, chalecos y material de trabajo para participar en el encuentro. En horas de la noche, después de llegada del grupo de Buga y del compartir de la cena, toda la asamblea se reunió en torno a la piscina, donde se llevó a cabo el rezo del Santo Rosario, liderado por Sor Ana Isabel Vásquez (Asesora de la Pastoral Mariana) y encorado por integrantes de los grupos Cali – Buga – Caicedonia. Fue un solemne y emotivo homenaje a nuestra Santísima Madre María.
Por otro lado, la jornada siguiente del día 4 de junio se inició con la Sagrada Eucaristía, celebrada por nuestro Asesor provincial, el Pbro. Julián González, CM y animada por los grupos de Buga (Liturgia de la Palabra), Cali (Palabra y Acolitado) y Dolly Murcia (Ministerio de Música).
EL CARISMA VICENTINO
El día sábado 04 de junio de 2022, posterior a la Eucaristía, pasamos al compartir del Desayuno y posteriormente a una conferencia dictada por el Pbro. Julián González sobre el Carisma Vicentino. Inició presentando a los dos pilares de este carisma, San Vicente de Paúl (Pionero del Trabajo Social y fundador de la Congregación de la Misión, las Voluntarias Vicentinas y las Hijas de la Caridad) y a Santa Luisa de Marillac (Co-Fundadora de las Hijas de la Caridad y Co-Patrona con San Vicente de las Obras Sociales). A propósito de la cercana fiesta de Pentecostés, de Santa Luisa se narró una revelación especial (Luz de Pentecostés), con la cual nace en su corazón la iniciativa de fundar las Hijas de la Caridad. Su fiesta fue trasladada del 15 de marzo al 9 de mayo (Día de su Beatificación), debido a la dificultad de celebrarse con alegría en tiempo de Cuaresma.
Se continuó la conferencia presentando los siguientes elementos:
¿Qué es Carisma? (Del gr. Charis, gracia, favor) Es una gracia o encanto que ejerce una persona sobre las demás. Para la Teología, es un Don de Dios. Dones y disposiciones de cada cristiano para el desempeño de una misión dentro de la Iglesia. Gracias extraordinarias concedidas por el Espíritu Santo para el bien de la Comunidad.
A continuación, se presentan las características del Carisma Vicentino:
Dios nos lleva a nosotros al mundo. Nosotros no somos los que llevamos a Cristo al mundo. Es por gracia de Él que ejercemos nuestro apostolado, sirviendo, más que viviendo momentos de oración. Soy Servidor en todas partes, no sólo en mi parroquia o en determinadas actividades. Cf San Pablo: Donde el pecado abunda, la GRACIA abunda más.
La espiritualidad vicentina es un compromiso con el mundo: los problemas del mundo son nuestros problemas. Los sufrimientos y debilidades de nuestros hermanos pecadores NO nos son ajenos. Cf San Vicente: Los Pobres son Mi Peso y Mi Dolor.
Evangelizar es la liberación de todo mal que oprime la humanidad: es una respuesta a las malas noticias de la gente: hambre, desempleo, injusticia, conflicto, violencia, ignorancia, falta de sentido, pobreza. Esa es la forma de evangelizar que nos pide el Señor. Las personas buscan ser ESCUCHADAS. Debemos prepararnos también para esto. Dos sitios ideales para poner en práctica la escucha, como parte de nuestro apostolado, son nuestras parroquias y –de manera ideal -, en la Misión.
Dios nos espera entre los pobres: cuando Cristo nos invita a seguirlo, lo hace desde los pobres y desde los pobres poder contestar… ¿Quién es Dios? ¿Quiénes son los pobres? ¿Cómo nos relacionamos con ellos? Este es el eje principal de nuestra espiritualidad, de nuestro carisma. Cuando te abraza un pobre, un habitante de la calle, abrazamos y nos dejamos abrazar por el mismo Dios, con su misma fuerza.
Seguir a Cristo en la misión.
Misionero: sale de su mundo, su lugar seguro de confort, para entrar en el mundo del otro. Es dejarse espacio para entrar en el espacio del pobre y acompañarlo con el Evangelio.
Saber hacer caridad: no dar por un momento, sino ENSEÑARLES a los pobres y necesitados a ganarse el pan.
Cristo se sienta con nosotros en la acción. Debemos ser contemplativos en la Acción. Dejar que Cristo y Su Evangelio iluminen nuestra vida.
Cristo nos hace capaces de ser Caritativos: la Providencia es el deseo de Dios de salvar a sus hijos del mal. Todo está en sus manos, pero también nos llama a poner de nuestra parte para que se cumplan sus planes. Somos providentes como Él es providente.
Ámbito de la FAMILIA VICENTINA: obras de salud, situación de calle, niños abandonados, madres jefas de hogar, educación, formación, obras de promoción y desarrollo. Presente en los 5 Continentes.
VIRTUDES VICENTINAS:
Sencillez
Humildad
Mansedumbre
Mortificación
Celo Apostólico.
San Vicente inicialmente se convirtió en sacerdote buscando poder y dinero, pero luego se inclinó hacia los pobres.
GRUPOS DE LA FAMILIA VICENTINA:
AIC – Asociación Internacional de Caridades (inicialmente Damas de la Caridad). Señoras de alta alcurnia que inicialmente aportaban recursos económicos a las obras de caridad y enviaban a sus empleadas domésticas a servir de manera más cercana y asidua a los pobres. Actualmente son un grupo de voluntarios en América, África, Asia, Europa y EEUU. Fundada en 1617 por el mismo San Vicente de Paúl, en respuesta a las necesidades de su época.
Congregación de la Misión: Sociedad de Vida Apostólica fundada por San Vicente para la evangelización de los pobres y la formación del clero. Fue fundada el 17 de abril de 1625.
Hijas de la Caridad: Sociedad de Vida Apostólica fundada el 29 de noviembre de 1633 por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac y conformada en sus inicios por las empleadas domésticas de las Damas de la Caridad con el fin de dedicarse al servicio corporal y espiritual de los pobres enfermos.
Aprobación: 1668 por Clemente XI.
Nacen por iniciativa de la joven campesina Margarita Nasseau, por su deseo de servir de manera más eficaz a los pobres. Sólo los pobres pueden servir de manera más eficaz a los mismos pobres.
Las Hijas de la Caridad ó comúnmente llamadas Hermanas Vicentinas, son una compañía de vida consagrada caracterizada por vivenciar la contemplación en la Acción Permanente. Como dato curioso, a la superiora de la comunidad se le llama Sirviente, en oposición a abadesa o priora, como se suelen denominar las superioras de otras comunidades de vida consagrada dedicadas netamente a la contemplación y clausura.
JMV – Juventudes Marianas Vicentinas. Nace por iniciativa de la Madre de Dios de difundir la Medalla Milagrosa a la humanidad. Se fue derivando en otros grupos.
Voljuvi – Voluntariado Juvenil Vicentino. Inició en París el 28 de noviembre de 1909 como Obra de Luisas de Marillac y como parte de la cofradía de las Damas de la Caridad. El 2 de enero de 1933, en Cali, adopta el nombre de Voluntariado Juvenil Vicentino y en 1971 se abrevió a Voljuvi, por iniciativa del Concilio Vaticano II.
Misevi – Misioneros Seglares Vicentinos. jóvenes de las Juventudes Marianas que optaron por aportar más tiempo a la misión. En 1987 se establece la primera comunidad permanente JMV dedicada netamente a la misión. Es una rama de segunda pertenencia.
AMM – Asociación de la Medalla Milagrosa. Nació para dar a conocer la Medalla Milagrosa, su mensaje catequético y para pedirle ayuda a la Virgen María para la salvación del mundo.
Cabe anotar que los grupos marianos vicentinos comparten tres componentes de formación: eclesial, mariano y vicentino.
NAVYL – Niños Amigos de Vicente y Luisa: nació en Cali en el año 1991, con ocasión de los 400 años del nacimiento de Santa Luisa, para perpetuar su memoria y presentarla como modelo, al igual que San Vicente de Paúl, en el servicio de los más pobres. En la niñez se abren valiosas posibilidades de acción para la edificación de la Iglesia.
Servidores de María: fundado el 22 de agosto de 2007 por Sor Leyda Cañas. Busca evangelizar los pobres y divulgar la devoción a la Santísima Virgen María. Evangelización a través del Santo Rosario y actividades en parroquias y capillas de la Milagrosa.
RECOMENDACIÓN SOR MARÍA DORIS: Formación Bíblica de tipo Pastoral en Caicedonia para capacitar a los grupos vicentinos en la Palabra de Dios. Para misioneros, se estará abriendo un Curso de Formación Misionera que tendrá modalidad virtual y gratuita.
CONSTRUYENDO NUESTRO PERFIL
Una vez compartimos el almuerzo cuya bendición realizó de manera dinámica el grupo de Buga y después del momento de descanso, pasamos a desarrollar el tema Construyendo nuestro perfil, dirigidos por Sor Ana Isabel Vásquez. Esta actividad se desarrolló de la siguiente manera:
Palabras de agradecimiento a Cali por su apostolado en la Capilla de la Milagrosa y en la Fundación Incomar (Inmaculado Corazón de María); a Buga por el chocolate en familia y por el apostolado en el Asilo y en la Catedral. Al Peñol por diferentes apostolados de ayuda a los pobres que han venido realizando.
Imagen corporativa de Servidores de María: en cuanto a los Estatutos/Manual, mejorar aspectos de forma, pues la idea y el contenido se deben conservar. Por otro lado, en cuanto al Himno, se propone que lo componga el músico Jairo Duque, cercano a la Sra. Dolly Murcia. Cali socializa ideas para el himno y la bandera. Sobre ésta última, José Luis expone idea que Sor Leyda tenía para la Bandera y la Medalla que nos identificaría. Se hizo hincapié en nuestra identidad: ya no somos un grupo, sino unaAsociación. Queda pendiente por definir quiénes la van a conformar, es decir, si solamente laicos, o también clérigos, religiosas, etc. Sobre el Uniforme, se propone emplear como camisa blanca de ordinario, el diseño de Buga y para ocasiones de gala, camisera para las mujeres y guayabera para los hombres, con el logo de SM en zona superior izquierda.
Tarea en grupo: Construyendo el Perfil del SM. Tarea en grupos, se enumeró cada servidor del 1 al 7. Materiales a utilizar: cartulina y marcadores. Se conformaron 7 grupos y cada uno plasmó sus propuestas, las cuales se resumen en los siguientes elementos que deben conformar el perfil del Servidor de María:
PERFIL GRUPO NO. 1:
Amor por la Santísima Virgen María para llegar a su Hijo Jesús.
Que sepa identificar prioridades frente al compromiso adquirido y el servicio en los diferentes apostolados
Capacidad de escucha, tolerancia, respeto, solidaridad, paciencia, prudencia, imparcialidad.
