DESCUBRIENDO A SANTA LUISA DE MARILLAC.
Por: Sor Lilia García Isaza
Hija de la Caridad
Provincia de Cali-Colombia
A Santa Luisa la podemos estudiar bajo muchas facetas diferentes, una de ellas es su rostro que no solo revela su personalidad, sino que nos trasmite su mensaje. Si miramos las estampas o imágenes que tenemos de ella, podemos darnos cuenta de la gravedad en su mirada y de una cierta “seriedad” que San Vicente le señalaba varias veces. Sin embargo hay una foto de Santa Luisa en la que se la ve leyendo una carta, no se sabe si es de una de sus hijas o de San Vicente, lo cierto es que en ella, su cara está iluminada por una breve sonrisa.
Santa Luisa fue una mística unida a Jesucristo por el sufrimiento y la pobreza. Una mística totalmente entregada a Dios y comprometida con los pobres, un alma apasionada por el amor, dentro de una constitución física muy frágil. Desde sus primeros años descubrió lo insólito de su situación; interna en el convento de Poissy sin saber quién era su madre, sin recibir visitas frecuentes de su padre, sin que él jamás le hablara de su madre, sin las alegrías de un hogar., todo esto se iba acentuando en su corazón y en su personalidad y con mucho más dolor cuando comprendió que era hija natural. En plena adolescencia a los 13 años murió su padre, se sintió entonces en una completa soledad.
Después de la muerte de su padre salió del convento a una modesta pensión, donde aprendió las labores domésticas y descubrió lo que es la pobreza. En medio de esa soledad nació en ella el deseo de consagrarse haciéndose Capuchina, se lo prometió a Dios pero no lo logró; no se sabe el motivo, quizá por su frágil salud o por su nacimiento ilegítimo, el Padre Honorato le dijo:”No hija mía Dios tiene otros designios sobre ti”. Este rechazo fue para ella una nueva oscuridad y sufrimiento., entró entonces en un período de búsqueda de la Voluntad de Dios, y fue en ese momento cuando sus parientes decidieron un matrimonio de conveniencia para ella.
Se casó en 1613 con Antonio Legrás secretario de la Reina María de Médicis, tenía en ese momento 22 años de edad. Al firmar el contrato vino para ella una nueva cruz, porque en el acta de matrimonio leyeron los nombres del padre y de la madre de Antonio y en el de ella el de su padre y de una madre desconocida, además, sus parientes no quisieron hacerse pasar como parientes, sino como simples amigos de los contrayentes. Para ella fue una humillación pero la sufrió en silencio.
Dios bendijo el matrimonio con el nacimiento de su hijo Miguel. La alegría de la maternidad disipó por un tiempo sus angustias, y vivió un tiempo muy feliz, Antonio era un hombre muy bueno y un amor muy sincero nació entre los dos, así pasaron unos años, pero pronto llegaron nuevos nubarrones, Luisa veía con horror que la salud de su esposo se iba deteriorando hasta que cayó en una grave enfermedad. Antonio y como ella tenía la tendencia a culpabilizarse, pensó que Dios la castigaba por no haber cumplido su promesa de hacerse capuchina. Entró en una verdadera noche oscura, con toda clase de dudas, pero Dios vino en su auxilio, el 4 de junio en la fiesta de Pentecostés de 1623 el Espíritu Santo irrumpió en su alma, le disipó todas sus dudas y la llenó de paz y de serenidad. El relato de esta gracia que tuvo repercusiones en el resto de su vida, se conserva en los archivos de la Casa Madre. Este acontecimiento la alumbrará toda su vida y se convertirá en una profunda devoción al Espíritu Santo.
Dos años después murió su esposo y quedó ella viuda con un hijo de 12 años. Se puso bajo la dirección de San Vicente, hizo para ella un reglamento de vida muy severo cargado de devociones, de mortificaciones y de trabajo, y día tras día fue descubriendo la realidad de la pobreza; San Vicente la guiaba respetando su espiritualidad, con mucha prudencia y delicadeza le daba consejos y avisos que le permitían ir disipando sus inquietudes y moderando sus impaciencias, le ayudaba a simplificar su vida y sus devociones; bajo esa dirección fue haciendo un trabajo de verdadera transformación. En noviembre de 1629, San Vicente viéndola ya pacificada y deseosa de darse, la envió como Visitadora de las Cofradías de la Caridad donde empezaban a presentarse problemas, porque había descubierto en ella grandes dones de organización y de administración unidos una gran prudencia.
