M is saludo cordial y fraterno para los miembros de la Familia Vicentina que me escuchan. En estos momentos, creo que hoy más que nunca estamos espiritualmente unidos tratando de comprender lo que el Señor no dice en estos días tan difíciles que estamos viviendo, con esta pandemia que ha afectado a toda la humanidad.
San Vicente fue el hombre de los acontecimientos, los supo leer a la luz de la fe e interpretar lo que Dios quería decirle, por eso afirmaba:” El acontecimiento es Dios y por medio él, nos manifiesta su Voluntad.” Estas palabras de San Vicente cobran hoy una prodigiosa actualidad, porque estamos viviendo unos problemas que no nos habíamos imaginado: Esta Pandemia del Covid 19 ,que ha turbado nuestra vida, nos ha cambiado el ritmo y el estilo de vida y ha trastornado muchos de los proyectos que teníamos para este año, causando, en algunas personas, angustia, ansiedad y pobreza.
Por eso en este momento, hoy más que nunca el Carisma de San Vicente debe animarnos y brillar en la Iglesia, hemos heredado ese carisma y tenemos qué vivirlo y trasmitirlo, para que, a través de nuestra vida y de nuestros servicios los pobres, que son los más golpeados por esta pandemia, experimenten el amor que Dios tiene por ellos. El Papa Francisco nos ha dicho que tenemos que ser LOS SAMARITANOS de hoy para dar la mano a quien sufre, levantar al caído, y dar esperanza; esa esperanza que nunca debemos perder.
El Carisma Vicentino tiene siempre un mensaje y un gran dinamismo espiritual y por eso constituye una verdadera riqueza en la labor misionera de la Iglesia. En los últimos años la Familia Vicentina se ha ido consolidando y uniendo fuerzas y eso ha marcado una etapa en la historia de nuestra Familia espiritual, que hunde sus raíces en esos dos gigantes de la Caridad Vicente de Paul y Luisa de Marillac. Ellos creyeron en los laicos, en su generosidad y dinamismo y comprendieron el papel que debían desempeñar en la tarea de la Iglesia, por eso los invitaron a ponerse al servicio de la Caridad.
En el Documento de Aparecida en Brasil, leemos: “Los laicos son hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia “. Y bien sabemos que la Iglesia es Comunión, en donde hay diversidad de dones y de carismas, como también diversidad de ministerios, todos encaminados a la extensión del Reino de Dios.
Todos ustedes y yo sabemos que la pobreza es estructural y que en lugar de disminuir aumenta cada día y en este momento, más que nunca; por eso nosotros como Familia Vicentina tenemos que abrir los ojos, buscar, no solamente a los pobres, sino también descubrir las causas de esa pobreza, combatirlas y tener el valor de defender la justicia trabajando por los derechos de los pobres. Es cierto que la tarea es inmensa, que no podemos cambiar el mundo y la sociedad, ni remediar todas las necesidades de los pobres, pero tenemos qué hacer lo que podamos, cada uno según sus posibilidades; no nos resignemos a ver la situación de los pobres, porque algo nos está diciendo hoy el Señor y una de las cosas que nos está diciendo es que: debemos cambiar de mentalidad, convertirnos y ser más fraternales y solidarios. Nuestra opción por los pobres en quienes vemos a Jesucristo, no puede quedarse en palabras, porque la fe sin obras está muerta. Amar es querer el bien del ser amado y trabajar por su bienestar con una acción generosa, totalmente gratuita, como gratuito es el amor que Dios nos tiene.
En ese camino de la caridad no hay lugar a equivocaciones porque en el pobre encontramos a Jesucristo. Esto lo vivieron los Fundadores y lo tradujeron en una acción caritativa bien organizada, en compañía de hombres y mujeres de su tiempo a quienes trasmitieron su carisma., con ellos trabajaron en equipo. Esa palabra equipo no la encontramos en los escritos de San Vicente, posiblemente no era una palabra del siglo XVII, pero San Vicente la expresaba en otros términos cuando decía: “Trabajemos juntos, comunitariamente, como un solo cuerpo, etc. Aunque con actitudes diferentes, San Vicente y Santa Luisa tuvieron una fidelidad creativa y audaz, apoyados siempre en la Providencia de Dios-. Durante 35 años trabajaron juntos animados por una doble pasión CRISTO EN LOS POBRES Y LOS POBRES EN CRISTO. Hubo entre ellos una amistad y una colaboración eficaz y por eso enriquecieron a la Iglesia y al mundo con el testimonio de una vida humilde y entregada a la caridad.
Tenemos que trabajar como ellos, con tenacidad, pero también con humildad. La humildad es una virtud evangélica por medio de la cual reconocemos que, todo lo que tenemos o sabemos lo hemos recibido de Dios y que, por consiguiente, lo tenemos qué compartir; por eso, la persona humilde no es una persona pasiva o egoísta, es una persona que sabe colaborar con su esfuerzo y su trabajo, es creativa y dinámica.
Hay qué agudizar la mirada y extenderla, porque corremos el peligro de vivir en medio de los pobres y no verlos. El ejemplo de San Vicente es elocuente, en sus primeros años vio a los pobres ciertamente, pero de allí no pasó porque su fe era todavía muy débil, pero cuando descubrió en ellos a Jesucristo, le dio un vuelco total a su vida y se convirtió en el apóstol de la caridad. A los pobres hay que verlos y acogerlos con ojos nuevos, San Vicente vio a los pobres, no como un político o un estadista, sino con los ojos de un apóstol, de un verdadero hermano que sentía en su corazón el dolor de los pobres. Por eso decía: “Esos pobres que se multiplican cada día, y que no saben a dónde ir ni qué hacer, son mi peso y mi dolor” El problema de hoy no son los pobres, el problema es la falta de ojos buenos que sepan ver con una mirada evangélica.
Hay un escritor francés Michel Quoist que ha hecho una oración que, en cierta forma se identifica con el pensamiento de San Vicente y con la ansiedad que lo acompañó en sus últimos días al pensar que no había hecho bastante por los pobres. Es una oración que nos puede llevar a nosotros a una seria reflexión. Dice así:
“Señor, me parece que al final de mi vida, Tu vas a hacer desfilar ante mis ojos, todos los rostros de mis hermanos los pobres, especialmente los de mi ciudad, los de mi barrio , los de mi lugar de trabajo……A tu luz yo voy leer en esos rostros : La boca que yo cerré, la distancia que yo creé, la mueca que yo esculpí, la lágrima que no enjugué, la mirada que yo eclipsé, la esperanza que yo apagué……..Entonces ..Tú me dirás: ES A MI A QUIEN LO HABEIS HECHO.”
Pidamos a la Santísima Virgen, Madre de Cristo y Madre nuestra, que nos ayude a agudizar la mirada, a sentir el dolor de nuestros hermanos, a acercarnos a Jesús para que nos contagie de su amor por los pobres, que bendiga nuestros esfuerzos y que reciba las oraciones que hacemos cada día por nuestros hermanos que sufren, esa es un forma de servirlos.
Que el Señor bendiga a cada una de las ramas de la Familia Vicentina y a cada miembro, y que, como Familia Vicentina, cada uno de nosotros nos sintamos más comprometidos con el Señor, a fin de que el carisma de San Vicente sea cada día más dinámico y efectivo en la Iglesia. Que San Vicente los llene de su espíritu.
Sor Lilia Garcia Isaza
Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl
Provincia de Cali Colombia