Persona de oración, con capacidad de afrontar dificultades.
Permanecer en formación.
Capacidad de trabajar en equipo.
Capacidad de aceptar las diferencias y sentirse complementario.
Dispuesto a cumplir los deberes, derechos y estatutos.
Con corazón sensible, humilde, sencillo, caritativo.
Actitud positiva y perseverante.
PERFIL GRUPO NO. 2:
Persona Orante.
Apasionados por la Virgen María.
Vocación de servicio.
Coherentes cristianos.
Alegres
Testimonio del Apostolado.
Sensibles a la realidad de los necesitados.
Creativos en la caridad.
Compromiso misionero.
PERFIL GRUPO NO. 3: ANATOMÍA DEL SERVIDOR
Mente/Cabeza: perseverancia, humildad, conocer y saber de Cristo y María; saber escuchar; expresar palabras para compartir y bendecir.
Corazón: voluntad, amor, tener o no el carisma (si no lo tiene, nutrirlo como grupo en ese aspecto), sentir a Cristo y a María.
Mano derecha: Biblia, Magisterio de la Iglesia, San Vicente y Santa Luisa, Vida Sacramental.
Mano izquierda: vocación de servicio, evangelización.
Cinturón: autoridad.
Zapatos: empatía; ponerse en los zapatos del otro.
Base: oración constante, gracia de Dios (Donde el pecado abunda, más abunda la gracia – San Pablo)
PERFIL GRUPO NO. 4:
Ser testimonio de vida del amor de Dios.
Tener la certeza que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.
Profundo amor a la Virgen María.
Fomentar el respeto a la Palabra de Dios.
Tener una actitud y consciencia para hacer un cambio de vida espiritual.
Capacidad para perdonar de corazón.
Don de servicio y amor por el más necesitado.
Disponibilidad y compromiso.
Tener las cualidades: solidaridad – fervor – humildad.
PERFIL GRUPO NO. 5: ACRÓSTICO
Bondad – Sencillez – Respeto – Empatía – Aceptación – Compromiso – Coherencia – Amor (Donde hay caridad y amor, ahí está el Señor). Un servidor es:
Sencillez
Empatía.
Respeto
Vocación
Integridad
Darse
Oración
Responsabilidad.
PERFIL GRUPO NO. 6
Vocación – Oración – Carisma.
Compromiso: disponibilidad – responsabilidad.
Formación: guía – escucha.
Prudencia – Lealtad.
PERFIL GRUPO NO. 7
Creyente bautizado.
Coherencia (evangelio – vida ejemplar).
Vocación (devoción mariana).
Formación espiritual.
Amor al prójimo (los pobres).
Compromiso (disponibilidad para el apostolado).
Constancia y perseverancia en la asociación.
Conocimiento del carisma vicentino.
Comprensivos en las necesidades del prójimo (diálogo y escucha).
Que sea fraterno.
Que sea carismático.
Ser servicial a las necesidades de los más afligidos.
Realizar acercamiento con los fieles para atraerlos a la asociación.
Ser evangelizador (Testimonio).
Que sea obediente.
Resumen de Sor Ana Isabel sobre el perfil del Servidor de María:
Este se compone de 3 esferas: Espiritual – Humana y Apostólica.
Espiritualidad: oración – Amor a Jesucristo y a la Santísima Virgen María – Sacramentos – Santo Rosario – Conocimiento del Carisma Vicentino – Doctrina Social de la Iglesia.
Humana: escucha – testimonio – humildad – paciencia – liderazgo – tolerancia – entre otros valores.
Apostólica: sensibilidad – constancia en el quehacer – promoción humana con cambio sistémico – sentido de pertenencia.
VIGILIA DE PENTECOSTÉS
Después de la socialización de experiencias al desarrollar la actividad del perfil del Servidor y del compartir de la cena, fuimos convocados al patio para encender la hoguera, recibir de Sor María Doris las instrucciones y el fragmento para desarrollar la Vigilia que nos correspondía a cada uno y dirigirnos luego con nuestras velas encendidas, en procesión a la Capilla para reflexionar en torno a los siete dones del Espíritu Santo y orar en grupos implorando Su presencia en nuestros corazones. Como en todas las actividades, la Sra. Dolly Murcia ambientó musicalmente y algunos miembros del grupo de Cali se encargaron de la incensación.
INTERVENCIÓN DE SOR MARÍA DORIS ÁNGEL
Una vez iniciamos la jornada del domingo 5 de junio con el Desayuno (bendecido por Sor María del Rosario) y la Eucaristía (animada por el grupo de Cali en Acolitado y Lecturas), pasamos a recibir unas palabras de Sor María Doris Ángel, directora de la Pastoral Vicentina, resumidas en los siguientes puntos:
Evangelizamos con nuestra vida: debemos ser coherentes para inspirar autoridad. De lo contrario, hacemos daño.
Debemos ser un castillo construido sobre la Roca. Que los valores, talentos, fuerza espiritual, todo lo que nos caracteriza, beba de la savia que es Jesucristo y así podamos irrumpir en el mundo con gestos concretos de paz, misericordia, respeto, amor, confianza.
Debemos hacer realidad el respeto: por los compañeros de grupo como don de Dios y por los demás compañeros (Buga, Cali, Caicedonia, Peñol).
No temer brillar con luz propia. Todos tenemos carismas dignos de explotar y poner al servicio de los demás.
Pregunta de José Luis: ¿Cuál es el objeto de tener tantos grupos vicentinos diferentes? Sor María Doris responde: son grupos que el Espíritu Santo va suscitando en las comunidades para transmitir el carisma a donde otros no han podido llegar. Lo ideal al fundar y/o iniciar un grupo sería continuar con las ramas ya existentes.
ELECCIÓN JUNTA COORDINADORA
Por votación, y en discernimiento, desde la oración fueron elegidos en primera ronda 5 finalistas: José Luis (Buga) – Jackqueline (Cali) – Marino (Cali) – Rolando (Cali) – Francisco (Buga).
En segunda vuelta, e igualmente desde el discernimiento, los 3 puntajes más altos en votos fueron los siguientes: José Luis (Buga) – Jackeline (Cali) – Marino (Cali), constituyendo éstos la junta coordinadora nacional, distribuida en cargos así:
José Luis: coordinador nacional de la Asociación Servidores de María.
Marino: secretario nacional de la Asociación Servidores de María.
Jackeline: tesorera nacional de la Asociación Servidores de María.
EVALUACIÓN DEL ENCUENTRO
Finalmente, como evaluación, José Luis propone las siguientes dos preguntas para evaluar el encuentro:
¿Qué me impactó?
Acción de mejora.
SORAYA: Le impactó que somos una gran familia llena de amor, bondad y fraternidad. Ninguna acción de mejora
ZULAY: Le impactó todo el encuentro. Acción de mejora: voto en blanco de la 2da ronda de elecciones generales.
SOR MA. DEL ROSARIO: Le impactó que nos reunió el Espíritu Santo. A mejorar: participación de todos los grupos. Colaborar con la junta directiva para rescatar el grupo del Peñol que estuvo ausente.
ELOÍSA: Le impactó: fraternidad, amor, unión entre todos, ratificación del propio servicio. Ninguna acción de mejora.
ESPOSO YURANY: Agradece compromiso y empeño de todos en el encuentro. Ninguna acción de mejora.
YURANY: Agradece que por fin se dio el reencuentro, amor, fraterndad y unidad. Cualidades que nos deben caracterizar: humildad, escucha y prudencia.
PATRICIA: Le impactó: Pentecostés, cercanía afectuosa de las hermanas, ratifica amor y servicio al grupo.
JACKQUELINE: Le impactó: la comida deliciosa, la Vigilia de Pentecostés, el trabajo en equipo. A mejorar: la asistencia de todos los grupos; trabajar con mucha anticipación para así tener fondos suficientes para que todos participen.
ANISLEY: Todo le impactó, en particular el testimonio del Padre; lo compara también con su propio testimonio de vida.
MARTA: Le impactó haber conocido seres nuevos, el trabajo en el perfil del servidor y el trabajo en equipo a nivel litúrgico. Por mejorar: trabajar más desde lo financiero para que asistan todos.
LIZBETH: le impactó la decoración del sitio y la vigilia del Pentecostés.
ROLANDO: Le impactó el amor, el cariño y la preparación de las hermanas para cada actividad. A mejorar: la interacción social entre los grupos.
ROSALINA: Le impactó la familia unida que somos, a pesar de los obstáculos que se nos han presentado. Que tenemos como segunda casa, Caicedonia. Hay mucho calor humano allí. A mejorar: estar netamente en el Encuentro, dejar a un lado compromisos exteriores, dejar el celular aparte en cada actividad, interactuar más con los otros grupos, voto en blanco.
OFELIA: Le impactó la unión y el trabajo en equipo.
JUAN CARLOS: Le impactó: la calidez, la buena atención, los abrazos. Por mejorar: conocer más sobre la Familia Vicentina y su carisma.
Posteriormente pasamos al comedor, donde compartimos en fraternidad nuestro último almuerzo del Encuentro y Sor María del Rosario, en compañía del grupo de Buga cantó, al son de Las mañanitas, unas coplas para celebrar jubilosos los 7 años de fundación de nuestra asociación Servidores de María y 1 año de inserción en la Familia Vicentina.
En líneas generales, me atrevo a decir que fue una experiencia inolvidable, llena de fraternidad una oportunidad para el enriquecimiento personal y grupal a nivel humano y espiritual y también para refrescar las energías y la motivación para hacer de nuestro carisma vicentino en general y de nuestra asociación en particular, un verdadero camino para la salvación propia y de nuestro entorno social que tanto nos pide soluciones y presencia real de Cristo.
Y con esta reflexión en el corazón, culminó satisfactoria y exitosamente nuestro III encuentro provincial de Servidores de María, aprobado como rama vicentina.
Como de costumbre, las Hermanas de la casa de convivencias María Inmaculada de Caicedonia, hicieron una calurosa acogida a todos los participantes del encuentro “el asesor vicentino en camino sinodal”, quienes con muchas expectativas llegamos de diferentes lugares del país, en la tarde del viernes 18 de febrero. Una vez ubicados, iniciamos con la celebración Eucarística presidida por el Padre Rodrigo Restrepo, venido de Medellín y quien es el asesor nacional de la Familia vicentina.