Pero Luisa no olvidaba la iluminación de Pentecostés en donde Dios le permitió percibir la Compañía. A medida que se iba descentralizando de ella misma se iba afirmando en ella su futura vocación, empezó entonces a pensar que era con las jóvenes que vinieron después de Margarita Naseau y que servían en las Cofradías, con las que se iba a realiza. Sin embargo la espera fue larga, hablaba de ello a San Vicente pero encontraba siempre oposición, el no estaba seguro de que esa era la Voluntad de Dios y no se precipitaba. Ante estas negativas Luisa se refugiaba en la oración pidiendo a Dios que manifestara su Voluntad. Por fin el 29 noviembre de 1633 San Vicente accedió a sus deseos y entonces Luis recibió en su casa a 5 jóvenes, para iniciar esa aventura de una vida consagrada a Dios en medio del mundo, sirviendo a los pobres, tenía en ese momento 42 años.
Ya Santa Luisa había encontrado su vocación definitiva, estaba feliz, ya nada la detenía, las experiencias anteriores se fueron desvaneciendo y empezó una nueva vida; desde ese momento pertenecía a dos clases sociales, la suya y la de esas jóvenes campesinas. Podemos imaginarnos los esfuerzos que tuvo qué hacer para adaptarse a ellas y compartir su vida; se desprendió cada vez más de ella misma y el trabajo se multiplicó a medida que la Compañía iba creciendo en miembros y en obras. Su obra magistral fue la formación de centenares de Jóvenes que iban llegando y de las que hizo las auténticas siervas de Cristo en los pobres.
Con una perseverante tenacidad Luisa fue llevando a las Hermanas a caminar por sendas nuevas para responder a las necesidades de los pobres de su tiempo. Afirmaba con vigor que la finalidad del amor se expresa en el respeto de todo hombre en particular de los pobres y los pequeños. Con San Vicente suscitó en la Iglesia un movimiento de fe y de dinamismo en la caridad.
Pero a pesar de ese ritmo de trabajo había algo que persistía en ella y que era peculiar de su carácter, la tendencia a la inseguridad tanto en el plano personal como en lo comunitario. Sentía la necesidad de apoyo y por eso acudía continuamente a San Vicente, en una carta le dice:” Reconozco que no podré hacer las cosas mejor sin la ayuda de su Caridad de quien soy su pobre y agradecida servidora.” Cuando San Vicente se ausentaba ella se inquietaba, hay una carta de su tío Miguel en la que le dice: “Creo que se apega demasiado a su Director, he aquí que el Señor VIcente se ausenta y ya tenemos a la Señorita Legras fuera de sí, ponga su confianza en Dios.”. Movida por un impulso de fe viajó a Chartres a confiar a la Santísima Virgen la naciente Compañía y le pidió a Dios que la destruyera si se iba a fundar contra su Voluntad. Esta actitud nos muestra que se sentía desprovista y pobre, esa pobreza que había experimentado siempre y más ahora ante la tarea de la formación de las Hermanas.
A partir del año 1643 vivió años duros y difíciles que solo los pudo superar acudiendo a Dios y con la ayuda de San Vicente. Luisa nunca pensó que ese hijo que Dios le había dado, le fuera a causar tantas preocupaciones; ella se empeñaba en que fuera Sacerdote, pero Miguel se resistió, dio por terminados sus estudios de teología y se entregó a una vida de ocio y de relajación. Por fin, después de muchos errores y vacilaciones y con la ayuda de San Vicente encontró un buen trabajo, reaccionó favorablemente y contrajo matrimonio a los 37 años. Pero las dificultades venían también de las Hermanas, unas porque faltaban a la caridad y unión entre ellas, otras por conflictos con los capellanes y los administradores, otras porque se retiraban etc. Cuando una Hermana se retiraba Luisa sufría mucho, había que tomar muchas precauciones para darle la noticia.
Sin embargo a pesar de todos estos temores e inquietudes su inteligencia y su voluntad permanecían siempre abiertas, mirando el futuro de la Compañía de la que tenía una concepción muy realista y a la que quería darle bases sólidas, eso la llevaba a ver la necesidad de que se reconociera oficialmente la autoridad de San Vicente sobre la Compañía; si quería sustraer a sus hijas de la dependencia de los Obispos, era para asegurar la fidelidad al carisma y el servicio a los pobres. El 8 de agosto de 1655 con la presencia de las Hermanas de París y de sus alrededores se llevó a cabo el Acta del establecimiento de la Compañía, en ese momento San Vicente la nombró Superiora perpetua, pese a sus súplicas para que la reemplazara San Vicente no lo creyó oportuno.
Sus escritos y cartas son numerosos, en ellos se ve la riqueza de su espiritualidad, sus experiencias místicas y su pedagogía. Entre sus cartas hay unas 700 que se han conservado, de ellas 200 son para San Vicente y unas 300 para sus hijas. Su escritura es diferente, cuando se dirige a las Hermanas emplea un lenguaje sencillo a partir de lo que están viviendo, cuando escribe a San Vicente le abre todo su corazón y le expresa sus más íntimos pensamientos, cuando escribe a otras personas se puede ver la profundidad de su espíritu, su formación y sus conocimientos teológicos.
Ella había franqueado ya varias etapas, había madurado considerablemente y había adquirido una virtud muy sólida. En uno de sus escritos dice: “He renovado la resolución tantas veces formulada, de no preocuparme por lo que pueda pasar, con tal que Dios sea servido y amado.” A partir de ese momento en sus cartas ya casi no hablaba de ella sino de sus hijas, de las obras y de los pobres. El amor que ardía en su corazón lo manifestaba de manera especial a sus hijas, tuvo siempre para ellas un corazón de madre, por eso quería ver que florecieran en ellas todas las virtudes.
Luisa de Marillac era una mujer contemplativa pero no llevaba vida contemplativa, por el contrario estaba entregada a los pobres con una vida repleta de acciones, de viajes, de correspondencia, de reuniones, etc. Pero el tiempo pasaba y ella iba avanzando en edad, El porvenir de la Compañía era su preocupación, después de tantos años no la veía totalmente afianzada en su espiritualidad, y le preocupaba sobre todo que no tuviera un Estatuto jurídico que le diera validez. Además le preocupaba también su sucesora. Esa preocupación pasó también por la enfermedad del Señor Vicente que ya no podía moverse de su habitación. La privación de sus visitas la atormentaba pero las ofrecía a Dios aceptando sus eternos designios.
La misión que Dios le había encomendado estaba cumplida, ella ya no era necesaria, Dios continuaría su obra, el esposo la llamaba y ella deseaba ardiente encontrarse con El. El 4 de febrero de 1660 cayó gravemente enferma, el 14 tuvo la noticia de la muerte del Padre Antonio Portail, con el que había trabajado intensamente en bien de la Compañía ; en su último momento tuvo el gran sacrificio de verse privada de la bendición de San Vicente, se tuvo que contentar con el mensaje que le envió con uno de sus cohermanos en el que le decía:” Señorita Usted parte la primera, si Dios me perdona mis pecados iré muy pronto a reunirme con Usted en el cielo”. Dios le había pedido todo y ella lo había dado todo.
Unos meses después San Vicente se reunió con ella en el cielo, allí continuaron esa amistad santa que los unió durante su vida. En esa mañana del 15 de marzo de 1660 cuando la muerte vino a buscarla el Párroco de San Lorenzo al salir de su habitación exclamó emocionado: “Qué hermosa alma, se ha llevado a la tumba la inocencia bautismal.” Entre el 12 de agosto de 1591 y el 15 de marzo de 1660 día de su muerte habían transcurrido 69 años, de los cuales 32 había consagrado enteramente a la construcción de la Compañía y al servicio de los pobres.
Su testamento espiritual nos deja la profundidad de su último mensaje .Recordémoslo: “Mis queridas Hermanas, sigo pidiendo a Dios la bendición para vosotras y le pido que os conceda la gracia de perseverar en vuestra vocación para servirle de la manera que El quiere de vosotras Tened mucho cuidado del servicio a los pobres y sobre todo de vivir unidas en una grande unión y cordialidad amándoos las unas a las otras para imitar la unión de la vida de Nuestro Señor . Pedid a la Santísima Virgen que sea Ella vuestra UNICA MADRE.
Cuando en el año 1954 se colocó la estatua de Santa Luisa en la Basílica de San Pedro en Roma, el Arcipreste dijo: “ Hoy la Basílica y con ella el mundo entero se estremece de júbilo al verla en este altar, su caridad se extiende hasta los confines del mundo , por eso hacemos la promesa de permanecer fieles y de conservar no solo el tesoro de esta estatua, sino el otro que es más precioso, el de su memoria y el recuerdo de su vida, sus obra y sus virtudes.”
Hemos visto en tres etapas la vida de Santa Luisa; a cada una de ellas le podíamos poner lo que la caracterizó. En la 1ª, adhesión a la cruz de Cristo, humildad y experiencia de Dios. En la 2ª. Pobreza, servicio a los pobres, celo por la salvación de las almas e inquietud por la Compañía. En la 3ª. Adhesión total a la Voluntad de Dios, transparencia de vida, desprendimiento total y anonadamiento. Santa Luisa nos invita unir el pasado con el presente, el ayer con el hoy, para saber que es lo que Dios espera de nosotras, a ello nos invita cuando nos dice que nada nos debe detener cuando se trata de la gloria de Dios y del bien de los pobres.
Es incontestable que Luisa de Marillac, esa mujer excepcional del siglo XVII tiene el poder de movernos a revisar nuestra escala de valores, nuestra vocación y nuestros servicios. Su rostro debe estar presente en nuestra vida, no lo podemos olvidar, lo tenemos que contemplar con frecuencia para aprender de ella a amar y servir. La Madre Rogé dijo en una de sus alocuciones: “La Compañía de las Hijas de la Caridad gozará de buena salud mientras mantenga ante sus ojos las enseñanzas de los Fundadores para ajustar a ellas su conducta.” Es cierto que nos queda mucho por hacer, pero tenemos qué seguir caminando con la ilusión de abrirnos cada vez más a los pobres con audacia y creatividad.