Después de una deliciosa cena, fuimos al salón del encuentro atraídos por la animación de Dolly Murcia quien puso su característica nota de alegría a lo largo de los tres días de formación. Acto seguido, Sor María Doris Ángel López, quien desde el Consejo provincial coordina el área de Espiritualidad y Carisma en los laicos, hizo la apertura oficial del evento manifestando su gran alegría por el reencuentro tras casi dos años de obligatorio aislamiento por la pandemia. En su saludo oficial, hizo la presentación de la comisión especializada de espiritualidad y carisma integrada por Sor Olga Dossman, Sor Ana Isabel Vásquez, Sor Nancy Miriam López y Sor Gloria Edith Muñoz encargadas de animar y motivar permanentemente la vivencia práctica del carisma de San Vicente y Santa Luisa de Marillac; así mismo, aprovechó el momento para leer el saludo de Sor Gloria Cecilia Salazar, Visitadora provincial, y hacer las recomendaciones de orden práctico conducentes al éxito del encuentro; además, nos invitó a hacer la oración en la capilla, lugar al que nos dirigimos para tener un bello momento de reflexión y de motivación a fin de interiorizar la frase “Odres nuevos para vino nuevo” que se constituyó en el lema de esta gran jornada de formación para los asesores de la Familia vicentina.
La celebración de la Eucaristía presidida por el padre Jhonier Fernando Rojas dio inicio a la jornada del sábado 19. Él mismo, hizo la presentación central del encuentro: “El asesor vicentino en camino sinodal”, espacio de enseñanza y aprendizaje que estructuró en dos grandes momentos; el primero, en la mañana, con su exposición magistral, muy agradable y coloquial sobre la historia de los sínodos, las clases de sínodo y las generalidades del documento preparatorio del sínodo de la sinodalidad, convocado por el Papa Francisco, donde destacó el itinerario espiritual en tres verbos: encontrar, escuchar y discernir. Para contextualizar su exposición y facilitar la comprensión del auditorio, el padre Jhonier se apoyó en videos argumentativos, explicativos y motivadores del Papa y de algunos teólogos de la comisión internacional del sínodo de la sinodalidad.
Luego de un delicioso sancocho de gallina en el restaurante HamaDluzán, ubicado en las afueras del municipio de Caicedonia, la segunda parte del tema central se desarrolló, por grupos de trabajo, de forma muy creativa -a manera de conclusiones y exhortaciones- sintetizando las reflexiones sobre el rol del asesor vicentino en cuanto al acompañamiento, la consejería, la animación, la vivencia sacramental, la interacción, la apertura cultural, la apertura religiosa, la corresponsabilidad, la orientación con juicio crítico, y la formación, a partir de la pregunta generadora: ¿Cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en nuestra Familia vicentina como asesores? Y para cerrar la tarde, se realizó el Santo Rosario en las calles aledañas a la casa, en el que se oró con mucho fervor por las intenciones de los participantes, de la comunidad, de los jóvenes y de las víctimas de la pandemia, entre otras.
Ya en la noche, entretanto se llevaba a cabo el momento recreativo, de baile y de bullicioso jolgorio comunitario, fuimos saboreando la pizza ofrecida por las Hermanas y recogiendo -al mismo tiempo- las apreciaciones de algunos participantes, a partir de las siguientes preguntas:
¿Qué impacto le ha generado la participación en este encuentro?
¿A qué se siente comprometido?
Sor Fabiola Quiroz:
El impacto muy positivo, de alegría, confianza, actualidad y crecimiento espiritual. Revivimos los lazos de amistad e intercambio con otros grupos y compañeros.
Me siento comprometida con la familia vicentina a continuar la misión encomendada por nuestros fundadores.
Sor Madeleine Gutiérrez
El impacto que generado para mí es de mucha alegría por el reencuentro con las ramas de la familia vicentina. El compartir de nuevo las experiencias de trabajo con los compañeros y el deseo sincero de que el carisma continúe vivo y actuante.
Me siento fuertemente comprometida a seguir fortaleciendo el Prejuvenil Mariano en la localidad de Palmira y a continuar formándome como hija de la caridad.
Sor Sara Nury:
Feliz del encuentro, después de la situación de salud. Feliz del compartir con mis amigos de la familia vicentina, feliz de discernir este tiempo de sinodalidad.
Comprometida a entregar a mi hermoso grupo de AIC la alegría de servir sobre lo que recibí en este encuentro.
Luisa María Dussán Cambindo
Nuestra participación en este encuentro de asesores vicentinos genera un gran impacto, pues esta formación en liderazgo es esencial para mantener viva la llama vicentina en nuestros grupos.
Como asesora de JMV me comprometo a acompañar, servir y a escuchar con discernimiento a mi movimiento.
Padre Ricardo Querubín
Me causa gran asombro ver la acción del Espíritu Santo en la tarea del Santo Padre Francisco como sembrador de vida en una iglesia herida.
Me comprometo a hacer una constante alabanza de adoración a Dios porque siento que Dios camina con nosotros y oxigena a la familia vicentina que siempre está a la altura de las circunstancias del momento y me comprometo a ponerme en camino, a construir una iglesia más humana donde cada uno tenga nombre propio y un espacio vital reconocido. Comprometido a rehacer la iglesia que no está aún terminada, porque el Espíritu aletea y empuja.
María Cristina Hurtado
Un impacto muy positivo saber que la comunidad vicentina siempre está interesada en formar a los miembros de sus ramas y que siempre se encuentra en sintonía con las necesidades y orientaciones de la iglesia universal.
Me siento comprometida a continuar un camino de formación y ayudar a formar. A dar de lo que tanto he recibido, me siento comprometida a tomar la iniciativa de ambientar en mi comunidad parroquial y en mi grupo de HMI la asamblea sinodal.
José Luis Cadavid
Me siento impactado por lo motivador del encuentro, me ha generado muchas ideas para trabajar con la familia en su proyección eclesial, me siento complacido con la acogida, la sencillez y también muy admirado del interés y del nivel de participación de los asistentes.
Me siento comprometido a llevar a la práctica todo el mensaje del encuentro, a seguir profundizando en la comprensión del concepto de sinodalidad y a hacerlo vida en la Sociedad de San Vicente, que es lo más complejo.
Tras un merecido descanso después de una jornada muy productiva, iniciamos el domingo con la Santa Misa presidida por el padre Ricardo Querubín, en la que elocuentemente hizo su meditación del Evangelio de la Misericordia de Dios. En esta celebración, la niña Luisa María Dussán, asesora del Prejuvenil Mariano, hizo su promesa de seguir un camino de fidelidad a la Santísima Virgen María, antes de su ingreso formal al movimiento de JMV. Continuando la jornada, hubo un espacio para compartir los testimonios de algunos integrantes de las diferentes ramas, sobre el afrontamiento de la crisis generada por la pandemia en sus localidades, entre ellos podemos mencionar algunas acciones que fueron socializadas:
Acompañamiento espiritual a través de diferentes medios.
Apoyo material a través de distintas estrategias de solidaridad con los pobres y con las mismas familias de los diferentes grupos.
Encuentros virtuales de formación y de oración.
Resurgimiento de grupos de JMV en algunos municipios y JMV por siempre.
Y otras que son un evidente producto de la creatividad y de la materialización de esa sintonía y fidelidad que se tiene con los santos fundadores.
Ya en el epílogo de esta jornada y antes de realizar la evaluación escrita de la misma, por ramas nos reunimos para hacer las respectivas planeaciones e ir alistando las despedidas que se materializaron en un sabroso almuerzo de cierre, en el que nuevamente tuvimos la oportunidad de agradecer por lo vivido, por lo aprendido y por la hospitalidad de las Hermanas de la casa a las que siempre acompaña ese espíritu de alegría por el servicio que nos prestan a todos los que tenemos la oportunidad de visitarlas. Bendecimos al Señor por esta oportunidad de reencontrarnos y donde constatamos que el carisma vicentino sigue siendo muy fuerte, vivo, audaz y creativo. Que nuestros santos Fundadores intercedan por nosotros para que seamos siempre constructores y testigos del Reino de justicia, de amor y de paz.
El embajador de los pobres, el padre de los pobres, el siervo de los pobres, el apóstol de la caridad, el paladín de la caridad, el genio de la caridad, un constructor de la iglesia moderna, el gran santo…, son algunos de los títulos que distintos biógrafos han dado a Vicente de Paúl en el afán de condensar en una sola frase la vida polifacética del santo fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. Todas ellas aciertan en cierta medida, pero ninguna consigue expresarlo en su totalidad.
UNA INFANCIA CAMPESINA
Según confesaba él mismo: “Yo soy hijo de un pobre labrador y he vivido en el campo hasta la edad de quince años”.
Vicente de Paul era de origen campesino y pobre, dos términos que en la Francia del siglo XVII, en que le tocó vivir eran sinónimos. Había nacido a fines del XVI, el martes de Pascua de 1581 o 1580, según distintos cálculos en Pouy, un pueblecito del Sur de Francia vecino a Dax, en el seno de una modesta familia de campesinos libres. Su infancia había trascurrido en los pantanosos campos de las Landas, dedicado, como tantos muchachos de su condición, al cuidado del ganado familiar: una docenas de ovejas y una pequeña piara de cerdos. Él lo recordará muchas veces para rebajarse de los importantes personajes con los que codearía a lo largo de su vida.
Según su primer biógrafo, el muchacho dio pronto muestras de una singular piedad, de un agudo sentidos de la caridad cristiana y de una viva inteligencia. Su padre, buen observador, decidió que había que darle carrera. Ahora bien, carrera, en el cerrado horizonte de la sociedad estamental en que crecía Vicente, significaba hacerse sacerdote.
Con esa intención, y aconsejado por el juez de la localidad, el señor Comet, lo llevó un buen día al colegio de los franciscanos de Dax. El juez Comet, prendado de las buenas cualidades del muchacho, decidió protegerlo y empezó por hacerlo preceptor o ayo de sus propios hijos. El joven Vicente se acomodó pronto al nuevo ambiente. Tanto que, a poco, se avergonzaba de su padre, porque iba mal vestido y era un poco cojo.
Del colegio de los franciscanos, Vicente pasó a la universidad, o mejor a las universidades, pues estudió una temporada en la Zaragoza y luego en la de Toulouse. Para ellos, su padre tuvo que vender un par de bueyes y en su testamento, fechado el 7 de febrero de 1598, lo dejó mejorado en la herencia. Dos años más tarde, el 23 de septiembre de 1600, Vicente recibía la ordenación sacerdotal. Rápida carrera. Tanto más si se tiene en cuenta que Vicente tenía entonces sólo veinte años. Actuaba, pues, contra las prescripciones de Trento, que exigían los veinticuatro años cumplidos para la recepción de sacerdocio. Pero Trento no estaba aún promulgado en Francia, ni lo estaría hasta 1614. Por la demás, las ordenaciones prematuras eran el pan de cada día en la Francia del cambio de siglo.
DESVENTURAS JUVENILES
EN CONTRASTE CON LA RELATIVA APACIBILIDAD DE SU INFANCIA Y ADOLESCENCIA, LA JUVENTUD QUE Vicente inauguraba entonces iba a ser movida, casi tumultuosa. Inmediatamente después de su ordenación, Vicente intento hacer valer su título sacerdotal para optar a una parroquia. El vicario general de Dax le asignó la de Tilh, cercana a su Pouy natal. Pero resultó que la parroquia tenía otro titular, que la había conseguido directamente de Roma. Tal vez para sostener sus derechos y acaso también para ganar el jubileo del fin de siglo, Vicente realizó su primer viaje largo, que le llevó hasta Roma. No consiguió la parroquia, pero, en cambio, se conmovió hasta las lágrimas pisando las huellas de los mártires en las arenas del Coliseo. Es una de las pocas anécdotas edificantes que Vicente cuenta de sí mismo.
A la vuelta de Roma, después de este primer fracaso, Vicente continúo cuatro años estudiando en Toulouse. Seguía bajo la protección del señor de Comet, pero, al mismo tiempo, se ayudaba dando clases particulares, parta lo cual montó un pequeño pensionado en la localidad de Buzet-sur-Tarn, cercana a Toulouse. En 1604, a los veinticuatros años, decidió dar por terminada su carrera universitaria. La coronó con un triple certificado: el que le acreditaba siete años de estudios, el de bachiller en teología, y el que le autorizaba a explicar el segundo Libro de las Sentencias, de Pedro Lombardo.
Y entonces sobrevino lo inesperado, uno de esos sucesos imprevistos que cambian el curso de una vida. Al regreso de un viaje a Marsella, adonde había ido persiguiendo una herencia, el barco en que viajaba hacia Narbona fue asaltado por tres bergantines berberiscos. Vicente, herido en una pierna, fue hecho prisionero con el resto de la tripulación, llevado a Túnez y vendido allí como esclavo. Pasó por varios amos. El cuarto era un renegado de Niza, que lo llevó al interior del país para cultivar sus tierras. Allí iba a encontrar Vicente el camino de su liberación. Una de las mujeres del renegado, musulmana de nacimiento, gustaba de ir al campo donde Vicente trabajaba. Un día le invitó a cantar. Vicente entonó con nostalgia y sentimiento el salmo de la cautividad: Junto a los ríos de Babilonia…, y luego, con esperanza y devoción, la Salve Regina. La mujer quedó impresionada de aquellos acentos y por la noche dijo a su marido que había hecho mal en dejar una religión tan bella. El renegado sintió renacer en él, acaso no la había perdido nunca, la vieja fe de su juventud. El caso es que, puesto al habla con Vicente, le prometió que en poco tiempo encontraría el medio de encaparse juntos a Francia. Pasaron diez meses. Por fin, en el verano de 1607, a bordo de un pequeño esquife, amo y criado emprendieron a escondidas la azarosa travesía del Mediterráneo. El 28 de junio lograban arribar a Aguas Muertas. Desde allí se trasladaron a Aviñón, donde el vicelegado Pedro Montorio acogió públicamente al renegado con lágrimas en los ojos y sollozos en la garganta. A Vicente lo incorporó a su sequito y se lo llevó consigo a Roma.
Esta historia de la cautividad la contó el propio Vicente en dos cartas dirigidas desde Avañón y Roma a su protector, el señor de Comet. A pesar de ello, a principios del siglo XX y durante una larga época, ciertos críticos negaron la veracidad del relato. Pero los más recientes estudios de crítica interna de los documentos la reivindican con plena seguridad: todo induce a pensar que la cautividad tunecina de San Vicente es un hecho histórico.
Pero no habían terminado las desventuras de Vicente. En Roma, monseñor Montorio lo mantuvo durante meses con vanas promesas. Cansado de esperar, Vicente regresó a su país probablemente a principios de 1609 y se instaló en París con el propósito de gestionar la adquisición de algún beneficio eclesiástico que le permitiera ser provechoso para su familia. Nunca volvería a salir de Francia. Sus años de peregrinación habían terminado.
LOS CAMINOS DE UNA VOCACIÓN
No habían terminado en cambio sus años de aprendizaje y además, en sentido espiritual, le quedaba mucho camino por recorrer. En realidad, a los treinta años, Vicente se encontraba aun desorientado. Hasta entonces, que sepamos, la única mera que se había propuesto era la de alcanzar una buena colocación y ésta se le resistía. Al parecer, no entraban en su horizonte metas espirituales. Algunos biógrafos han exagerado este aspecto hasta suponer al joven Vicente una especie de gran pecador, que ninguno de los documentos que poseemos sustenta con solidez. Era, simplemente, uno de tantos sacerdotes que aspiraba a ganarse honradamente la vida mediante el ejercicio de su ministerio. París iba a darle la ocasión de cambiar de rumbo o, si se quiere, de convertirse.
De momento, encontró un empleo en el palacio de la ex reina Margarita de Valois, la esposa repudiada de Enrique IV. Era uno de los muchos capellanes de pululaban en aquella pintoresca corte. Empleo modesto, pero empleo al fin. A Vicente le permitió disponer de una base de sustento y empezar a pensar en la orientación de su vida. Una serie de acontecimientos providenciales le ayudaron a ello.
Un primer episodio, bastante desagradable, fue la acusación de haberle robado su dinero, que lanzó contra él su paisano y compañero de hospedaje, el juez de Sore. En realidad, el ladrón había sido el mancebo de la botica. Vicente, imitando el silencio del Señor en su pasión, no se defendió. Se limitó a decir: Dios sabe la verdad. Había empezado, sin duda, a caminar por las sendas de la perfección. Solo seis meses más tarde, descubierta casualmente la verdad, el juez pidió perdón de su ligereza en propalar las acusaciones.
Para entonces, Vicente había entrado en contacto con uno de los grupos reformadores más fervorosos de la capital: el capitaneado por madame Acarie y su sobrino Pierre de Bérrulle.
Bérulle andaba ocupado en las gestiones para la fundación del Oratorio, que se realizó el 11 de noviembre de 1611. Bérulle actuó con Vicente al modo de maestro de novicios y, a la vez, agente de colocación. Vicente recibió la influencia de aquella fuerte personalidad que, precisamente, hacía del sacerdocio la preocupación central de la vida espiritual. Era lo que necesitaba Vicente: salir de su visión del sacerdocio como oficio y considerarlo como vida. Al mismo tiempo, sin que descubramos en ello ninguna orientación externa, empezó a preocuparse de los pobres, visitando con frecuencia el hospital de la caridad, fundado por la propia reina Margarita.
Poco después, por contagio de un doctor de la corte con quien sostenía trato frecuente, sufrió una prueba más dura. De pronto se vio asaltado por grandes dudas contra la fe. Éstas llegaron a ser tan vehementes que no podía ni recitar el Credo. Se cosió el símbolo en el forro de la sotana y convino con Dios en que cada vez que se tocara el pecho, profesaba y admitía todas las verdades de la fe. La prueba duró seis interminables años. Se vio libre de ella el día en que tomó la firme resolución de dedicar el resto de su vida al servicio de los pobres por amor a Jesucristo.
En 1612 Bérulle le proporcionó una parroquia de la periferia parisiense: Clichy sur Garonne. Vicente veía al fin cumplido su ensueño. Pero había cambiado mucho. Se entregó al ejercicio de la cura pastoral en cuerpo y al alma. Predicaba con entusiasmo, enseñaba el catecismo, restauraba el templo, socorría a los pobres, practicaba con toda exactitud las ceremonias litúrgicas, cantaba vísperas con sus feligreses y hasta estableció una especie de seminario para aspirantes al sacerdocio. Entre ellos descubrió al que había de ser el más fiel compañero de su vida, un joven de veinte años llamado Antonio Portail.
Pero estuvo poco tiempo en Clichy. Una gran familia de la nobleza, los Gondi, a la que pertenecían el obispo de París y el general de las Galeras de Francia, Felipe Manuel de Gondi, necesitaba un capellán. Bérulle pensó en Vicente y lo envió a aquella casa como capellán, director espiritual de la señora, margarita de Silly, y preceptor de sus hijos. Vicente entró en el castillo de la poderosa familia dispuesto a cumplir sus deberes lo mejor posible. Sólo que, sin que él lo sospechara, era allí donde le iba a ser revelada su vocación definitiva.
LLEVAR EL EVANGELIO A LOS POBRES
Un día de enero de 1617 se encontraba Vicente acompañando a la señora de Gondi, en el castillo de Folleville, por tierras de Picardía. Desde la cercana localidad de Gannes llegó el aviso de que un campesino moribundo quería ver al señor Vicente. Éste acudió inmediatamente a la cabecera del enfermo y le animó a que hiciese confesión general de toda su vida. Aquel hombre tenía fama de honrado y virtuoso. Pero en su conciencia ocultaba pecados que nunca había confesado. Ahora los declaró todos. Vicente tuvo el sentimiento de que, en un último momento de gracia, arrancaba un alma de las garras del maligno. El campesino sintió lo mismo. De no haber sido por aquella confesión general, se hubiera condenado eternamente. Le invadió un gozo incontenible. Hizo entrar en la pobre estancia a su familia, a sus vecinos, a la misma señora de Gondi y confesó públicamente pecados que antes no había osado revelar en secreto. Daba gracias a Dios, que le había salvado por medio de aquella confesión general. La señora de Gondi se estremeció de terror: “Señor Vicente ¿qué es lo que acabamos de oír? Si este hombre, que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué ocurrirá con los demás, que viven tan mal? ¡Ay, señor Vicente, cuántas almas se pierden! ¡Qué remedio podemos poner? “
De común acuerdo, Vicente y la señora encontraron uno. La semana siguiente Vicente predicaría en la iglesia de Folleville un sermón sobre la confesión general y la manera de hacerla bien. Se escogió para ello el miércoles 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo. Vicente habló con claridad fuerza. Instruyó, conmovió, arrastró. “Dios bendijo mis palabras”, dice él sobriamente. La gente acudió en masa a confesarse. Vicente y el sacerdote que lo acompañaba no daban abasto. Hubo que pedir ayuda a los jesuitas de Amiens, de lo que se encargó la señora. Aun así se vieron desbordados por la afluencia de penitentes. En los días siguientes repitieron la predicación y las exhortaciones en las aldeas vecinas, siempre con el mismo éxito clamoroso. Fue una revelación. Vicente sintió que aquélla era su misión, aquélla era para él la obra de Dios: llevar el Evangelio al pobre pueblo campesino.
En los meses siguientes, Vicente se entregó con ardor a la tarea de predicar misiones. Pero le disgustaba tener que dedicar tanto tiempo a las confesiones de la señora y a la instrucción de sus hijos. Secretamente le pidió a Bérulle que le liberase de aquella servidumbre. Bérulle le buscó otro empleo. Le envió de párroco a un pueblecito de la diócesis de Lyon, Châtillon-les-Dombes. Sin despedirse de los Gondi, Vicente se trasladó a su nueva parroquia. Reemprendió los trabajos que había desempeñado en Clichy y, en poco tiempo, logró transformar en fervorosa una feligresía mediocre y tibia. Estando en ellos, tuvo la segunda gran revelación.
LA MISION Y LA CARIDAD ORGANIZADA
Un domingo de agosto, mientras se revestía para la misa, le avisaron de que en las afueras del pueblo, una pobre familia se encontraba en estado de extrema necesidad. Vicente aprovechó la homilía para exponer a los fieles la situación. Su compasión fue contagiosa o, como él diría, “Dios tocó el corazón” de los oyentes. Por la tarde, cuando él se dirigía a visitar a aquella familia, fue encontrado por el camino, con sorpresa suya, multitud de personas que iban o venia del mismo caritativo cometido. Vicente administró los sacramentos a los más graves. Vio también la gran cantidad de socorros que los feligreses habían aportado. Aquel espectáculo despertó sus reflexiones. “Esta caridad no está bien ordenada”, pensó. Era necesario organizarla.
Tres días más tarde, Vicente reunió a un grupo de piadosas señoras y las animó a crear una asociación para asistir a los pobres enfermos de la villa. Las damas se comprometieron a empezar la buena obra la día siguiente, realizando el servicio cada día una, por orden de inscripción. Vicente redactó un reglamento, lo hizo aprobar por el vicario general de la diócesis y erigió formalmente la cofradía el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada. Había nacido la primera asociación de caridad.
Así fue como Vicente descubrió en la doble experiencia de 1617 las dos indigencias que aquejaban a los pobres: el hambre y la falta de instrucción religiosa, con sus dos gravísimas secuelas: la muerte física y la condenación eterna. Él lo resumiría más tarde en una frase lapidaria: “Los pobres se mueren de hambre y se condenan”. Pero al mismo tiempo descubrió los dos grandes remedios con que había de hacer frente a ambos males: la misión y la caridad, los dos cauces de su vocación.
La señora de Gondi no estaba dispuesta a privarse de su capellán. Puso en juego todas sus influencias, incluida la de Bérulle, para hacerle regresar a su casa. Así tuvo que hacerlo Vicente en la Navidad de aquel mismo año, 1617. Pero lo hizo con una doble condición: que le dieran un ayudante en el cargo de preceptor de los pequeños Gondi y que se le permitiera dedicar su tiempo libre a la predicación de misiones por las aldeas. Poco después entró en contacto con otra gran personalidad que influiría notablemente en su pensamiento, el obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (24 de enero), que, llegado a París con una misión diplomática, se hospedó en la casa de los Gondi. Vicente le trató asiduamente y el fundador de la Visitación, a su marcha de la capital, confió la dirección del primer monasterio de París a aquel desconocido sacerdote, que, a sus ojos, empezaba ya a ser un santo.
LAS DOS GRANDES FUNDACIONES
Los años que van desde 1617 a 1633 están ocupados en la vida de Vicente por una gran actividad fundacional. Ante todo, la Congregación de la Misión, o como él decía simplemente, la Misión.
Entre 1618 y 1625, Vicente misionó todas las tierras de los Gondi, marido y mujer: un total de 30 a 40 núcleos de población, y en todos ellos fundó la Cofradía de la Caridad. En sus correrías misioneras, se dio cuenta de que necesitaba ayudantes. La señora de Gondi quería hacer de las misiones una fundación permanente. Pero las gestiones para que se hiciera cargo de ella alguna de las órdenes o congregaciones existentes jesuitas, oratorianos resultaron infructuosas. Entonces sugirió a Vicente que fundase él una nueva. La idea, que acaso acariciaba ya el propio Vicente, se abrió paso en su espíritu poco a poco. Al fin, el 25 de abril de 1625 se firmaba un contrato entre los señores Gondi y Vicente de Paúl. Los primeros ponían a disposición de Vicente un capital inicial de 45,000 libras. Vicente, por su parte, se comprometía a reunir un grupo de sacerdotes que se dedicaran por entero a misionar cada cinco años los pueblos y aldeas de los Gondi, sin permitirse predicar ni confesar en las grandes ciudades.
El pequeño grupo de misioneros estaba formado por cuatro sacerdotes, de los cuales el primero era el fiel Antonio Portail. El arzobispo de París, un Gondi, les cedió para residencia un antiguo colegio universitario de la Sorbona, el de Bons Enfants, del que Vicente fue nombrado principal, haciendo valer para ellos su flamante título de licenciado en Derecho Canónico. Allí, residieron hasta que, en 1632, la naciente congregación adquirió, por donación de su titular, el viejo y espaciosos priorato de San Lázaro, a las puertas de París.
Y empezaron a misionar. Fueron los años heroicos. Los misioneros, dos, tres o cuatro sacerdotes, iban de aldea en aldea, dejando a un vecino la llave de su residencia. Apenas llegados al lugar y descargado el ligero equipaje, empezaban unas jornadas de intensa predicación. Cada misión era como una nueva fundación del cristianismo. Según el tamaño de la población, el trabajo podía prolongarse hasta cinco o seis semanas e incluso dos meses. Nunca bajaba de quince días ni siquiera en las más pequeñas aldeas. El horario se acomodaba al ritmo laboral. Por la mañana temprano, el sermón sobre las grandes verdades, las virtudes y los pecados más ordinarios. A la una de la tarde, el catecismo de los niños. Al anochecer, finalizado el trabajo del campo, el gran catecismo, en el que se explicaban a los adultos los artículos del credo, la oración dominical, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los sacramentos y el avemaría.
Pero no se trataba de un cursillo meramente teórico. La exposición de las verdades – misión catequética- iba acompañada de enérgicas exhortaciones al cambio de vida. Conforme a las recomendaciones de Trento y la experiencia personal de Vicente. “ésa es mi fe y mi experiencia”, la misión culminaba con la confesión general y se clausuraba con una bonita fiesta eucarística. Era un cursillo intenso de cristianismo en que todos habían participado. El pueblo, tanto tiempo descuidado, descubría como una novedad el tesoro de su fe adormecida. Para coronar su obra, las misiones terminaban invariablemente con la fundación de la cofradía establecida por primera vez en Châtillon.
Vicente se preocupó en seguida de obtener para su congregación la aprobación de la santa Sede. Tras laboriosas gestiones, el papa Urbano VIII por la bula Salvatoris nostri, de 12 de enero de 1633 aprobaba la Congregación de la Misión.
En los primeros años, la congregación se dedicó exclusivamente a la predicación de misiones, pero muy pronto la providencia le deparó otro campo de apostolado: la reforma del clero. En 1628, el obispo de Beauvais, Agustín Potier, habló a Vicente de la necesidad de instruir pastoral y espiritualmente a los jóvenes aspirantes al sacerdocio. “Ese pensamiento viene de Dios”, exclamó Vicente, que sabía por experiencia que el abandono religioso del pueblo se debía a la falta de preparación de los pastores. Aceptó con entusiasmo el encargo de dirigir la próxima ordenación sacerdotal. Así nacieron los Ejercicios a ordenandos, organizados por Vicente a manera de cursillo intensivo de formación espiritual y ministerial. La obra se extendió pronto a otras diócesis y, en particular, a la de parís. De ella nacería en 1633 otra institución Vicenciana, las Conferencias de los martes, asociación de eclesiásticos que se comprometían a reunirse una vez por semana para estudiar algunos puntos de moral o liturgia y meditar sobre los deberes sacerdotales.
Entretanto, Vicente no descuidaba el segundo aspecto de su vocación, la caridad corporal. Las misiones habían difundido, por una gran parte de Francia, la cofradía fundada en Châtillon. Muchas parroquias de París la habían establecido. Pero surgió un problema. Las damas de la capital se resistían a ejercer personalmente los humildes oficios exigidos por la asociación, sobre toso el de llevar comida y cuidar a los enfermos en sus domicilios. Vicente concibió entonces un nuevo proyecto, una comunidad de mujeres que se dedicaran exclusivamente a esos menesteres. La estrecha relación que desde 1624 sostenía con una de las Damas de la Caridad, Luisa de Marillac (15 de marzo), viuda de Antonio Le Gras, y el encuentro casual con una candorosa muchachita campesina, Margarita Naseau, deseosa de servir a los pobres, le proporcionaron los medios para llevarlo a cabo. Puso a la joven y a otras, que poco a poco se le fueron juntando, bajo la dirección de la señora Le Gras y en el domicilio de ésta se formó el 29 de noviembre de 1633 la Compañía de las Hijas de la Caridad.
De este modo, en 1633, Vicente había puesto en pie todas las instituciones, mediante las cuales iba a poder acometer en su larga y fecunda vida sus grandes realizaciones.
IMPORTANTES REALIZACIONES
Para poner algún orden en las empresas llevado a cabo por Vicente en los largos años de su actuación, se suele distinguir entre empresas apostólicas, empresas caritativas y empresas eclesiales. Distinción puramente metodológica, porque, para él, la misión era caridad y la caridad era misión, ya ambas juntas no eran sino las dos armas con que llevar a cabo la reforma de la Iglesia francesa para ponerla en línea con los ideales de Concilio de Trento.
Evidentemente, el primer lugar lo ocuparon las misiones. La Congregación de la Misión, que había nacido para ellas, se propagó con razonable rapidez y pronto estuvo en casi todas las regiones de Francia y en Italia, Polonia e Irlanda.
Todas las fundaciones tenían como primer compromiso predicarlas en las diócesis donde se establecían. Y en todas se seguían los métodos experimentados por Vicente. Se elaboró incluso el sistema a que debían atenerse los predicadores. Vicente lo llamaba “el metodito”. Éste exigía, de una parte, un lenguaje sencillo, comprensible para el pueblo llano, y, de otra, un esquema claro y eficaz que llevaba a los oyentes a reflexionar sobre los motivos, exigencias y medios de practicar los preceptos que se predicaban. Entre 1625 y 1660, desde las dos casas de París, Bons Enfants y San Lázaro, se predicaron 840 misiones. En mucha de ellas participó personalmente Vicente. Todavía en 1653, a sus setenta y tres a los de edad, dio las de Rueil y Sévran. Fueron muchísimas más: en Picardía, Lorena, el Delfinado, Turena. Génova, Roma, Cerdeña; donde hasta los bandidos se convertían, Polonia, Irlanda…
Complemento de las misiones fue la formación del clero. Los ejercicios a ordenandos se implantaron también en todas las fundaciones de la congregación. En Roma, el papa impuso que todos los candidatos de su diócesis los practicaran en la casa de los misioneros antes de ordenarse. Luego evolucionaron hasta convertirse en verdaderos seminarios. Las conferencias de eclesiásticos se establecieron incluso en muchas diócesis donde no estaba presente la congregación. Las de París eran siempre presididas por Vicente: “Él era el alma de la piadosa asamblea”, declararía Bossuet, que asistió a ellas.
El celo de Vicente no se limitó a reavivar la fe de las viejas cristiandades europeas. Pronto estuvo en disposición de enviar misioneros a países infieles. Primero a Berbería, Túnez y Argel no propiamente a evangelizar a los musulmanes, sino para prodigar cuidados y atenciones a los cristianos cautivos. Luego a tierras de paganos. El territorio que se le confió fue la isla de Madagascar. La misión resultó una empresa casi imposible por las dificultades de los viajes, la hostilidad de los colonos y la implacable mortandad que fue aniquilando uno tras otro a todos los misioneros. “Alabado sea Dios por la vida y por la muerte”, fue su reacción ante tanto desastre.
LAS HIJAS DE LA CARIDAD
Además de hacerla personalmente, la cridad corporal fue ejercitada por Vicente a través de sus dos congregaciones y de varias asociaciones seglares. Las Hijas de la Caridad, como vimos, surgieron originalmente para atender a los pobres en sus domicilios. Al fundar la comunidad, Vicente tuvo sumo cuidado en proclamar que no eran religiosas, a fin de evitar el peligro, muy real, de que, si se declaraban tales, fueran obligadas a la clausura, con lo que se desvanecería toda posibilidad de asistencia caritativa.
Al principio, las comunidades de Hijas de la caridad eran pequeños equipos parroquiales, compuestos por dos o tres hermanas que tomaban a su cargo el servicio de los pobres enfermos de la feligresía y la enseñanza de las niñas. Era lo que se llamaba les “petites écoles”.
Poco a poco, la institución fue ampliando sus campos de acción. Uno de ellos fue el de los niños expósitos, verdadera plaga de la época. Poniendo en juego sus dotes de persuasión, Vicente logro recabar los fondos necesarios para establecer una casa-cuna, donde se recogían los niños que aparecía abandonados en la calles de París: “Casi tantos como días tiene el años”. Fue una institución modelo, animada por una mística que Vicente inspiraba a sus hijas: “Cuidando a estos niños, les decía, os pareceréis, en cierto modo, a las Santísima Virgen, ya que seréis madres y vírgenes a la vez”.
Otro sector social, los condenados a galeras. Vicente tenía experiencia de la miseria que sufrían porque desde 1619 ostentaba el título de capellán real de las Galeras de Francia. “Yo he visto a esos pobres hombres tratados como bestias”. Para tratarlos como personas envió a las Hijas de la Cridad a servirles en la prisión de París, donde se hacinaban en espera de ser transadlos a los puntos de embarque, y a los misioneros a predicar misiones sobre las mismas naves. Además, en Marsella, fundó para ellos un hospital donde pudieran ser atendidos en sus enfermedades.
La plaga de la mendicidad recibió una especial atención de Vicente: “Los pobres son mi peso y mi dolor”, decía ante la multitud de mendigos que pululaban por las calles de París. Sin dejar de planear remedios más radicales, ejercitó ante todo la limosna. San Lázaro se convirtió en un espléndido centro de beneficencia. A sus puertas se repartía diariamente comida a todos los que acudían. La casa llego a endeudarse considerablemente. Pero todavía ideó otro medio de atenderlos, creando un pequeño asilo para trabajadores impedidos o ancianos. Las Hijas de la caridad se encargaban de la atención material y los misioneros de la dirección espiritual. En cambio, se negó a tomar parte en la empresa del hospital general, es decir, del gran encerramiento de los pobres, como se la denominó, si bien consintió en que se hiciera cargo de la capellanía un sacerdote de las conferencias de eclesiásticos. No creía en las medidas coercitivas: “La coacción puede ser un obstáculo a la obra de Dios”.
LA PALABRA, EL EJEMPLO, LA REFORMA
Creía en cambio en la fuerza de la palabra y en la elocuencia de los hechos. La guerra o, mejor, las guerras forman parte del horizonte en que se desarrolló la vida entera de Vicente: guerras internacionales como la de los Treinta los, que duró desde 1618, y la guerra franco-española, que prolongó aquélla hasta 1659; y guerras civiles, como la de la Fronda. Vicente se implicó en todas ellas de la única manera que podía hacerlo: intentando paliar sus efectos mediante la caridad. Envió a las Hijas de la caridad a curar heridos. Envió sus misioneros a predicar misiones en el ejércitos, a repartir recursos-dinero, semillas herramientas-en las regiones devastadas, especialmente Lorena, Picardía y la isla de Francia, a enterrar a los muertos, recibió en San Lázaro y otros centros a desplazados por las contiendas. Fundó una asociación de caballeros para asistir a los emigrantes nobles.
Todo ellos fue haciendo de Vicente una figura de relieve nacional. En 1643, la reina Ana de Austria le llamó para que asistiera en la agonía a su esposo Luis XIII y, a la muerte de éste, nombró a Vicente miembro del Consejo de conciencia, el organismo encargado de los asuntos eclesiásticos. Humanamente, Vicente alcanzó en ese cargo la plenitud de su carrera. La alcanzó también en su vocación de reformador de la Iglesia. Durante diez años, Vicente desplegó en él una actividad multiforme e incansable, encaminada a elevar el nivel espiritual de los nuevos obispos y abades, a favorecer la reforma de las órdenes religiosas, a reprimir la blasfemia, a condenar los duelos. Intentó también interponer su influencia para acabar con la Fronda, empresa en la que no le acompañó el éxito.
En cambio, sí lo alcanzó plenamente en el empeño de combatir el jansenismo, una insidiosa herejía surgida al calor de los afanes reformadores y, precisamente, patrocinada por un antiguo amigo y compañero de Vicente, Juan Duvergier d´Hauranne, abad de Saint-Cyran. El jansenismo, así llamado por su iniciador, el sacerdote y obispo flamenco Cornelio Jansens o Jansenio, defendía una nueva teoría sobre las relaciones entre la naturaleza y la gracia bastante próxima a las tesis calvinistas y tenía como consecuencia un extremado rigorismo moral y desmesuradas exigencias para la recepción de la absolución y la comunión. Vicente comprendió la enorme amenaza que le jansenismo representaba para los pobres a quienes él se esforzaba en evangelizar. Por eso no dudó en combatirlo con todas las armas a su alcance. Desde su influyente puesto en la Corte, logró reunir las firmas de la mayoría de los obispos franceses para pedir al papa que condenara la herejía. Alejandro VII lo hizo el 9 de junio de 1653.
TESTAMENTO Y DESPEDIDAS
En 1653, a los setenta y tres años de edad, Vicente había coronado felizmente sus principales empresas. Se adentraba en una ancianidad penosas, en lo fisiológico se multiplicaron y agravaron las varias dolencias que padecía, pero enérgica y vigorosa en lo espiritual. Le quedaban aún bastantes cabos por atar. A ello consagró resueltamente los últimos años de su vida. Cesado en el Consejo de conciencia, pudo dedicar más tiempo al régimen de sus congregaciones. Consiguió para la de la Misión que pudiera emitir votos perpetuos sin dejar por ellos de ser secular. Y consiguió por fin en imprimir las reglas de la misma, librito en que condensa su espiritualidad. Una espiritualidad eminentemente cristocéntrica, basada en la visión de Cristo como evangelizar de los pobres y como pobre él mismo en obediencia al Padre y en la visión del pobre como imagen de Cristo: cuando veáis a los pobres, aconsejaba, “dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ellos los que nos representan al Hijo de Dios”. Las conferencias familiares, que entre 1658 y 1660 dedicó a explicar esas reglas y las de las Hijas de la Caridad, constituyeron su verdadero testimonio espiritual.
En 1660 se agravaron sus enfermedades. No podía ya salir de su habitación de San Lázaro, aunque hasta el último momento siguió gobernando desde su sillón de inválido. Expiro el 27 de septiembre, a las cinco menos cuarto de la mañana, sentado junto al fuego y rodeado de todos los suyos y bendiciendo una por una todas las obras que había puesto en marcha. Su última jaculatoria fue la invocación: “Dios mío, ven en mi auxilio”, y su última palabra, el nombre de Jesús. Un testigo ocular dice que “permaneció bello y más majestuoso que nunca”. Fue beatificado el 21 de agosto de 1729 y canonizado el 16 de junio de 1737.
A lo largo de la historia de la Iglesia no han faltado las persecuciones y por consiguiente los mártires de la fe. La Iglesia no canoniza a todas esas personas, pero sí a algunos para nuestro bien, para presentarlos como auténticos modelos. En la Constitución Apostólica “Perfecto Magisterio” leemos: “Fijaos bien en este hombre, meditad en la vida de esta mujer, aprended de ellos lo que significa hoy ser santo.” La vida de Juan Gabriel hoy nos habla de fidelidad y de valentía para acepar lo que el Señor quiere de nosotros.
Juan Gabriel nació en Montgesty Francia el 6 de enero de 1802 y fue bautizado al día siguiente. En la familia, una familia profundamente cristiana eran 8 hijos, cuatro varones y cuatro mujeres; dos de sus hermanos fueron también miembros de la Congregación de la Misión y dos de sus hermanas fueron Hijas de la Caridad.
A unos 80 kilómetros de donde vivía la familia, había un Seminario regentado por los Sacerdotes de la Misión y en él trabajaba el Padre Santiago Perboyre, tío de Juan Gabriel, era un tío apreciado por toda la familia por su virtud y sabiduría, enviaron allí a Juan Gabriel y se entregó al estudio con esmero, ganándose la confianza y el apreció tanto de profesores como de los alumnos. En 1817 los Seminaristas participaron en una misión en medio del pueblo campesino y eso marcó profundamente el alma de Juan Gabriel que afirmó después “Yo seré también un Misionero”.
En el otoño del año 1818, después de una fervorosa novena a San Francisco Javier, misionero en el Japón, para pedirle que lo iluminara sobre su vocación, Juan Gabriel pidió la admisión a la Congregación de la Misión e ingresó al Seminario interno; después de 2 años fue autorizado a hacer los votos, tenía entonces 19 años de edad. En 1821 llegó a París a la casa de San Lázaro para sus estudios eclesiásticos y se destacó en teología y en Sagrada Escritura. Fue ordenado Sacerdote el 23 de septiembre de 1826, justamente en el aniversario de la ordenación de San Vicente en 1660. La ordenación fue en la Capilla de la casa Madre de las Hijas de la Caridad y allí mismo celebró también su primera Misa.
Fue enviado primero como profesor y luego como Superior al Seminario de San Flur. En ese tiempo tuvo una prueba muy dolorosa, su hermano Luis, murió en alta mar, el 3 de mayo de 1831 cuando iba de misionero a Macao en China. Al conocer la noticia la reacción de Juan Gabriel fue inmediata: “Soy yo el que debe reemplazarlo.” Al año siguiente lo trasladaron a la Casa Madre como subdirector del Seminario y allí se destacó como un excelente formador, tenía 30 años. Acogía siempre a los seminaristas con bondad, pero sin caer en la debilidad, era exigente en lo tocante a la obediencia y al cumplimiento del deber, si tenía que llamar la atención lo hacía con firmeza, pero sin herir jamás a nadie, su gran deseo era que los Seminaristas tomaran a Jesús como su Maestro y modelo de su vida y de su misión.
Pero su deseo de Misiones crecía en él y en 1835 obtuvo de los Superiores el permiso para viajar como Misionero a China. Se embarcó el 2l de marzo y llegó a Macao el 25 de agosto, después de una larga travesía, porque todavía no se había abierto el canal de Suez que acortaba el trayecto, durante el viaje lo acompañó el recuerdo de su hermano Luis muerto en alta mar, pensando en ´su hermano escribió: “No sé lo que me está reservado en la carrera que se abre ante mí, sin duda muchas cruces, porque ese es el pan cotidiano del Misionero. Y ¿qué cosa mejor se puede esperar cuando se va a predicar a un Dios Crucificado? Consideraba el sufrimiento como un aspecto del amor Providente de Dios, en quien confiaba totalmente.
Las leyes de China prohibían la entrada de extranjeros y sobre todo de sacerdotes que iba a predicar el Evangelio, a pesar de esas leyes misionaban ya en China algunas Comunidades como los Franciscanos, los Jesuitas y los Agustinos, todos patrocinados por el gobierno francés .Macao a donde llegó Juan Gabriel era una puerta de entrada clandestina de todos los misioneros. Como dato curioso las Hijas de la Caridad fueron la primera Comunidad femenina en llegar a China en el año 1848, entre los primeros grupos de Misioneras hubo una hermana de Juan Gabriel y según la historia, se encontraba todavía allí cuando el Papa León XIII lo declaró Beato.
Juan Gabriel amaba a Dios tierna y amorosamente ; cuando viajó a China lo hizo en compañía de otro Misionero, al llegar a su misión no podía menos de pensar en el Beato Francisco Regis Clet su cohermano, que había sido martirizado en el año 1820 , era para él un estímulo y un modelo en su vida Misionera, recordaba su vida, sus virtudes y esa entrega generosa por Dios y por su Evangelio .En sus cartas habla con admiración del Beato Regis Clet.
Se entregó con celo y ardor a la propagación del Evangelio a pesar del ambiente hostil que se respiraba. Qué feliz me siento en tan hermosa vocación, decía. Las cartas que enviaba a su familia y a sus cohermanos estaban llenas de relatos emotivos de sus correrías y de la alegría que encontraba en su trabajo misionero; hablaba también de la necesidad de evangelización del pueblo chino y de las condiciones difíciles en las que se iba implantado el Evangelio. Amaba también profundamente su Congregación de la Misión, tenía hacia ella un gran sentido de pertenencia; en una de sus cartas dice “Daría mil vidas por nuestra Congregación”. Uno de los temas más frecuentes en sus cartas es la forma como Dios bendice la Congregación; en la calidad de los novicios ve una señal de los planes de Dios. Desea que muchos jóvenes lleguen a ser hijos de San Vicente.
Como amaba sinceramente al pueblo chino, desde su llegada llevó a cabo una verdadera inculturación, haciéndose chino con los chinos; empezó por adoptar el vestido de los chinos, se hizo rapar la cabeza dejando una larga trenza que cae sobre las espaldas, tal como la llevan todos los hombres, aprendió a comer con los dos palillos según la costumbre del país, aprendió la lengua y llegó a hablarla correctamente .Esa inculturación, la hizo no solo para ser uno de ellos, sino también por la necesidad de pasar inadvertido porque ya estaba decretada la pena de muerte para los extranjeros y sobre todo para quienes vinieran a implantarla fe católica.
Juan Gabriel no ignoraba los riesgos que corría en sus andanzas misioneras, y sin embargo iba de un lugar a otro haciendo el bien como Jesús, confiado plenamente en la Divina Providencia., seguro de encontrar siempre su protección. Como San Pablo podía repetir: ¿Quien me separará del amor de Cristo? La persecución, la muerte? Nada ni nadie me puede separar del amor de Cristo. En una de sus cartas dice:”Qué feliz me siento en tan admirable vocación.” En enero del año 1838 Juan Gabriel pasó de Macao a Hu-pei, una región montañosa y lejana, donde encontró una población cristiana muy buena pero en condiciones de una pobreza extrema; entonces puso a su disposición de los pobres lo poco que poseía, su pequeña habitación, su pobre comida, su tiempo etc. Aprovechó el tiempo para hacer catequesis, bautismos, primeras comuniones, matrimonios, visita a los enfermos, etc. Pero la persecución arreciaba por todas partes, en ningún lugar los sacerdotes estaban seguros, eran vigilados continuamente.
De HU-Pei, pasó a Ho-nam en 1836, allí continuó misionando, pero un poco más tarde fue traicionado por un catecúmeno .Estaba reunido con otros dos sacerdotes cuando un cristiano vino a decirles que los soldados los buscaban que era preciso que huyeran. Juan Gabriel se escondió en un bosque de bambú pero al día siguiente fue delatado por un catecúmeno que se dejó comprar por dinero, como Judas ; lo descubrieron y lo llevaron a la prisión, donde tuvo que afrontar largos y penosos interrogatorios., como también malos tratos, fue golpeado y torturado varias veces, con varillas en todo el cuerpo y sobre todo en la boca. Uno de sus amigos, el Padre Ing , disfrazado de comerciante, pudo ir a visitarlo y le llevó la comunión, Juan Gabriel aprovechó para confesarse.
Mientras estuvo en la cárcel aprovechó todo el tiempo para infundir valor a numerosos cristianos que compartían su cautiverio, fue para ellos un consuelo. Algunos cristianos se las arreglaban para hacerle llega algunos alimentos y medicinas que él generosamente compartía con los demás A finales de noviembre compareció ante el tribunal que lo declaró culpable de haber entrado ilegítimamente al país y de haber propagado la fe cristiana, por tanto era un peligro para la nación entonces fue condenado a muerte .
El 11 de septiembre de 1840 fue conducido a las afueras de la ciudad , lo colgaron de un poste con una cuerda alrededor del cuello , los soldados la tiraban para estrangularlo, con el primero y el segundo intento no lo lograron pero en la tercera vez lo hicieron con tal violencia que murió completamente asfixiado , cuando lo vieron que estaba expirando un soldado le dio una patada en el estómago y así terminó su vida . Un valiente catequista logró conquistarse a los soldados, para que le dejaran llevarse el cadáver y lo sepultó cristianamente cerca de donde reposaban los restos de Francisco Regis Clet, otro Misionero también martirizado en China.
El amor de Jesús que lo llevó a dar su vida por nosotros ha sido y es la fortaleza de los mártires, que siguen paso a paso su dolorosa pasión. Juan Gabriel, como Jesús, fue juzgado en un proceso que nos recuerda el de Cristo, fue condenado a muerte, fue traicionado por uno de los suyos, sufrió una dolorosa pasión y perdonó a sus enemigos. Como nuestros mártires, es en el Evangelio, en la oración y en la Eucaristía en donde tenemos que encontrar la fuerza necesaria para caminar en pos de Cristo y para ser fieles hasta el final, aún en medio de las pruebas, porque la cruz no puede faltar en quienes nos llamamos discípulas de Cristo.
Juan Gabriel Perboyre murió como el grano que se hunde en la tierra para dar frutos después de haber consumidos sus fuerza en la proclamación del Evangelio en medio de un pueblo pagano. Encomendémonos a él para qué nos obtenga del Señor firmeza en nuestra fe y valor para amar y servir aún en medio de las dificultades. Fue Beatificado el 10 de noviembre de 1889 y fue Canonizado en Roma, por el Papa Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.
Primera aparición de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré
Del 18 al 19 de Julio de 1830
RESPUESTA DE AMOR.
San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, profesaron un gran amor a la Virgen María. Esta devoción también fue encarnándose en cada una de las hermanas. Gracias a este amor desde sus orígenes, en 1830, Nuestra Señora vino a visitarnos, a ver a sus hijas y a darle un regalo al mundo. En este mes celebramos un aniversario más de esta visita sorprendente en la que nos dio su mensaje.
Hoy la Santísima Virgen María, Nuestra Madre, sigue visitándonos y su mensaje es actual. No perdamos la esperanza… alguien nos visita cada día allí donde nos encontramos.
“Yo llegué (al seminario) el 21 de abril de 1830, que era el miércoles antes de la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl, feliz y contenta por haber llegado para este gran día de fiesta, me parecía que no tocaba la tierra.
Pedía a San Vicente todas las gracias que me eran necesarias y también para las dos familias y para Francia entera. Me parecía que ellas tenían mucha necesidad de esas gracias. En fin, pedía San Vicente que me enseñara lo que era necesario que yo pidiera con una fe viva. Y todas las veces que volvía de San Lázaro (en donde había visitado la urna de San Vicente) sentía tanta tristeza, que se me aparecía encontrar en la comunidad a San Vicente, o al menos su corazón, que se me aparecía todas las veces que regresaba a San Lázaro. Tenía el dulce consuelo de verlo encima del relicario donde estaban expuestas algunas reliquias de San Vicente.
Se me apareció tres veces distintas, tres días seguidos: Blanco color carne, que anunciaba la paz, la calma, la inocencia, la unión. Después lo vi rojo de fuego, que debe encender la caridad en los corazones: me parecía que toda la comunidad debía renovarse y extenderse hasta los confines del mundo. Y luego lo vi rojo oscuro, lo que llenó de tristeza mi corazón; sentía una tristeza que me costaba mucho superar; no sabía ni por qué ni cómo, esta tristeza se relacionaba con el cambio de gobierno; tuve que hablarle de esto a mi confesor, que me calmó lo más posible, apartándome de estos pensamientos.
Y después fui favorecida con otra gran gracia, la de ver a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, que lo vi todo el tiempo de mi seminario, exceptuadas las veces en que dudaba (es decir, cuando me resistía); entonces, la vez siguiente ya no veía nada, porque quería profundizar y dudaba de este misterio y creía equivocarme. El día de la Santísima Trinidad, Nuestro Señor se me apareció como un Rey, con la Cruz sobre su pecho en el Santísimo Sacramento, fue durante la Santa Misa en el momento del Evangelio, y me pareció que la Cruz se caía a los pies de nuestro Señor, y me pareció que nuestro Señor era despojado de todos sus ornamentos, todos caídos por tierra. Ahí fue cuando tuve los pensamientos más negros y más tristes, ahí fue cuando pensé que el rey de la tierra se vería perdido y despojado de sus vestiduras reales, todos los pensamientos que tuve no sabría explicarlos…
Y después llegó la fiesta de San Vicente, en cuya víspera nuestra buena madre Marta nos dio una conferencia sobre la devoción a los Santos y en particular a la Santísima Virgen, lo que medió tal deseo de verla que me acosté con el pensamiento de que esa misma noche vería a mi buena Madre. ¡Hacia tanto tiempo que lo deseaba! Al cabo me dormí, como se nos había distribuido un trozo de tela de un roquete de San Vicente, corté la mitad, me la tragué y me dormí, pensando que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.
Por fin a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre:
Hermana, Hermana, Hermana. Me desperté y miré al lado donde escuchaba la voz, que era el lado del corredor, descorrí la cortina y vi a un niño, vestido de blanco, como de cuatro o cinco años, que me decía:
Ven a la capilla, levántate pronto y venga a la capilla, la Santísima Virgen la está esperando. Enseguida me vino al pensamiento: pero me van a oír. El niño me respondió: Este tranquila, son las once y media, todos están bien dormidos; venga la aguardo.
Me apresuré a vestirme y me dirigí a donde el niño, que había permanecido sin apartarse de la cabecera de mi cama. Me siguió o mejor yo le seguí, él siempre a mi izquierda, llevando rayos de claridad por donde pasaba, por donde quiera que íbamos, las luces estaban encendidas, lo que me extrañó mucho; pero quedé más sorprendida al entrar en la capilla, cuando se abrió la puerta a penas tocarla el niño con la punta del dedo; y mi sorpresa fue más completa todavía cuando vi encendidas todas las velas y todos los cirios, lo que me hacía recordar la Misa de medianoche.
Sin embargo, yo no veía a la Virgen. El niño me condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al Director. Allí me puse de rodillas y el niño se quedó de pie todo el tiempo. Como la espera se me hacía larga, miraba por si pasaban las veladoras por la tribuna.
Llegó por fin la hora. El niño me previno diciéndome: Ya viene la Virgen aquí está. Escuché como un rumor, como el roce de un vestido de seda que salía del lado de la tribuna, cerca al cuadro de San José y venía a sentarse en un sillón parecido al de Santa Ana, la Santísima Virgen solamente; no era la figura de Santa Ana y yo dudaba si era la Santísima Virgen, pero el niño, que seguía allí, me dijo: Es la Virgen.
Me sería imposible decir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasaba dentro de mí, me parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño, sino como el hombre más enérgico y con las palabras más enérgicas. Mirando a la Santísima Virgen me puse de un salto a su lado, arrodillada sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en sus rodillas, allí pasé el momento más dulce de mi vida, me sería imposible decir todo lo que sentí. Ella me dijo como debería comportarme con el director y otras cosas que no debo decir; la manera de conducirme en mis penas, el venir al pie del altar que me mostraba con su mano izquierda. Me echaré al pie del altar y expansionaré allí mi corazón y recibiré todos los consuelos de que tenga necesidad. Le pregunté el significado de todo lo que había visto y ella me lo explicaba todo.
Estuve allí no sé cuánto tiempo. Lo único que sé es que, cuando se marchó, sólo vi algo que se desvanecía, en fin, sólo una sombra que se dirigía al lado de la tribuna por el mismo camino por donde ella había venido. Me levanté de las gradas del altar y vi al niño donde lo había dejado. Me dijo: Se fue.
Desandamos el mismo camino, siempre todo iluminado, y el niño iba siempre a mi izquierda. Creo que este niño era mi ángel de la guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la Santísima Virgen, pues yo le había rezado mucho para que él me obtuviera este favor. Estaba vestido de blanco, llevando consigo una luz milagrosa, es decir iba resplandeciente de luz y representaba unos cuatro o cinco años de edad.
Al volver a mi cama eran las dos de la mañana, que oí dar la hora, y ya no me dormí.
“Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Sufrirás mucho, pero lo superarás pensando que lo haces por la gloria del buen Dios. Sabrás lo que es el buen Dios, y eso te atormentará hasta que lo digas a quien tiene a cargo suyo tu guía ( el P. Jean-Marie Aladel). Te contradirán, pero tendrás la gracia, no temas, dilo todo con confianza y sencillez. Verás ciertas cosas, cuéntalas. Te sentirás inspirada en la oración.
Corren muy malos tiempos, la desgracia va a caer sobre Francia, el trono será derribado, sacudirán al mundo entero infortunios de toda clase – la Santísima a Virgen tenía la expresión muy apenada al decir esto- pero venid al pie de este altar, donde se derramarán gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor. Sobre los grandes y los pequeños…
Hija mía gusto particularmente derramar gracias sobre la Comunidad: la amo mucho. Siento dolor, pues hay grandes abusos: no se observa la regla, la regularidad deja que desear, hay gran relajación en ambas comunidades. Dilo a quién se encarga de ti, aunque no sea superior. Dentro de poco se le encomendará la Comunidad de modo particular. Tiene que hacer cuanto esté en sus manos para poner de nuevo en vigor la Regla, díselo de parte mía… Qué vigile las malas lecturas, la pérdida del tiempo y las visitas… cuando la Regla haya sido restaurada en su vigor, otra Comunidad se unirá a la vuestra. Eso no se acostumbra, pero yo la amo… di que se la reciba. Dios las bendecirá, y gozarán de una gran paz, la Comunidad se hará grande…
Sobre vendrán grandes males, el peligro será grande: no temas; el Buen Dios y san Vicente protegerán a la Comunidad… – la Santísima Virgen seguía triste: Yo misma estaré con vosotras, siempre he velado por vosotras, os concederé muchas gracias…llegará un momento de gran peligro, cuando se dará todo por perdido; estaré entonces con vosotras, tened confianza, reconoceréis mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre ambas comunidades.
Más no será lo mismo con otras comunidades, habrá victimas-la Santísima Virgen tenia lágrimas en los ojos al decir esto-, en el clero de Paris habrá muchas víctimas, Monseñor, el Arzobispo morirá. Hija mía la cruz será despreciada, la sangra correrá por las calles- aquí la santísima Virgen ya no podía hablar, la tristeza llenaba su rostro-Hija mía me dijo todo el mundo estará sumido en la tristeza.
Yo pensaba cuando será esto: 40 años, y 10 años después de la paz.Un día le dije al P. Aladel: La Santísima Virgen quiere que usted comience una asociación de la que será fundador y director. Una asociación de Jóvenes de María: la Santísima Virgen le concederá muchas gracias y se le otorgarán indulgencias. El mes de María se celebrará con gran solemnidad en todas partes. El mes de San José también se celebrará con mucha devoción, será grande la protección de San José, también habrá mucha protección y devoción al Sagrado Corazón de Jesús. (Libro de Medalla Milagrosa CEME Vicente de Dios).
En el tránsito del segundo al tercer milenio, Juan Pablo II ha decidido hacer público el texto de la tercera parte del « secreto de Fátima ».
Tras los dramáticos y crueles acontecimientos del siglo XX, uno de los más cruciales en la historia del hombre, culminado con el cruento atentado al « dulce Cristo en la Tierra », se abre así un velo sobre una realidad, que hace historia y la interpreta en profundidad, según una dimensión espiritual a la que la mentalidad actual, frecuentemente impregnada de racionalismo, es refractaria.
Apariciones y signos sobrenaturales salpican la historia, entran en el vivo de los acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo, sorprendiendo a creyentes y no creyentes. Estas manifestaciones, que no pueden contradecir el contenido de la fe, deben confluir hacia el objeto central del anuncio de Cristo: el amor del Padre que suscita en los hombres la conversión y da la gracia para abandonarse a Él con devoción filial. Éste es también el mensaje de Fátima que, con un angustioso llamamiento a la conversión y a la penitencia, impulsa en realidad hacia el corazón del Evangelio.
Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas. La primera y la segunda parte del « secreto » —que se publican por este orden por integridad de la documentación— se refieren sobre todo a la aterradora visión del infierno, la devoción al Corazón Inmaculado de María, la segunda guerra mundial y la previsión de los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad.
Nadie en 1917 podía haber imaginado todo esto: los tres pastorinhos de Fátima ven, escuchan, memorizan, y Lucía, la testigo que ha sobrevivido, lo pone por escrito en el momento en que recibe la orden del Obispo de Leiria y el permiso de Nuestra Señora.
Por lo que se refiere la descripción de las dos primeras partes del « secreto », por lo demás ya publicado y por tanto conocido, se ha elegido el texto escrito por Sor Lucía en la tercera memoria del 31 de agosto de 1941; después añade alguna anotación en la cuarta memoria del 8 de diciembre de 1941.
La tercera parte del « secreto » fue escrita « por orden de Su Excelencia el Obispo de Leiria y de la Santísima Madre…. » el 3 de enero de 1944.
Existe un único manuscrito, que se aquí se reproduce en facsímile. El sobre lacrado estuvo guardado primero por el Obispo de Leiria. Para tutelar mejor el « secreto », el 4 de abril de 1957 el sobre fue entregado al Archivo Secreto del Santo Oficio. Sor Lucía fue informada de ello por el Obispo de Leiria.
Según los apuntes del Archivo, el 17 de agosto de 1959, el Comisario del Santo Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, O.P., de acuerdo con el Emmo. Card. Alfredo Ottaviani, llevó el sobre que contenía la tercera parte del « secreto de Fátima » a Juan XXIII. Su Santidad, « después de algunos titubeos », dijo: « Esperemos. Rezaré. Le haré saber lo que decida ».1
En realidad, el Papa Juan XXIII decidió devolver el sobre lacrado al Santo Oficio y no revelar la tercera parte del « secreto ».
Pablo VI leyó el contenido con el Sustituto, S. E. Mons. Angelo Dell’Acqua, el 27 de marzo de 1965 y devolvió el sobre al Archivo del Santo Oficio, con la decisión de no publicar el texto.
Juan Pablo II, por su parte, pidió el sobre con la tercera parte del « secreto » después del atentado del 13 de mayo de 1981.S. E. Card.Franjo Seper, Prefecto de la Congregación, entregó el 18 de julio de 1981 a S. E. Mons. Martínez Somalo, Sustituto de la Secretaría de Estado, dos sobres: uno blanco, con el texto original de Sor Lucía en portugués, y otro de color naranja con la traducción del « secreto » en italiano. El 11 de agosto siguiente, Mons. Martínez devolvió los dos sobres al Archivo del Santo Oficio.2
Como es sabido, el Papa Juan Pablo II pensó inmediatamente en la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María y compuso él mismo una oración para lo que definió « Acto de consagración », que se celebraría en la Basílica de Santa María la Mayor el 7 de junio de 1981, solemnidad de Pentecostés, día elegido para recordar el 1600° aniversario del primer Concilio Constantinopolitano y el 1550° aniversario del Concilio de Éfeso. Estando ausente el Papa por fuerza mayor, se transmitió su alocución grabada. Citamos el texto que se refiere exactamente al acto de consagración:
« Madre de los hombres y de los pueblos,Tú conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma bajo tu protección materna a toda la familia humana a la que, con todo afecto a ti, Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza ».3